El ladrón

El cuchillo le pasó rozando la cabeza, sintió que la piel se le erizaba mientras corría a toda prisa esquivando matorrales, se subió de un brinco al primer árbol que encontró, guardo silencio mientras se camuflaba.


El hombre se levantó pesadamente de la cama para dirigirse al baño. Había dormido toda la noche de seguido sin despertarse, la vejiga hinchada y pesada lo urgía a descargarla cuanto antes. Pasaba los sesenta, pero aparentaba mucho más. En el ocaso de su vida las circunstancias lo habían aporreado demasiado. Vivía solo, llevaba 2 años en su país de regreso de una vida de más de 45 años en el exterior.. Estuvo en Estados Unidos, España, Italia y Puerto Rico y en cada país las prisiones lo habían acogido como huésped de honor por temporadas.


Desde el árbol podía divisar movimientos en la vegetación detectando la presencia de cualquier persona que viniera tras de él. Se relajó un poco, apretó fuerte el botín hurtado. Decidió esperar un tiempo más para revisar bien el alijo.


Salió del baño sediento, un molesto dolor de cabeza lo atolondraba, supuso que era la resaca. La noche anterior, sentado en la estrecha cornisa que hacía de balcón en el estudio donde vivía se puso a rememorar tiempos idos,  le dio por destapar la única botella de vino que le quedaba. Quería solo una copa, pero entre recuerdos y nostalgias consumió toda la botella. Los efectos le daban vueltas en la cabeza taladrándole el cerebro.


Se acomodo mejor en las ramas del árbol mientras reflexionaba acerca de la extraña relación que tenia con el hombre. Compartían el estudio, si bien es cierto que no dependía de el para buscarse el sustento, una que otra vez, en medio de sus hambrunas le había escamoteado un pedazo de pan o devorado las sobras que el hombre dejaba para el otro día. Ambos sabían que, en medio de la cuarentena, sin trabajo y escaseando todo, se activaban mecanismos de supervivencia que los obligaba a actuar egoístamente para sobrevivir.


El hombre se dirigió hacia la nevera, al abrirla la imagen de desolación que vio lo apabullo. Un par de naranjas, cuatro huevos en una canastilla, una bolsa de leche a medio consumir, un plato con sobras del día anterior y un pedazo de carne roja que sacó de la nevera para descongelar, lo puso sobre el mesón de la cocina, entró al baño a ducharse para darle tiempo a descongelar la carne.


Encaramado en el árbol se acordó que en la mañana el ruido del grifo abierto lo había despertado, después de desperezarse en la cama escuchó las tripas retorcerse de hambre, salío camino a la cocina buscando que comer, el pedazo de carne roja lo tentó. Miró a su alrededor, no diviso al hombre, avanzó con sigilo, a media distancia dio un salto, se abalanzó hacia el mesón, agarró la carne y corrió hacia la puerta justo cuando el hombre salía del baño. -Descarado ladrón!, le gritó el hombre lanzándole un cuchillo. Intentó perseguirlo, pero las piernas le flaquearon. Se sentó agitado, las tripas le crujieron. -este verraco me dejó sin comida de nuevo, la próxima vez te mato gato ladrón!


En el árbol el gato se relamió los bigotes y comenzó a devorar el suculento pedazo de carne hurtado.

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