Un buen Hombre

Si, ahora lo veía claro; el nebuloso y borroso manto que cubría sus recuerdos comenzaba a clarificarse; había sido ella, la que saliendo la noche anterior del bar con el bochorno característico de los veranos floridanos más el embotamiento producido por las cervezas se había subido al carro sofocada, sudando, sintiendo las gotitas de sudor condensarse en su espalda formando un hilillo tibio que comenzaba a bajarle por la espalda hasta llegar a sus gluteos para darle un extraño cosquilleo que más que incomodarla le produjo cierta sensación de placer que fue acrecentándose a medida que el sudor la empapaba mas y mas.

No aguanto, se abalanzó sobre su amiga y con mas torpeza que pasión la abrazo, la beso, la estrujo, le desabotono la blusa liberando los níveos y adormilados pechos que a pesar de la sorpresa despertaron los pezones entumeciéndolos con firmeza. Fue salvaje. Se sofocaba, gemía, apretaba, tocaba, babeaba. La amiga, trato levemente de resistirse, de apartarla, cogiendo sus manos para retirarla, pero ella (se sonrojaba un poco al recordarlo) aprovecho para guiar esas esquivas manos hacia su entrepierna. Abrió los gruesos muslos y dejo respirar su sofocado sexo que entre sudor y fluidos recibió las manos de su amiga que terminaron de empaparla y llevarla a un paroxismo de locura y éxtasis; lo recordaba muy bien y se estremecía al recrearlo en su mente sintiendo de nuevo esa increíble sensación, que a pesar de sus prejuicios estaba dispuesta a vivir de nuevo. 

Estaba en la cuarentena de su vida, tenia dos hijos, casada con un buen hombre comprehensivo y tolerante que le permitía de vez en cuando salir a tomarse unas copas con sus amigas para liberar el estrés del trabajo y el hogar. El mismo que  la había ayudado a bajar del carro cuando en la madrugada, ebria, sudorosa y agitada, aun con las piernas temblando había subido las gradas para llegar a la habitación y con ropa haberse tendido en la cama. Amaneció empiyamada, el buen hombre de su esposo la había cambiado y le tenia el desayuno calientito en la cama. Que buen hombre se había conseguido, buen proveedor, buen padre y esposo y lo mas importante: tolerante con ella.

Sentada en el porche de la casa, con una humeante tasa de café en sus manos se fue yendo al pasado, al remoto suburbio de Queens en Nueva York, cuando a los quince años llena de ilusiones y vitalidad, firmes sus carnes y volátiles sus ilusiones había salido en una noche invernal con su amiga de la infancia a una fiestecita del barrio. No tomaba licor todavía, una o dos cervezas toda la noche, no como ahora que tal vez buscaba fuerzas y razones en el licor para justificar muchos de sus actos. Regresaron temprano, no podía llegar muy tarde, sus padres eran muy estrictos y tenían reglas a la vieja usanza de las familias hispanas. Venían caminando, sintiendo el viento helado de febrero en sus rostros, se juntaban, se abrazaban, se rozaban para calentarse y reían.

Ya en casa, se desvistieron rápidamente para meterse bajo las cobijas. El contraste del tibio ambiente de la calefacción con sus cuerpos fríos las hicieron juntarse, apretujarse, abrazarse, rozarse los cuerpos y las aun frías mejillas. Y entre risitas nerviosas y jugueteos la amiga, un poco mas osada y traviesa la beso en la boca. Sintió una punzada en el estomago e inmediatamente aparto a su amiga con nerviosismo. La amiga río, volvió y la abrazo, entrelazó sus piernas con las de ella y le dijo que eran solo jugueteos de amigas, que era normal besarse si realmente se querían como "mejores amigas". No recordaba muy bien como habían terminado hechas un nudo, un amasijo de piernas y brazos tocandose bajo las cobijas, respirando agitadamente, ahogando risas y suspiros, buscando sus bocas y entrelazando sus lenguas en la oscuridad. Si recordaba claramente que creyó, en un momento dado que se iba a orinar, pues su vientre se contrajo y una corriente, un chispazo de energía la recorrió desde el vientre hasta el húmedo sexo haciéndola expulsar un liquido tibio que no pudo contener.

Ahora lo comprendía, había sido orgasmo, intenso, único, maravilloso... y solo Dios sabia como había tratado de olvidarlo, de sepultarlo en los múltiples quehaceres de la vida matrimonial. Pero, era inútil, ella lo sabia. Si lógico, se casó, tuvo dos hijos, tenia un matrimonio "normal" y feliz; pero lo "otro", lo llevaba tatuado en su piel, en sus reacciones primitivas, en sus deseos, en sus instintos naturales. Pensaba en silencio mientras veía el sol salir de entre unas espesas nubes y entibiarle un poco la piel. Una mosca, furtiva y ligera trato de posarse en la taza de café y ella, instintivamente, sin pensarlo levanto su mano y la aparto. Exacto, dedujo, así como mi mano reacciono sin pensarlo y aparto la mosca, así reacciono yo ante una caricia femenina, ante una mirada insinuante, sólo actúo, respondo a mis instintos, esta en mi y... "que carájo me siento cómoda así!", terminaba con esta frase cerrando sus cavilaciones para dedicarse a sus actividades cotidianas.

El marido llegó, se acercó y le acaricio el pelo. Aun conservaba su oscura y rizada cabellera que la hacia lucir muy joven y contrastaba perfectamente con la piel blanca; ella le tomo la mano y se la besó; el, como el común de todos los hombres interpreto ese beso como una insinuación, como una invitación a proseguir los besos y las caricias en la alcoba. Ella, muy sutilmente le soltó la mano y le dijo que estaba cansada, que le dolía la cabeza, que otro día o que tal vez en la noche cuando los hijos estuvieran dormidos. El la beso en la frente aceptando sumisamente la disculpa y se alejó.

Lo vio alejarse y de pronto un sentimiento de remordimiento la envolvió, trato de llamarlo, de invitarlo a seguir con las caricias... pero se contuvo, como iba a profanar lo vivido la noche anterior, tenia las caricias vivas en la piel, el olor sofocante y pesado del encerrado ambiente en el carro, el gimiente ronroneo de su amiga en los oídos. Hubiera podido complacerlo, pero no, se abstuvo alejando de si cualquier sentimiento de culpa que la embargara.

Lo quería claro, lo amaba y le era fiel. Lógico que le era fiel!, por su puesto, razonaba muy segura de si: "seria incapaz de desvestirmele a otro hombre, de tener algún tipo de relación, que vergüenza que me viera desnuda". Estaba satisfecha con su esposo... no necesitaba otro hombre y eso, para ella era fidelidad. Esto era diferente, diferentísimo, no estaba engañando a su hombre con otro hombre, ella estaba bien con el, este era otro terreno, su marido ni nadie podía competir con "lo otro".

Las amigas se desnudaban para cambiarse de ropa, para ir al baño, para mirarse sus cuerpos, medirse ropa  y comparar su figura, era muy natural, no había vergüenza en ello, eran mujeres, el mismo genero. El terreno varonil de su hombre estaba respetado, era sagrado e intocable para ella, eso lo tenia muy claro en su vida y le permitía dormir en paz.

El buen hombre del marido salió calladamente de la casa y se alejo en el auto, sonreía tristemente pensando en su esposa. Anoche, cuando la desvestía para cambiarle la ropa le sintió el olor; el característico olor agridulce que deja la pasión mezclada con sudor y licor, la ropa apestaba a pecado, a traición, a secreto. "Secreto", dijo en voz alta, secreto que para el había dejado de serlo hacia mucho tiempo. Se preguntaba a si mismo si la costumbre puede mas que la razón, que la lógica. Y lo lógico era haberse separada hace mucho tiempo, desde aquella nefasta pero reveladora mañana en que llegó de prisa a la casa a recoger unos documentos que había olvidado.

Llego sigilosamente y en silencio para no hacer ruido y despertar a su esposa pues la noche anterior había salido (como de costumbre cada 15 días) con las amigas a celebrar el cumpleaños de una de ellas y estaba trasnochada. "Mujeres solas", le dijo cuando el quiso unirse al festejo y acompañarla; le toco quedarse en casa con los hijos, "como siempre" pensó. Al salir con los documentos en la mano y tratar de cerrar la puerta oyó un ruido, le pareció un quejido, un lamento procedente de arriba en el cuarto donde su esposa dormía plácidamente. Cerro nuevamente la puerta y subió las gradas tratando de ubicar e identificar la procedencia del quejido. Se acrecentó el quejido a medida que se aproximaba al cuarto, llegando a la puerta para abrirla y tomar la manija entre sus manos oyó claramente que el quejido procedía de dos gargantas no de una y que se hacia rítmico y jadeante. Se le helo la sangre, se le detuvo el pulso, se congelo el tiempo.

En esa milésima de segundo en que se congelo le cupo toda una vida; recuerdos, momentos, alegrías, llantos, nacimientos y orgasmos pasaron por su mente; secuencialmente rodaban las imágenes, de ella riendo, de el amandola, de los hijos, del perro, de la primera compra de la casa, del carro, del bote, hasta este momento en que tenia su mano aferrada y soldada al picaporte de la puerta.

Quiso irrumpir violentamente y afrontar la situación pero se contuvo, se sintió incapaz de ver una escena semejante. Trato de borrar de la mente a su amada esposa revolcandose desnuda con otro hombre, de ver ese cuerpo donde sólo el había puesto sus manos y depositado su inmenso amor siendo profanado por alguien. Respiro profundo y comenzó lentamente a abrir la puerta procurando hacer el menor ruido posible. Los gemidos, las quejas y los ayes se fueron acrecentando a medida que la puerta se abría, sentía el corazón salirse por su boca y las palpitaciones estremecer su cuerpo. Vislumbró reflejado en el espejo del tocador un cuerpo en la penumbra del cuarto arrodillado al borde de la cama, tardo unos pocos segundos en adaptarse a la oscuridad de la habitación. El otro cuerpo yacía en la cama con las piernas abiertas. La monocromía del lugar solo le permitía ver, contornos, siluetas sin detalle, pero enfocando con mas atención descubrió, para su asombro que el supuesto amante de su mujer era otra mujer!.

Se avergonzó, no supo que hacer, sólo cerró la puerta y bajó calladamente las gradas para subirse al carro y alejarse de allí lo mas rápido posible. "Una mujer", pensaba y la imagen del cuarto iba y venia por su mente en blanco y negro, en color, en cámara lenta, silente como en un sueño, luego ruidosa como en un carnaval, grotesca, burlesca. Estaciono el carro a un lado de la vía, el nerviosismo se había apoderado de su cuerpo, temblaba, se asqueo, sintió ganas de vomitar, abrió la portezuela del carro y doblo su cuerpo a un lado para tratar de expulsar la imagen, la visión, el recuerdo, el momento pero le fue inútil, la imagen estaba frente de el, cerraba los ojos y la veía, los abría y también.

Ese día trabajo hasta bien entrada la noche en la oficina, no quería verla y mucho menos acostarse en esa cama, donde en una repetición infinita veía los dos cuerpos rodar y rodar en una espiral inacabable. Durmió al borde de la cama esa y muchas noches mas para no tocarla, para no sentirla, para no enfrentarla. Se levantaba muy temprano y regresaba muy tarde, "exceso de trabajo" le decía cuando ella lo cuestionaba.

Aun ahora, en que avanzaba sigiloso por la autopista estatal rumbo hacia los pantanos de Everglades la imagen lo atormentaba, no había podido superarlo; tal vez si se hubiera separado hace 20 años ya lo habría olvidado, pero la tenia al lado todos los días. Cada que entraba al cuarto lo primero que veía era la imagen reflejada en el espejo de los dos cuerpos, por eso antes de salir de la casa había cubierto el espejo con una cobija para no ver el reflejo. O tal vez lo hubiera superado si el incidente hubiese sido algo fortuito, aislado, una única experiencia y nada mas. Pero no, ella había seguido saliendo y llegando borracha impregnada de alcohol y deseo, ese olor que lo fastidiaba, que lo mortificaba hasta el punto de querer acabar con todo y salir huyendo de la casa.

Cuantas veces, en la oscura soledad de la noche se despertaba asfixiado, acorralado pues su esposa dormida e inconsciente lo abrazaba y eso, a el le fastidiaba, le repugnaba y suavemente la apartaba y volvía a su refugio, al borde de la cama donde ella no lo alcanzaba. Otras veces era lo contrario; el inmenso vacío que dejaba la ausencia de ella en las noches lo desvelaba, no porque le hiciera falta, sino porque el tic-tac del reloj le taladraba el cerebro como en un martilleo infinito de segundos y minutos que lo mantenían dando vueltas en la cama hasta que ella llegara y lo arrinconara al borde de la cama.

Muchas veces había estado allí, en ese paraje boscoso y escondido de la civilización. Camino que encontró por casualidad y desembocaba justo al borde del pantano, "ideal para refugiarse, para esconderse y ponerle fin a este tormento" pensaba.

Apago las luces del carro, bajo los vidrios, el olor putrefacto de las aguas estancadas lo impregnó. Se quedo un rato sentado oyendo los ruidos del pantano, tratando de identificarlos; el croar de las ranas, el ulular de los búhos, el grillar de los grillos, el zumbido de los mosquitos, el graznido de los cuervos y el golpeteo amenazador de las mandíbulas de los cocodrilos que merodeaban por el pantano.

Respiro profundo sin importarle la fetidez del lugar, se sentía libre, seguro y optimista del cambio que iba a ocurrir en su vida. Bajo del carro y dio una vuelta al vehículo asegurando que su soledad allí era total. Abrió el baúl del carro y contempló por un momento el pesado bulto que ocupaba casi toda la cajuela. "El fin de mi sufrimiento se encuentra aquí", se dijo para sus adentros. Tenia la adrenalina al ciento por ciento y eso le permitió sacar el bulto del carro sin mucho esfuerzo y arrastrarlo al borde del pantano. Con los pies lo empujo, lo dejo rodar un poco para que se fuera sumergiendo en las pantanosas y oscuras aguas. No se hundió, se enredo en una rama que sobresalía de las aguas. Busco otra rama seca que encontró en los matorrales y lo empujo un poco. Se trabo mas en la rama, comenzó a sudar e intranquilizare. Trato con la rama de desenredarlo pero esta se rompió.

Dudo por un momento en avanzar hasta el bulto y desenredarlo el mismo. Dudo pero lo hizo, se sumergió en el pantano. La pesada y estancada agua le rodeo las piernas y se le dificulto un poco el avanzar por el lodo y la vegetación. Sudoroso y jadeante  llego hasta el bulto y forcejeo hasta desenredarlo, comenzó, ahora si a hundir definitivamente su tormento, su angustia. La tela del flotante pero pesado bulto se había rasgado con la rama y de pronto una mano fría salió de la abertura y lo asió por su antebrazo. Reaccionó y perdió el equilibrio, se hundió en el viscoso pantano, braceó y se levanto, pero la mano seguía aferrada a su muñeca. Intentó soltar dedo por dedo de esa fría mano que parecía una garra de águila aferrada a su presa. imposible, no podía, se agitaba, se impacientaba, luchaba, empujaba, inútil. En su desespero, en su angustia no noto que el ruido y el movimiento del agua había despertado a un habitante del pantano y cuando sintió el ruido en su espalda y giro, fue demasiado tarde, solo alcanzó a distinguir las abiertas mandíbulas del cocodrilo que se cerraron hermética y fatalmente sobre su cuerpo.

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