De hijo... a Papa

"El hombre no deja de amar cuando envejece, por el contrario: envejece cuando deja de amar" Pablo Picasso

"Let me tell you something with all respect, you have a beautifull daughter!". Dejé de leer la etiqueta del producto que estaba revisando en el supermercado y levante la vista, era un gringo alto y fortachón de más de sesenta años que me miraba con sonrisa de complacencia y admiración señalando a mi esposa, que con un ligero vestido de playa y su pelo aun mojado, caminaba hacia mi con algo de coquetería y gracia.

Ella enrojeció, yo sentí la sangre palpitar mas fuerte en mis sienes; "Gringo HP, es que estas ciego?", pensé. Pero al mirarlo, con su cara de abuelo y su sonrisa amable me calme diciéndome para mis adentros: "ciego no, con esas gafas esta viendo mejor que yo". "Oh thank you, really she is a wonderful woman!", le conteste y seguí con el carrito de compras por el pasillo y con Patita al lado, ya recuperada del asombro tratando de contener la risa por el comentario del gringo.

No era la primera vez que me pasaba. Unos cuatro o cinco años atrás, estando en el aeropuerto Internacional de Miami; mis dos hijos a la sazón de seis y tres añitos, jugaban a subir y bajar por una de las escaleras eléctricas de la sala de espera donde nos encontrábamos recibiendo a mis padres. Yo estaba absorto observandolos ir y venir todo el tiempo del primero al segundo nivel cuando un tipo con uniforme de seguridad se me acerco y me dijo crudamente: "Señor, no deje jugar sus nietos así que se van a salir cayendo en las escaleras". "Nietos!". Quise gritarle "pongase gafas, no ve que son mis hijos!", pero no, respire hondo para relajarme y llamando los muchachos me aleje del lugar.

En otra ocasión, disfrutando de una cena informal en un restaurante con los niños, mi esposa y la tía de ella (cincuentona de redondeces a lo escultura de Botero que se jacta y vanagloria de tener casi mi edad),  una pareja de norteaméricanos con claros y severos problemas de distorsión de la realidad y las edades, se nos acercaron a la mesa y nos dijeron: "Hi guys, (dirigiendose a la tía y a mi) you have an adorable daughter and two precious grandchildren, congratulations". El bocado de comida que me estaba llevando a la boca se me atranco, enrojecí y tosí, no pude responderles su atrevimiento y solo los mire mientras buscaba algún liquido para bajar el enojo y la comida. La tía, en cambio disfrutaba del alhago, se esponjo, saco pecho, por un momento pensé que su apretado vestido se le iba a romper a lo "Incredible Hulk". "Gracias... thank you!", les repetía mientras me miraba saboreando el momento de la osadía. Mi esposa, al ver que me estaba hundiendo y reduciendo en tamaño debajo de la mesa, salió en mi rescate y les dijo tomandome la mano: "Oh no, he is my husband and she is my aunt, but thanks  for the compliment". Ahora era yo el que miraba a la tía y retomaba mi lugar. La pareja de norteamericanos adularon un rato los muchachos y después se despidieron felicitandonos de nuevo y disculpandose por el equivoco.

Ya mucho tiempo atrás en mi veintena había estado en el otro extremo, el del muchacho con la mujer mayor, el hijo con la mama; ahora era el hombre mayor con la muchachita, el papa con la hija, el "Caballo Viejo" de la canción de Roberto Torres.

Por aquella época, con mi primera esposa, que a la inversa era ella quien me llevaba unos cuantos años de ventaja transitando por este mundo, la confusión era similar: pero las reacciones muy distintas. Recuerdo que una vez habíamos comprado no se que articulo y teníamos que devolverlo; fui a la tienda y el dependiente no quiso por ningún motivo recibir el articulo de nuevo, así que salí del lugar para subirme al carro. Ella me escuchó y se bajo del carro con el articulo. Se paro de frente al pobre empleado de la tienda y comenzó con una retahíla de improperios e insultos por la negativa, pero cuando el dependiente le dijo que "ya le explique todo a su hijo señora", ahí fue el clímax, el acabose; exploto, vocifero, insulto, trato de subirse por encima del mostrador para demostrarle que ella no era ninguna "vieja" y que podía con cualquiera.

Esas era las reacciones usuales; yo el apaciguador, ella la incontrolable. No una sino muchas veces. Desde el día del matrimonio, cuando entre a la iglesia vestido todo de blanco impoluto y se nos acerco el cura para decirnos que las primeras comuniones eran el mayo no en agosto. casi que se hace excomulgar con su algarabía y alboroto en la iglesia, la mayoría de los invitados ahogaron sus risitas por temor a la represalia, por poco se frustra el matrimonio.

Pero no se frustro, se consumo, me dio la felicidad de una hija y se prolongo por mas de 20 años. Mas sin embargo en el transcurso de ese tiempo nunca entendí por que reaccionaba tan agresivamente a la confusión por las disparejas edades. Y nunca lo entendí, aun ahora que estoy en sus zapatos pues a mi, la confusión me causa risa y tal vez un poco de orgullo machista de verme acompañado en esta segunda oportunidad por una mujer mas joven y con brios para las afugias diarias del hogar y el trabajo.

Que me sigan diciendo "abuelo" de mis hijos y "papa" de mi esposa poco me importa y creo que a ella tampoco; se ríe enfrente de cada incidente, me coge la mano, me abraza, me reafirma su amor, su compromiso de caminar por la vida a mi lado. Me acuerda, hace muchos años, antes de que nacieran nuestros hijos, en Nueva York, en que por casualidad coincidimos en una reunión con una conocida vidente y astróloga de Queens, en medio de la charla le tomo la mano a mi esposa y volteandola por el lado de la palma siguiendo con el dedo una linea imaginaria le dijo: "no se preocupe mijita que usted va a tener viejo para rato". Lo decía refiriendose a nuestro recién compromiso adquirido y la normal aprehensión que mi esposa tenia al comenzar la relación.

Han pasado trece años desde aquellos tormentosos e inseguros comienzos en que tome la decisión de abandonar Nueva York, la ciudad que me acogió por mas de 16 años y de la cual, a pesar de mis locuras, de mis osadías, de mis irresponsabilidades e inmadureces salí ileso, fortalecido y con ese premio, con ese regalo que el destino me dio y que se llama: Patita.

Picasso, en el otoño de su vida cuando le preguntaban la edad respondía muy solemnemente: "Tengo la edad de la mujer que amo y me ama,  que me permite aun pintar y fornicar todos los días". Eso lo decía a los 90 años y a mi, honestamente aun me falta mucho para alcanzar esa edad.


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