Del libro a la tableta

Tanta fue la cantaleta de mi esposa con mis libros esparcidos por todas partes y acumulados en cajas, estanterías, repisas y la mesita de noche que decidí dar el salto tecnológico a el "E-Reader" o libro digital para ahorrar espacio en la casa y comprimir toda mi biblioteca en ese minúsculo aparato que según los entendidos viene a revolucionar completamente el habito a la lectura.

Un buen día ella, muy solícitamente, me sentó enfrente del computador a mostrarme los beneficios y cualidades de la rectangular invención; los había de todos los colores y variados tamaños pero no mayores de 7 pulgadas de alto. De diferente espesor y peso, con pantallas monocromáticas o de alta definición y brillantes colores, unos con conexión inalámbrica a la red para bajar los libros directamente de las librerías virtuales que abundan en el ciber espacio y otros con puertos "USB" para conectar a la computadora.

No lo voy a negar, me sedujo la idea. Yo que en mis años de escuela elemental aprendí a sumar y restar en algo tan obsoleto y descontinuado llamado "Abaco", para después, pasar en el bachillerato a la indispensable "Regla de tres" de las matemáticas y luego en la universidad a la inseparable compañera de álgebra: la calculadora "Texas Instruments", no me iba a dejar amedrentar por un pequeño aparato de bolsillo para leer libros por muy sofisticado y futurista que fuera.

Salimos camino a la tienda mas cercana de electrónicos y de cuanta tecnología existiera en el mercado. En la sección dedicada a la exhibición de estos maravillosos artefactos me deleite sopesándolos, midiéndolos, sintiendo la textura de su superficie en mis dedos, hundiéndome en sus abrillantadas pantallas y navegando en todas las opciones y aplicaciones que ofrecían. No podía creer que todo el volumen de la biblioteca del Congreso de los Estados Unidos pudiera caber en esas 28 pulgadas cuadradas de tecnología.

A punto estuve de comprar el primero que me gusto, cuando, a mis espaldas vi otros artefactos un poco mas grandes que inmediatamente llamaron mi atención. "Tabletas" me dijo el vendedor, "son mas grandes, tienen mas opciones, le permiten ver vídeos, recibir y enviar e-mails, oír su música preferida, navegar en la red, tomar fotos de alta resolución, filmar vídeos, chatear con sus amigos en directo y con imagen, buscar direcciones, encontrar restaurantes, ver el clima...", lo interrumpí  "¿y el teclado, lo venden por separado?", le pregunte ingenuamente al dependiente. Mi esposa soltó una risita nerviosa como disculpándose con el vendedor por mi atrevida pregunta, este, con cara de resignación y con  mirada de sacerdote a punto de bendecir la hostia tomo mi dedo indice para tocar la pantalla de la tableta y así milagrosamente aparecer en ella, en la mitad inferior el teclado digital que me permitiría hacer todas estas maravillas que el vendedor muy pacientemente me había explicado.

Salí de la tienda con la tableta en la mano, incrédulo, infinitamente poderoso con todo ese portento de tecnología que llevaba para mi casa. Cerré los ojos por un momento y me vi, utópicamente, sentado en un parque bajo la sombra de unas palmeras leyendo en la tableta un libro, ojeando otro más, de los miles que podía albergar en la memoria, revisando mi correo, enviando fotos; luego me vi en la casa, en mi sofá preferido, con mi habitual copa de vino, buscando autores, buscando libros, leyendo, releyendo y al fondo, una música suave, relajante. "La dicha absoluta", pensé, "lo ultimo que me faltaba para completar mi felicidad". 

Los libros los pude bajar e instalar, fotos unas cuantas y un puñado de mis canciones preferidas. Esa noche, mi esposa me permitió sentarme en el trono del Olimpo y disfrutar de la lectura hasta que nos fuimos a dormir. La idílica felicidad se extendió hasta el lunes en la noche. Apenas me hube sentado, oí la dulce voz de mi mujercita diciéndome: "No te olvides de sacar la perra a pasear", deje estoicamente la tableta en la mesa y salí con la perra a su habitual caminata nocturna. Llegando me dirigí directamente al sofá pero no alcance a llegar, en el camino, de nuevo la dulce voz de mi esposa penetro a mis oídos con un: "Ayudame con las tareas de Lucas mientras yo termino con mateo". Mire la tableta y la vi lejana, inalcanzable, resignadamente me dedique a revisarle las tareas a mi pequeño hijo. Una interminable hora duro la revisión y corrección de las tareas. "Terminé", me dije para mis adentros, volví a mirar la tableta y encaminarme de nuevo hacia ella, pero mas veloz que mis pasos, la dulce voz de mi mujer esta ves taladro mis oídos con un "acuerdate que el niño tiene que leer todas las noches por una hora", volví a mirar la tableta, pero esta vez no la vi, "es por mi ofuscación", pensé. Culminada la lectura con Lucas, ya no fue mi esposa la que me pidió algo, fueron mis hijos que tenían hambre; un emparedado para uno y cereal para el otro. Mire el reloj y eran las once de la noche. A dormir sin leer!

La siguiente noche mi hijo, el mayor me pidió prestada la tableta para hacer un proyecto de la escuela y yo abnegadamente se la facilite. El próximo día, en la noche fue el pequeño que tenia que leer directamente del "web-site" de la escuela y la tuvo que utilizar. La cuarta noche ya no aguante; fui directamente al garaje y abrí las cajas donde mi esposa me había guardado los libros para donarlos a la biblioteca del barrio, los saque uno por uno, los acaricie, los ojee, entre una silla al garaje, le eche llave y me puse a leer!.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Turquia - Un pais magico (Parte 1)

Los fans de Messi

Con buen hambre no hay pan duro