El adios de Santa Claus

Entre abrí los ojos simulando estar dormido y lo vi, venia en puntillas con la bicicleta al hombro. Mi corazón palpitaba agitadamente, pero logre contener la creciente emoción hasta tenerlo cerca de la cama, el "Niño Dios" que venia con mi anhelado regalo navideño resulto se mi papa!.

De esta forma y a los 10 años perdía una de las tradicionales fantasías de la infancia y comenzaba a transitar el camino de la pubertad con los temores y ansiedades propios de la edad.

Y es que el hechizo de lo mágico, el encanto de la fantasía radica en eso, en el misterio que oculta el hecho, en el asombro que nos produce lo inexplicable que oculto tras el velo del misterio nos desconcierta ante su aparición.

Los regalos que misteriosamente aparecían al día siguiente debajo de nuestras camas, en el pesebre navideño o mas recientemente el el arbolito de navidad, estaban envueltos en ese halo de fantasía que la tradición ha hecho perdurar hasta nuestros días. la cual, de niños la vivimos con emoción e incredulidad y de adultos la preservamos para las siguientes generaciones.

Afortunadamente, en este país, al "Niño Dios" le quitaron esa tremenda responsabilidad de entregar regalos a todos sus congéneres del mundo con solo unas horas de nacido, titánica labor que solo El podía hacer por ser hijo de Dios.

Aquí, los "gringos" se han montado toda una infraestructura al rededor del legendario "Papa Noel""Santa Claus", que de entregar unos cuantos regalos en una remota aldea perdida en el hemisferio norte, con un destartalado trineo y dos viejos renos tirando de el, ha pasado, gracias a la magia de "Hollywood" y el comercio, a tener un ejercito de "Gnomos" o enanitos, que alegremente esclavizados empacan regalos todo el invierno, en una inmensa factoría ubicada en el polo norte con personal administrativo y toda la parafernalia de una empresa norteamericana del tercer mundo.

Lo han hecho creíble, la magia de los regalos continua, pero "Santa Claus" es real. No lo encontramos en los centros comerciales oyendo a los chiquitines que emocionados y perplejos se dejan tomar fotos y cargar de "Santa", sale a las calles a pedir donaciones, aparece en todas las fiestas de las escuelas, se le ve en televisión y participa en concursos y promociones.

Debido a todo este montaje publicitario y comercial del bonachón y barbado "Santa", con mi esposa decidimos, desde muy temprana edad de nuestros hijos, realizar la fiesta de Nochebuena en casa con llegada de santa a la media noche. Comenzamos a seleccionar quien de la familia haría de santa y que con el disfraz pudiera pasar desapercibido ante la perspicacia de nuestros hijos y sus amiguitos.

Encontramos en Nueva York al candidato ideal: "Marquitos", un excuñado que quedo como un hermano mas en la familia; bonachón y bien alimentado como el venerable Papa Noel, encajaba perfecto en el disfraz y estaba dispuesto a colaborar con la fantasía de los muchachos.

La fiesta de Nochebuena comenzaba todos los años con la tradicional "Parranda Navideña" donde abundaba la música, el baile y la comida. Faltando 10 para las doce mi esposa  llamaba los niños al patio trasero de la casa para que miraran al cielo a ver si descubrían el trineo con Santa que venia en camino. Mientras esto sucedía, Marquitos en el garaje se enfundaba en el rojo y afelpado disfraz con su barba ensortijada, gorro y gafas redondas. En unas grandes bolsas empacábamos los regalos por familias invitadas y se paraba en la puerta de la casa justo al sonar las doce.

Santa, así, cargado de bolsas llenas de regalos tocaba la puerta y los muchachos se abalanzaban en tropel al recibimiento del milagro hecho realidad. Jo, Jo, Jo, Jo! cantaba Santa al abrir la puerta y los muchachos enmudecían asombrados, sus pupilas se engrandecían, unos temblaban de emoción, otros saltaban en frenesí, reinaba la sorpresa, la magia, el hechizo.

Santa tenia su silla especial donde se sentaba y desde allí comenzaba a destapar bolsas y llamar a los muchachos que, exaltados y alucinados corrían por su regalo sin dar crédito a lo que sus agigantadas pupilas veían: Santa en persona entregandoles sus  tan anhelados juguetes.

Destapaban al instante sus regalos y nosotros los papas nos tocaba correr detrás de ellos para ir guardando los juguetes en medio de esa confusión y algarabía de los chicos. Se levantaba Santa de su asiento para despedirse y nuestros hijos aun no salían de su asombro. Aun después de cerrar la puerta y Santa desaparecer en medio de la noche ellos seguían mirando por la ventana y corriendo al patio a ver si lo veían alejarse en su trineo en medio de las nubes.

Revivo en mi mente esos fantásticos momentos que vivieron nuestros hijos a través de sus años infantiles y me estremezco de emoción al recordarlos, aun puedo ver sus caritas llenas de felicidad y asombro, la inocencia reflejada en sus rostros fue nuestra mejor recompensa por esos momentos fantásticos que les dimos en esa edad.

Este año santa no viene, la inocencia se ha perdido, Santa esta ahí, pero los regalos se los compran papi y mami. Los amigos, la televisión y el internet se encargaron de robarles esa fantasía, de arrebatarles esa ilusión. Mi esposa esta triste, "algún día tenia que suceder" le dije para consolarla, ya son hombrecitos, adolescentes, ahora "negociamos" con ellos los regalos de acuerdo a su comportamiento durante el año y los colocamos debajo del árbol para destaparlos el 24 pues lo único que sigue igual es la Parranda Navideña!.

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