Una Ilusión rota


 El Preludio

Por Tinder se conocieron. Por la magia del bisturí digital se gustaron. Lucían radiantes, aclarados de piel, lisos de imperfecciones, con sonrisas de publicidad de crema dental. El buscaba un encuentro casual, uno más en su larga lista. Ella, toda tierna, toda dulce, buscaba un amor, una ilusión que le llenara el vacío tan grande que tenía en su vida. Pactaron conocerse; todo por internet, todo por texto, aun sin hablar.

Camino a su primera cita; el todo perfumadito, bien vestidito, recién peluqueado, soplaba fuerte en sus dos manos para luego oler el aliento y comprobar que su higiene bucal estaba excelente. De un brinquito saltó a su camioneta 4X4 doble cabina, se sintió grande, exitoso, a la altura del encuentro.

Su estrategia siempre le había funcionado. Hasta ahora ninguna se había resistido a su depurada táctica; tenía las frases precisas en el momento indicado, la fingida cara de soledad y desamparo antes de dar el primer beso, la aclaración al momento de conocerlas de que no buscaba sexo, que era de relaciones largas y que venía de una ruptura que lo había derrumbado, que por eso irían muy despacio. Así poco a poco, por ese camino de soledad que les dibujaba, las iba manipulando, adentrándose en sus sentimientos, para que luego ellas, percibiendo la desolación y el desamparo en que se encontraba, sintieran la urgente necesidad de abrazarlo, de mimarlo y cuidarlo, entrando dócilmente, sin saberlo, de la mano del seductor a comer del árbol del fruto prohibido entregándose en cuerpo y alma.

Ella, en la ducha afeitándose el pubis, pensaba y miraba la foto bellamente retocada que exhiba el en su perfil; no era el prototipo de hombre que buscaba, su rostro era varonil, más no armónico, estaba en los treinta y era delgado, eso era un punto a su favor. Por lo demás le atraían los gomelitos, los chicos de bien, de estratos sociales altos, bonitos y con ropitas a la moda. Llevaba más de nueve años sin una relación estable, de esas en las que te enamoras y te revoletean mariposas en el estómago. Si había tenido sus encuentros esporádicos, no lo iba a negar, más para calmar el hambre de sexo que otra cosa. No se arrepentía, los había disfrutado, le ayudaban a soportar la rutina del día a día, pero, así como habían llegado fugaces y chisporroteantes, se apagaron rápidamente sin dejar huella alguna.

-Tiempo al tiempo, ya veremos cuando lo conozca-, pensó mientras observaba, esparcidos por la cama un reguero de vestidos sin decidirse cual usar en la primera cita.

Él llegó temprano a la reunión, parqueó la 4x4 de reversa en un espacio desde el cual podía divisar todo el lugar. Se apoltronó en el asiento, descendió unos grados la temperatura interior del vehículo para no sudar pues afuera hacia un calor infernal. Encendió el celular, buscó la foto de la muchacha y comenzó a divagar sobre ella. Se veía muy joven, aparentaba menos años de los que indicaba en el perfil, la piel acaramelada contrastaba con la negrura de su pelo, lucia pequeña y delgada, la risa y la mirada denotaban timidez. Tendría que ir con cuidado, sin precipitarse pues la asustaría y se quedaría sin ese tierno bocado.

El tiempo corría y aun no escogía la vestimenta adecuada. Se estaba irritando con ella misma por su indecisión; trató de apaciguarse pues comenzaría a sudar y se le arruinaría el baño, la perfumada y el maquillaje. Siempre era lo mismo, dudaba de como la verían los demás, de que impresión causaría en la gente al llegar a un sitio. Entrando a cualquier reunión o restaurante, trataba de pasar desapercibida, caminaba con sutileza como deslizándose por una banda eléctrica para no hacer ruido, pero con el rabillo del ojo chequeaba quien la observaba; usualmente se sentaba en los lugares más apartados donde nadie detectara su presencia.

A pesar de que su cuerpo era armónico, delgado, de curvas suaves y ondeantes, con un color de piel de ébano envidiado por las desteñidas gringas; no se sentía confortable consigo misma. Se apenaba de su mestizaje, de su herencia india, africana y española. Se avergonzaba de su larga cabellera risada que como una cascada de aguas turbulentas le caía sobre sus hombros haciéndola apetecible y deseada sin sospecharlo. Por eso pasaba largas horas en el baño tratando de alisarse el cabello escondiendo su esencia, su autenticidad, su etnia.

Obsesionado con la pulcritud y la limpieza, encerrado en la cabina de la 4x4, levantaba los brazos y se olisqueaba las axilas en busca de un mal olor; solo percibía el desodorante y el ambiente perfumado de la cabina que reciclaba una y otra vez el aroma de la costosa loción que expelía su cuerpo. Estaba listo, la adrenalina y la espera tensaban sus depilados músculos; se sentía un felino depredador escondido en los matorrales de la sabana africana acechando su presa, oteaba en la distancia en busca del automóvil blanco en que ella vendría. En la concurrida avenida, unos minutos después de esperar intranquilo, un sedán blanco giró a la derecha y se adentró al estacionamiento, el cazador se preparó para el encuentro.


 La Cita

Ella estacionó el carro cerca de la 4x4. En seguida supo que era el, aun sin verlo, pues en una de las fotos aparecía sentado atrás en el cajón de la camioneta con ropa deportiva y una gorra de beisbolista calzada con la víscera hacia atrás. El típico macho alfa, dedujo mientras apagaba el carro y se apeaba del mismo. Un inusual estremecimiento le recorrió el cuerpo al verlo saltar de la camioneta al suelo con una agilidad felina y depredadora.

Con paso firme avanzó hacia ella, le extendió los brazos con una familiaridad de años, ella se quedó quieta y se dejó envolver por el fuerte abrazo, por la loción que brotaba de su cuerpo y por la recia personalidad que emanaba; se sintió frágil e indefensa en sus brazos, se inquietó un poco, pero decidió dejarse llevar y conocerlo mejor. La invitó a subir a la camioneta e ir a pasear por el boulevard de la playa. Ella prefería un lugar encerrado con aire acondicionado, pero no fue capaz de insinuárselo, aun cuando su cuerpo comenzaba a transpirar por el calor.

Al abrirle la puerta de la camioneta, se quedó parada frente al estribo para subirse sin saber cómo hacerlo con la elegancia requerida de una niña de bien, levantar una pierna para alcanzar el punto de apoyo o colocar la rodilla y gatear, se vería muy mal, se descuadernaría toda y que vergüenza. En ese instante de duda el hombre se acercó por detrás al verla titubear, le agarró con sus fuertes manos por la cintura para alzarla con una facilidad asombrosa y depositarla en el asiento del conductor en una acción tan repentina y audaz que ella no tuvo tiempo de reaccionar ni de impedirlo. Pronunció un -Thank you- aun en estado de estupor. Siguió, eso sí, sintiendo las férreas manos del hombre sujetas por detrás de su cintura al tiempo que se le aperlaba la espalda de gotitas de sudor produciéndole un delicioso placer al rodar por la espina dorsal hasta perderse donde esta terminaba. Trató de controlar ese impulso, ese deseo incipiente que la invadía.

Lo que ella no sabía era que al sudar expelía un olor dulce y aceitoso a selva tropical, mezcla de humedad y plantas exóticas que para muchos era un afrodisiaco irresistible. Todo un banquete para los sentidos del olfato, el gusto y el tacto que un amante experimentado sabría aprovechar. Eso ella no lo sabía aun, pero ya lo descubriría y no precisamente con él.

El hombre, con la sangre brasilera corriéndole por las venas era extrovertido, conversador, dado al abrazo espontáneo, al contacto físico, a la caricia desprevenida y el justo detalle sorpresivo. -Por qué no lo había conocido antes-, caviló mientras él no paraba de habar y ella de responder con monosílabos en un revoltijo de spanglish y portuñol inentendible a ratos para ambos.

Afortunadamente para ella y su preocupación por la sudoración, conversaron todo el tiempo que duró la cita en la camioneta, solo en un momento él se bajó de la 4x4 y compró unos helados para calmar la sed. Quedaron en verse el fin de semana, quería presentársela a su grupo de amigos. La cita seria en un restaurante en la playa para un brunch un sábado en la mañana.


La Ilusión

El grupo de amigos del brunch, a pesar de ser nacidos acá, eran de ascendencia hispana y sus esposas hablaban español, lo cual facilitó una fluida y amena charla entre todos. La escrutaron de arriba abajo, le preguntaron, la cuestionaron, la sondearon; saliendo airosa del interrogatorio. Después pasaron a ensalzar las cualidades y virtudes del atento y cariñoso galán que de vez en cuando le cogía la mano y se la besaba, la abrazaba, le retiraba el cabello que le cubría la frente haciéndola sentir en las nubes.

En un momento sorpresivo entró al restaurante una mujer despampanante, exuberante, de risa fácil y movimientos voluptuosos. Resulto ser la querida madre de nuestro protagonista que venía a conocer la más reciente conquista del adorado y consentido hijo. Hubo abrazos, besos, risas y los mejores augurios para la nueva pareja.

Después de esta primera cita los acontecimientos giraron vertiginosamente en forma ascendente que no hubo tiempo de digerirlos ni analizarlos. Nuestro protagonista la envolvió en un torbellino de atenciones, salidas a restaurante, visitas en la noche a la casa, ramos de flores sin motivo alguno que fueron llenando la sala de aromas y colores vistosos, joyas y promesas de una vida juntos y felices.

Se les veía apoltronados en la sala viendo TV, adormecidos como una pareja con muchos años de convivencia, desayunando temprano los fines de semana en la cocina, tirados en el suelo jugando con los perros, en fin, la pareja perfecta.

La hizo sentirse parte de su mundo, de su vida, de sus sueños y projectos y lo mas prometedor, de su futuro. Ella como la cenicienta del cuento de hadas, envuelta en la bruma de una ilusión, se desconectó de la realidad, se sumergió de lleno en esa utópica fantasía hasta el punto de que las amigas entre envidiosas y sorprendidas, planificaban boda y escogían nombres para los hijos venideros.


La Desilusión

Pero como de todo sueño hay que despertar y toda ilusión se desvanece, se llegó el día, el nefasto momento en que el la citó a conversar. La tarde estaba lluviosa, negros nubarrones oscurecían el firmamento, como si un presentimiento de infinitas amarguras se desplomara del cielo cayendo sobre ella. Quedó en shock, escuchaba las palabras lejanas, como si no fueran para ella, como si no salieran de la boca de él. No entendía, no procesaba la información recibida. Se quedó sentada, anclada en la silla como si una ciclónica fuerza magnética no la dejara levantarse y seguirlo y preguntarle porqué, en que fallé, que hice de malo. Lo vio alejarse, lo vio subirse de un ágil saltico a la 4x4 para luego perderse en el intenso tráfico de la avenida.

Esa noche, en la duermevela de la agonía, las palabras finales le llegaban como pedruscos en un cristal que se iba resquebrajando, que se iba astillando hasta volverse añicos. Era su corazón el que se astillaba. Palabras sueltas, frases incoherentes: -me estoy desviando de mi objetivo, -mi negocio esta primero, -no tengo tiempo para una relación, -no puedo, -no debo, -no por ahora, -no sé cuándo, -no es nada personal, adiós.

Le dolió, lloró, moqueó, se preguntó mil veces que había hecho de malo en esos cuatro meses de idílico amor para que él la hubiera dejado. Mas que afectada por la decisión que él tomó, estaba preocupada en que falló y eso la angustiaba a tal grado que quería dormirse y no despertar jamás. Se sentía indigna de cualquier relación. En un momento dado, en medio del llanto quedó convencida de que, por no ser merecedora de ningún amor duradero, era que buscaba relaciones esporádicas que la satisficieran momentáneamente.

- ¿Por qué la vida me trata así, porqué el universo me niega un amor? -Se preguntaba una y otra vez tendida en la cama sin ánimo de nada.

No encontraba como desintoxicarse de ese amor, no podía borrar las caricias de su cuerpo, los besos y los abrazos aun los sentía en las noches interminables de soledad, esperaba en vano una llamada de arrepentimiento, un texto que le explicara que fue una broma, que todo estaba bien y que -mañana te recojo para desayunar Baby, -. Pero nada, el teléfono seguía en silencio y la habitación y su vida en penumbras.


El Renacimiento

Lo que ella no sabía aún, era que este supuesto fracaso era una experiencia de aprendizaje, una enseñanza dolorosa, que le heria el corazón mortalmente, pero que era la única forma de evolucionar.

Estas cicatrices en el corazón, estos rasguños del alma la estaban preparando para el amor verdadero. Se estaba acondicionando para una relación que la haría estremecerse desde los cimientos, que le cambiaria el rumbo de su vida 180 grados; aun no lo sabía, pero le llegaría, solo tenía que seguir caminando y experimentando. 

Un buen día un rayito de sol entró por la ventana y le iluminó el rostro, se fue deslizando por las paredes, por los muebles, llegó al suelo y se apoderó del cuarto llenando de colores el recinto. Se había desintoxicado, volvía a vivir. Se levantó de la cama, se dio una ducha interminable, se estregó el cuerpo para borrar las ultimas caricias, para desaparecer las huellas de los últimos besos; los olores de su cuerpo los enjuagó y dejó que todo se deslizara por la bañera y se lo tragara el desagüe. Había renacido como muchas veces en el pasado, solo que ahora, al mirarse en el espejo el bruñido cristal le devolvió una imagen diferente.


El Encuentro

El bullicioso boulevard de la playa hervía de gente caminando de arriba abajo, olisqueando los puestos de comida, probando los refrescantes cocteles que a gritos ofrecían los vendedores, comprando baratijas y artesanías. Los altoparlantes estridentes repartían a los cuatro vientos música tropical, en las aceras las parejas bailaban exhibiendo sus mejores pasos.

En una esquina, bajo un toldo gigante, refugiándose del candente sol, una muchacha de cuerpo armónico, delgado, curvas suaves y ondeantes, y piel de ébano se contorsionaba al ritmo de los tambores, la cadencia de sus movimientos recordaba las tribales danzas de la milenaria África. Golpeaba el suelo con los pies descalzos al ritmo de los tambores, su larga cabellera risada como una cascada de aguas turbulentas le caía sobre sus desnudos hombros haciéndola apetecible y deseada sin sospecharlo. La piel, abrillantada por el sudor expelía un olor dulce y aceitoso a selva tropical, mezcla de humedad y plantas exóticas que para muchos era un afrodisiaco irresistible.

Sin ella saberlo aún, un joven alto y trigueño la observaba embelesado. Se le fue acercando, a medida que se aproximaba trataba de imitar sus movimientos y acoplarse a su ritmo. Al llegar a ella, le tomó una mano, la hizo dar vueltas danzando para luego con ritmo y una sincronización perfecta desplazarse por toda la pista.

-Me recuerda usted de dónde vengo señorita; de la selva tropical,

- le dijo el exhibiendo una sonrisa franca y contagiosa.

Ella lo miró directo a los ojos y para sus adentros se dijo, -te he estado esperando.

 











  


Comentarios

  1. Es una alucinante historia y muy bien contada .. felicitaciones por esa gran capacidad de hacernos volar la imaginación .. en buena hora escritor 👍🏻 Att . Fredy Pérez

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