El Tocadiscos Phillips


 Cuando llegué a casa después de una semana de arduo y estresante trabajo la encontré vacía. Mis hijos, el uno trabajando y el otro donde la novia, estaban ausentes y mi esposa; raro en ella, se había ido al salón de belleza. Me encontré en soledad, cosa muy infrecuente en casa donde siempre hay alguien para conversar o algo que hacer para mantenerme ocupado hasta que entre la noche y caer rendido en la cama hasta el siguiente día. Aproveche para destapar un “Campo al Moro”, denominación Toscana del 2015 que tenía en la nevera a 62 grados f, desde hacía largo rato aguardando una ocasión especial. Apenas la descorche el añejo buque a roble y uvas secas me envolvió y al catarlo me deje llevar por la nostalgia y los recuerdos. Me senté en la sala, puse la casa a media luz y le sugerí a Alexa que buscara el Festival de san Remo del 71. “El Corazón es un gitano” de Nicola Di Bari me abrió las puertas del pasado, me sumergí. 

Estaba en los 15 eneros, todo hormonas, ímpetus y espinillas. Con deseos acumulados, ansias alborotadas y la libido buscando un desahogo que no aparecía por ningún lado. Me debatía entre el romanticismo de la época con una noviecita de mi edad o una hembra veterana en la que vertiera todas mis apetencias acumuladas, pero ni la una ni la otra; solo con el triste y solitario consuelo de las encerronas en el baño a las horas menos pensadas y en todo momento. Nicola Di Bari dio paso a “Nina, Nana” de Capitulo 6; ya no estaba sentado cómodamente en mi casa en Boca Raton, ahora estaba en la sala de la casa en el viejo barrio de San Nicolas donde crecí. Mi papa nos había comprado la primera radiola Phillips con patas de madera, con un compartimiento abajo para colocar los discos de 33 revoluciones y arriba, tapa nacarada el flamante plato del tocadiscos con adaptación para discos sencillos. Estábamos, mis hermanas y yo inflamados de orgullo y felicidad con el regalo. Salimos en tropel al centro a comprar los discos para poder estrenar el tocadiscos. Del Barrio nos fuimos caminando, casi que al trote para dirigirnos a la Casa Musical Alcibíades Bedoya que no estaba cerca, pero hicimos el trayecto casi sin sentirlo por la emoción y el deseo de oír la música.

Compré el del Festival de San Remo del 71 y uno de Piero con “Mi viejo” incluido y mis hermanas uno de baladistas del momento que incluían entre otros a Claudia de Colombia, Isadora, Billy Pontony y Fausto. Nos regresamos a toda prisa con los acetatos debajo del brazo cuidándonos de no romperlos por el agite y el correteo para llegar a casa.

La emoción se agiganto cuando el circular disco negro de vinyl recibió la aguja que comenzó a rodar por sus surcos permitiendo que el sonido se esparciera por toda la casa y nos elevara a grandes alturas.

Que tiempos lejanos y felices eran aquellos; de inocencia y descubrimiento, de sueños y anhelos, de enamoramientos fallidos y futuros indefinidos. Acá sonaba “Como estas” de Doménico Modugno, mientras el vino avivaba mis pretéritos recuerdos. Allá en mi barrio cantaba yo a grito destemplado “Que será” de José Feliciano. Llegaron unas amigas de mis hermanas y al momento como grupo mayoritario que eran, se apoderaron del tocadiscos y entre risitas y miradas furtivas que me hacían las muchachas recién llegadas, me cambiaron la música. Se envalentonaban invitándome a bailar y yo acorralado en un rincón, me aferraba a un asiento mientras me hacían señas para integrarme al grupo y compartir con ellas.

La fantasía superaba la realidad. En mis sueños era el conquistador, el muchacho que sin timidez y desvergüenza las enamoraba a todas y ellas seducidas y rendidas ante mis insinuaciones caían a mis brazos para complacer mis deseos. En la vida real; vida cruel y llena de limitaciones, la timidez y la vergüenza me dominaban, se me atropellaban las palabras; palabras y frases que tanto había entrenado, que tanto había pulido, pero que al salir por mi boca se enredaban, se agolpaban y solo alcanzaba a balbucear unas cuantas incoherencias que me dejaban en ridículo.

Cerré los ojos mientras paladeaba otra copa de vino; la seductora voz de Sergio Endrigo entonaba “Una Historia”. Muchas lunas con sus soles habían pasado por el cielo desde aquellos brumosos recuerdos, ahora con mis 65 eneros, curado de timideces y vergüenzas, apoltronado en la comodidad del sillón veía pasar mi vida en secuencias de video clips; cortos momentos trascendentales que me desviaron del camino, decisiones improvistas que me torcieron el rumbo, retrocesos y avances, perdidas y conquistas, fracasos y triunfos que se fueron acumulando y llevaron mis pasos ha rumbos desconocidos e insospechados. Eran la suma de mis días y como “La canción de la vida profunda” de Porfirio Barba Jacob, que en uno de sus versos dice:

“Y hay días en que somos tan sórdidos, tan sórdidos,

Como la entraña obscura del oscuro pedernal,

La noche nos sorprende, con sus profusas lámparas,

En rútiles monedas tasando el bien y el mal.”    

Pero, cada paso, cada desvío, cada retroceso me llevaba inexorablemente a esto, a ser la persona que soy ahora y no otra, a disfrutar de la familia que tengo ahora y no otra, a sentarme a rememorar, a verter mis memorias en palabras, en frases e historias que dejaran un legado a mis hijos y su descendencia.

Mis amigos de aquella época llegaron justo a tiempo para rescatarme de la encerrona en la que me encontraba. Ya éramos mayoría y nuestras adversarias se replegaron a un rincón, tomamos control de la situación, apagamos el tocadiscos y salimos corriendo al parque a divertirnos.

Se abrió la puerta de la casa y apareció mi esposa que repentinamente dio un saltico y en pose seductora me dijo -¿como quedé?, -increíblemente bella -le dije volviendo del largo viaje de mis recuerdos. Me levanté y fui a abrazarla agradecido de la vida. 





  

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