El Reten
El destartalado
bus serpenteaba por la pendiente de la cordillera central en las selvas
colombianas, avanzaba subiendo la cuesta en precario equilibrio desprendiendo
perdigones de roca al rozar las llantas el borde del despeñadero; los pedruscos caían dando tumbos hacia un abismo
infinito. Al fondo se notaba un hilo plateado que se escondía a ratos en la
espesa vegetación y en otras refulgía mostrando todo su caudal acuífero.
Arriba, las altas cumbres se perdían en la neblina que poco a poco ensombrecía
el paisaje dificultando la visión al avanzar. El chofer, un mulato
experimentado, masticando un palillo con los pocos dientes que aun sobrevivían
en pie, disminuyó el volumen del radio y comentó en voz alta que las cruces que
iban viendo en el camino pintadas de rojo en la roca eran lugares por donde se había
despeñado uno que otro carro al insondable abismo, -las cruces cuentan los muertos, -
dijo, volviendo a subir el volumen.
Los pasajeros
eran casi todos campesinos o habitantes de la región y dormitaban durante el
viaje sin darle importancia a lo que comentaba el chofer y mucho menos a las
peripecias que efectuaba para maniobrar el bus cuesta arriba.
A mitad del
camino el bus se detuvo en el único lugar donde la verticalidad de la montaña
se interrumpía dando lugar a una pequeña explanada en la cual se levantaba una
casucha de madera con techos de zinc, cubierto en su totalidad de un verdoso y
acolchonado musgo. Humeante y continuo brotaba de la chimenea un vapor negro y
denso que rasgaba como un sucio cuchillo la blancura del cielo. Casi todos los
viajantes bajaron a desentumecerse un poco del ajetreado peregrinaje y
calentarse con agua de panela con queso que vendían dentro del establecimiento.
Eran, como dije
antes casi todos campesinos de la región que cobijados en sus gruesas ruanas se
bajaron cabizbajos y en silencio. De mirada huidiza, tenían la particularidad
de mimetizarse en el ambiente y pasar desapercibidos semejando un tareco más
dentro de la desvencijada casucha. De todos ellos dos parejas hacían la excepción
pues a simple vista lucían foráneos; los primeros un par de jóvenes, tal vez en
los treintas, llevaban sendas mochilas en la espalda, vestían ropa deportiva y
cuchicheaban entre ellos riendo de vez en cuando. Los otros, una pareja de
cincuentones que viajaban con equipaje ligero y curioseaban por el lugar como
niños descubriendo el mundo por primera vez; ella sostenía una cámara fotográfica
todo el tiempo y perpetuaba en imágenes cuanto observaba, desde el amplio
paisaje grisáceo de las montañas hasta la flor más diminuta escondida entre los
matorrales. El husmeaba la tienducha oliendo y saboreando todo lo que le
apetecía, hablaba en un español entrecortado y con acento extranjero.
El chofer del
bus escupió el palillo astillado de tanto masticarlo, se escabulló hacia la
parte trasera de la casa, encendió un cigarrillo y esperó distraídamente a que
el hombre de la moto se acercara. El sujeto llegó y sin apearse ni apagar el
motor escuchó atentamente lo que el chofer le susurraba al oído moviendo la
cabeza afirmativamente cada vez que su interlocutor hablaba. Fue breve y fugaz
el encuentro, luego siguió su rumbo carretera arriba y en un segundo la espesa
neblina se lo tragó. Los pasajeros estaban terminando sus aperitivos cuando el
chofer entró a la cabaña frotándose las gélidas manos para entibiarlas y
avisarles que era hora de reanudar el viaje. Subieron calladamente tal cual
como habían bajado. La jornada transcurría en silencio, el chofer había apagado
el estridente carraspear del radio y comenzaba nuevamente a deshilachar otro
palillo con sus amarillosos dientes.
El frio y la
densa bruma que lentamente bajaban de las altas cúspides hacían que por ratos
se desdibujaran los contornos del paisaje y se adentraran en un escenario
fantasmagórico donde no existía ningún asidero para palpar la realidad, solo un
mundo gaseoso por el cual el bus ascendía zigzagueando; el universo se contenía
dentro del bus, afuera la nada, el vacío absoluto. Así avanzaban; así pasaban
los minutos; así los pasajeros en la duermevela producida por el frio y el
ronroneo del motor iban del mundo onírico al real sin notar la diferencia. De pronto,
en una curvatura estrecha que bordeaba la montaña el bus freno abruptamente
arrojando a todos los pasajeros a la realidad, el mundo volvió y se materializó.
Casi todos al
abrir sorpresivamente los ojos por el impacto de la frenada vieron a través del
parabrisas, unos treinta metros adelante a una veintena de hombres con
uniformes verde oliva fuertemente armados que con los fusiles en alto hacían señas
al chofer del bus para que detuviera la marcha. Algunos ingenuos supusieron al
instante que era un retén militar de los muchos que por aquella época trataban
de controlar el auge de la insurgencia en las inhóspitas selvas colombianas,
los más avezados supieron sin dudarlo que eran los guerrilleros y
precipitadamente comenzaron a desprenderse de sus objetos de valor tratando de
camuflarlos dentro del bus.
-Permanezcan sentados y en calma-, les dijo el chofer; apagó el motor del
vehículo y esperó. Los facinerosos comenzaron a avanzar hacia el bus
desplegándose hacia los costados hasta rodearlo por completo. -Esto pasa muy
seguido por aquí, ellos suben, revisan y se van-, aseveró nuevamente el
conductor mientras seguían en la angustiosa espera; nadie habló, ni se movían
ni se miraban entre sí, como un fuerte imán todos permanecían con la mirada
puesta al frente. Afuera los guerrilleros se habían detenido a escasos metros
del bus, ya se podían distinguir por las ventanillas laterales los rasgos hostiles
y las miradas furiosas de los subversivos. Uno de ellos dio unos pasos enfrente del contingente y le ordenó con
señas al chofer que abriera la puerta. Era un hombre bajito, regordete con
barba desordenada y crecida, le cubría su enmarañada cabellera una boina estilo
Che Guevara. Vestía como todos ellos botas de caucho pantaneras hasta la
rodilla, pantalón y camisa de dril verde militar, además un pañuelo tricolor
atado al brazo lo identificaba como el hombre de mayor rango en el grupo. De un
impulso inusual para su obesidad brincó dentro del bus con el fusil terciado al
hombro. -Somos de las FARC y este es nuestro territorio, aquí somos la ley, así
que se van bajando en orden para un requisa. -
Bajaron en silencio, despacio, mirando el suelo como condenados a muerte
yendo al paredón, se formaron en línea recta en la carretera de espaldas al
precipicio y esperaron. El comandante del pelotón dio la orden a sus
subalternos de formarse delante de ellos, -estén atentos,- dijo y se dirigió
con paso lento y estudiado hacia el comienzo de la fila; al avanzar escrutaba
con sus penetrantes ojos negros los rostros de los pasajeros mientras con una
mano acariciaba la culata del fusil en
un movimiento repetitivo, llegó al inicio de la fila y se ubicó frente al primer pasajero.
Justo antes de bajarse del bus la parejita de jóvenes se despojaron de todo
lo que llevaban encima incluyendo sus documentos y los escondieron en el
asiento del bus donde estaban ubicados. En cuanto a los cincuentones, ella le
calzó a su compañero un sombrero de paisano y una ruana olvidada que encontró
en el asiento de al lado y le advirtió que por ningún motivo hablara,
-calladito todo el tiemplo que yo contesto por usted, - le susurró al oído
mientras descendían.
Parado en actitud amenazante frente al primer pasajero el comandante le exigió
los documentos de identidad, donde vivía, en que trabajaba, el motivo y destino
del viaje. Mientras inquiría a cada pasajero las mismas cuestiones dos de sus
hombres se paraban detrás de el con los fusiles en la mano y lo iban
escoltando, eso creaba un cierto nerviosismo entre los pasajeros y tensión en
el ambiente. La escena transcurría muy lentamente, con parsimonia. Los
pasajeros en una angustiosa espera aguardaban su turno para el interrogatorio
sin sentir las gélidas ráfagas de viento que de vez en cuando arremetían contra
ellos. Parados, estáticos, cada uno
ensimismado en sus temores oyendo cada vez más cerca la autoritaria voz del
comandante que poco a poco iba aproximándose.
Cuando se situó frente a la parejita de treintañeros el chofer que estaba recostado
contra el bus tosió carraspeando fuertemente llamando la atención del capitán
que giró la cabeza para observarlo. Fue breve el cruce de miradas entre ambos
pero determinante. Con un ademan el subversivo ordenó a dos de sus hombres que
apartaran de la línea a los jóvenes y los revisaran completamente mientras el
seguía con el lento y tedioso interrogatorio. Llegó frente a los cincuentones y
se detuvo a escrutarlos con la mirada por un instante que para ellos fue una
eternidad interminable.–Y ustedes hacia donde van- preguntó dirigiéndose al
hombre; este intentó retirar el cigarrillo de su boca que obsesivamente chupaba
para calmar los nervios y contestar, pero su esposa se adelantó diciendo:
-hacia las aguas termales del nevado, mi esposo esta muy enfermo y- …., el
comandante dio otro paso y se dispuso frente a la esposa interrumpiéndola: -de
donde son?-. Ella sintió la fría mirada del uniformado penetrando la suya como
tratando de adentrarse en sus pensamientos para descubrir la verdad. Era
desconfiado por naturaleza, la selva y el continuo traslado de un sitio a otro
de las tropas para esquivar radares y emboscadas del ejercito lo mantenían en
guardia a toda hora. Dormía poco, recelaba mucho. Por eso, parado frente a la
interrogada sabia que alargar los segundos, estirar los silencios y mirar fijo
derrumbaba artimañas y mentiras. El hombre estudió el rostro de ella para
detectar nerviosismo, ella escrutaba sus facciones tratando de suavizar la acerada
mirada del inquisidor. Era un duelo de caracteres, de voluntades, que ninguno
estaba dispuesto a perder. Uno de los subalternos que estaban cateando a los jóvenes
se acercó al comandante para decirle algo al oído, este inmediatamente giró
sobre sus talones y se dirigió hacia los
jóvenes, alcanzó a escuchar a sus espaldas a ella que le decía: --somos de
Cali--, el comandante no le incumbió la respuesta, levantó la mano desinteresadamente
y siguió avanzando hasta confrontar a los muchachos: -con que muy vivitos, no?-,
les dijo con una sonrisa socarrona. En ese instante ya los tenían sujetos de
los brazos para evitar cualquier intento de escape. Envió a dos de sus hombres
con la joven al bus a buscar las pertenencias. Una leve llovizna de heladas
gotitas pertinaces comenzó a adherirse a la ropa de los protagonistas. Los
ateridos pasajeros vieron la captura de los muchachos con zozobra y alivio al mismo
tiempo al notar que el comandante concentraba toda su atención a la parejita y
los olvidaba por el momento.
Ese incidente con los jóvenes bajó la tensión en la fila sintiendo todos un
consuelo suponiendo que ya habían encontrado a quien buscaban, el momento les permitió
mirarse entre ellos y comentar en murmullos la situación y el futuro de los
acontecimientos. No duro mucho pues el comandante dio la orden de guardar
silencio al ver que los facinerosos bajaban con la muchacha casi que a rastras
y en continuo forcejeo. Se adelanto para tomar la mochila que traían y
revisarla, encontró los documentos de identidad de los jóvenes confirmando que habían
encontrado el objetivo que buscaban. Dio la orden de esposarlos y luego se dirigió
a la fila nuevamente, con la mano fue llamando a los pasajeros para ordenarles
que subieran al bus. Uno a uno fueron pasando por el desconfiado escrutinio del
comandante, sus ojos como un metálico escáner los auscultaban de abajo hacia arriba
para luego autorizarles la subida al bus. Al tener de nuevo la pareja de
cincuentones frente a el los detuvo con un ademan para que no pasaran, -de Cali
me dijo que eran?- pregunto como distraídamente mientras sacaba del bolsillo un
pañuelo para secarse el sudor de la frente. -Si, de Cali,- le respondió ella.
Volvieron y cruzaron sus miradas, volvió y creció la tensión, hasta que el,
tras otros segundos alargados, interminables, les permitió subir al bus. Callados
todos, sentados en sus puestos vieron como las figuras de los jóvenes se iban
disminuyendo a medida que el bus se alejaba y todos sintieron el infinito
desamparo, la absoluta indefensión en que se iban sumergiendo el par de muchachos.
Por las noticias los pasajeros del bus se enteraron del secuestro de los jóvenes hijos de
acaudalados empresarios colombianos. Por las noticias los subversivos se enteraron
del inversionista millonario que había estado de vacaciones en las aguas
termales del nevado.
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