El atraco


Esa noche no pudo dormir de la excitación. Había sido escogido en el papel estelar de la película que se rodaría en su pueblo natal en el Choco. En la tarde del día anterior reunió a todos sus alumnos en la casona vieja del barrio marginal donde dictaba las clases. Todos escucharon con atención, hacían bromas de vez en cuando y celebraban con fuertes aplausos. Eran muchachos, en su mayoría recogidos de la calle, expulsados de los colegios o desechados por la sociedad. Él, a través de la música, el baile y la actuación, los estaba recuperando, sacando lo mejor de ellos para encauzarlos por el buen camino.

La casona era herencia de su mama, la mujer que con tesón, con carácter lo había convertido en lo que era hoy. Cocinando, lavando, planchando ropa en casas, en hoteles, de día o de noche logró que terminara la primaria, lo indispensable para que aprendiera a leer y escribir correctamente, -se repetía ella con orgullo. De la formación moral, del respeto a los mayores, de ir a misa los domingos y demás costumbres de todo buen cristiano se encargo ella en casa y lo había hecho bien. La casona, una vieja construcción esquinera de paredes de adobe, amplio patio interior y altos techos, con puerta de doble panel que casi siempre permanecía abierta de par en par, pues el ir y venir de los muchachos era incesante. En el comedor, vacío de mobiliario, solo había un viejo tocadiscos que funcionaba  a los golpes y un entarimado que hacia las veces de escenario para los ensayos y presentaciones de teatro. La sala, adaptada como pista de baile con su irregular entablado retumbaba bajo los pies descalzos de los estudiantes que al ritmo de los tambores se contoneaban y danzaban en largas jornadas de practica y jolgorio.

En la mañana, su compañera, una morena de risa fácil y contagiosa, de amplias y generosas caderas sostenidas por unas bien torneadas piernas carmelita oscuro se levantó y le preparó el desayuno para el primer día de trabajo en el set de rodaje de la película. Juntos habían bailado recorriendo casi toda Colombia en presentaciones llevándose muchos trofeos, era un bailador innato. Como buenos representantes de la raza negra, el ritmo lo llevaban en la sangre transmitida a travez de generaciones ancestrales venidas del continente Africano. Sus pies bailaban solos, su cadencia, contoneo y armonía, hacia que sus cuerpos atléticos y juveniles se convirtieran en uno solo en la pista.. y en la cama también.

Llegó muy temprano. El director lo llevó directo a utileria para adecuarlo con la vestimenta de la primera toma. Zapatillas deportivas, unos jeans, camiseta y gorra de beisbolista. Le entrego un revolver con balas de salva que llevaría entre el pantalón, dejando ver la cacha en la filmación. Seria el conductor de una moto en la escena referente al atraco a un banco. Llegarían cuatro personas en dos motos, dos se bajarían a asaltar el banco y dos esperarían en las motos con los motores encendidos listos para la huida. Solo filmarían en exteriores de la huida, la escena del interior del banco la filmarían luego.

Listos, cámara, acción!.
Comenzó el rodaje.
Filmando!,
Avanzaron por la desierta calle en las motos, doblaron la esquina, llegaron al banco, se apearon los parrilleros, se pusieron las capuchas y entraron al banco en carrera y con las pistolas en mano.
Corten!

Segunda toma:
Salen corriendo los parrilleros con sendas bolsas, se quitan las capuchas, se suben a las motos y comienza la escapada. Sale del banco el vigilante y les hace unos tiros a los atracadores al doblar la esquina, los muchachos de las motos les responden el fuego con las armas y las balas de salva. Al doblar las motos la esquina el director grita de nuevo:
Corten. Todo salió a la perfección.

Se oyen dos disparos mas fuera de cámara.

Realmente estaba preocupado. Su mujer embarazada, sus dos hijos con el estomago vacío y el sin trabajo por mas de un mes. Estaba desesperado, si no fuera por la ayuda de sus suegros que les daban un mercado semanal no habían podido sobrevivir. Pero, le daba vergüenza la situación. Solicitaba para trabajar en todas partes y nada. Un vecino le comento que estaban necesitando personal para la seguridad de una compañía de transportes, era su ultimo recurso, no era su fuerte, siempre había sido chofer de bus, pero en estos momentos haría lo que fuera por tener un ingreso mensual que lo ayudara a sacar la cabeza del fango en el que se estaba hundiendo. Se presento a la mañana siguiente. La linea de espera para las solicitudes era bastante larga, le calculo unas 40 personas delante de el. Se desilusiono y decidió irse, seria imposible llegar al frente y ser escogido sin ninguna experiencia. Al salir, en la puerta se tropezó involuntariamente con un señor que al mirarlo lo reconoció. Era el gerente de la empresa de buses municipal donde había trabajado un tiempo atrás. Al preguntarle que hacia por ahí, el le comento de sus afugias económicas y desespero. Ahora el era gerente de esta empresa. Lo hizo seguir a su despacho para que llenara la solicitud de empleo y contratarlo para el puesto de guarda de seguridad, pues conocía de su responsabilidad y puntualidad en el trabajo.

La siguiente fue una semana de entreno y adaptación para en nuevo trabajo, le enseñaron lo básico en el manejo de armas, pues llevaría consigo una pistola por si acaso, aunque le advirtieron que era mero formalismo pues en los 10 años que llevaba la compañía funcionando, nunca ningún empleado había hecho uso de sus armas.

El bus lo dejaba a tres cuadras de las oficinas. Esa mañana estaba soleada, decidió bajarse una parada antes para caminar un rato y conocer el vecindario. Era un barrio muy comercial, tiendas y negocios por toda la avenida. Camino curioseando por el comercio, tenia tiempo, iba temprano. Vio algunas cosas de interés que pensó comprarle a su mujer cuando recibiera la primera paga. Doblo la esquina y camino por una calle un poco desolada, avanzo dejando volar su imaginación en lo que haría con la platica; ropa para los muchachos y para su mujer, llevarla a comer rellenas a la galería que tanto le gustaban. Siguió avanzando distraído cuando al voltear nuevamente la calle oyó la gritería de: atracadores! Robaron el banco!. Levanto la vista del suelo y vio como dos motos aparecían en la esquina con los parrilleros disparando sus armas hacia atrás. Sin pensarlo dos veces, instintivamente saco su revolver, se parapeto detrás de un árbol y disparo.

Al grito de corten los motociclistas redujeron la velocidad. El conductor de la gorra de béisbol sintió algo caliente que le rodaba por la pantorrilla, detuvo la moto para revisar pues la calidez vino acompañada de una leve punzada y luego otra. Algo me pico, pensó, bajo la vista y aterrado vio que de dos orificios del pantalón brotaba sangre a borbollones. Se desplomó inconsiente.

Cuando despertó de la anestesia, lo primero que vio después de que sus ojos se adaptaron a la claridad de las blancuzcas paredes del cuarto de hospital donde se encontraba fue el rostro oscuro de su compañera que contrastaba con la claridad del lugar, estaba sombrio, no lo iluminaba la habitual sonrisa, los labios estaban apretados y sus ojos enrojecidos de llorar. Todo va a ir bien le dijo ella mintiéndole, vuélvete a dormir. Se levantó de la cama y lo miro. El faltante, el vacío que dejaba la cobija al pegarse contra el colchón de la rodilla para abajo en el pie derecho del bailarín, la estremecieron. Cerró la puerta del cuarto a sus espaldas y se derramó en llanto.

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