Room 425

Llegó al cuarto del hotel, se tiró a la cama sin desvestirse, se profundizó. Llevaba manejando mas de 36 horas. Se le cerró el mundo, no soñó nada de lo cansado que se encontraba; ninguna premonición, ningún mensaje onírico que le previniera de alguna anormalidad o contratiempo en este viaje. Él, que estaba acostumbrado a percibir señales, a guiarse además del olfato y la intuición por las pistas que la virgencita de Guadalupe le iba dejando en el camino. Como aquella noche en Puerto Rico cuando se encontraba esperando en el carro a unos sujetos para cerrar un trato aparcado frente a una estación de gasolina y de pronto le entraron ganas de tomarse un café, se apeó del coche, fue a la tienda, al caminar por uno de los pasillos pisó desprevenidamente algo que crujió bajo su bota, al agacharse recogió del suelo unas esposas plásticas caídas del estante de la tienda. El mensaje era claro: las esposas aun siendo un juguete representaban cárcel o policías. Salió de la tienda justo a tiempo, antes de que el lugar fuera cercado por la policía buscando un sospechoso. Sus pensamientos cedieron paso al cansancio, se quedo en la cama un rato mas, volvió a dormirse, cuando despertó eran mas de las once de la noche.

Al levantarse se dirigió directamente a la pared donde estaba empotrado el sistema de aire acondicionado, lo retiró suavemente y comprobó visualmente que la mochila con el dinero estaba ahí donde lo había camuflado antes de acostarse. Dejó todo en su lugar, se sentó en una vieja poltrona que hacia parte del decorado de la habitación. Encendió el televisor pero su mente se negó a concentrarse en las imágenes. Comenzó a repasar los pormenores del viaje; había entrado a los Estados Unidos por la frontera con México tres días atrás; pasó rápido, tenia sus contactos; uno que otro favor a los coyotes de Matamoros le sirvieron para atravesar sin demoras, era hombre de palabra, servicial y meticuloso en su trabajo, no descuidaba detalle, siempre cumplía con lo acordado. Este especial encargo de su patrón lo estaba realizando cabalmente y sin trabas. En Jacksonville, pequeño pueblo que nacía al norte del Rio Grande rento una camioneta pick-up y enrumbó hacia Miami. Llego de madrugada al tercer día de viaje y sin dormir, muy temprano se había contactado con los colombianos, los cuales después de comprobar quien era, le entregaron el dinero. No lo contó, la confianza y lealtad primaban sobre cualquier otra circunstancia, la mas mínima equivocación o viveza se pagaba con la vida. Cogió la mochila y se llevó los quinientos mil dólares.

Sintió hambre, apago el televisor, se calzó las relucientes botas “Tony Lama” en negra piel de caimán compradas dos días antes al pasar por Laredo, se ajustó el sombrero, caminó hacia el espejo, dirigió una mirada a la reflectiva superficie para comprobar que estaba impecable en su vestimenta, era un ritual sagrado, el espejo siempre le devolvía la imagen que el quería ver, salió a buscar comida.

La luz rojiazul intensa y el ulular aprehensivo de la sirena policial lo sacaron de sus pensamientos, se aparcó al lado derecho de la vía. -License and registration, -le dijo el robusto policía gringo mientras que con una mano apretaba el mango de su pistola en la cartuchera y con la otra la linterna que alumbraba dentro del vehículo. Maldijo al momento de comprobar que había dejado la billetera en el hotel, le trato de explicar al oficial en un ingles rústico que estaba hospedado cerca, que lo llevara en el carro patrulla al hotel, que tenía sus documentos en regla. El oficial hizo caso omiso a sus súplicas y prerrogativas, lo obligó a descender del vehículo, lo raquetéo, lo esposó y se lo llevó para la comisaría.

El hombre de mantenimiento madrugó ese día un poco mas de lo habitual, tenia que lavar la fachada del hotel con agua a presión, eso le llevaría un buen rato. El día estuvo fresco, trabajó de prisa, a eso de las cuatro acabó su labor. Minutos antes de marcharse recibió el último encargo urgente. Uno de los cuartos del hotel tenia averiado el aire acondicionado, había que dejarlo funcionando, el hombre se dirigió al cuarto, reviso el aparato, no descubrió la causa de la avería. El cuarto estaba rentado para esa misma noche, era urgente solucionar el daño, sacó el aire acondicionado descompuesto, se dirigió al cuarto de mantenimiento para intercambiar el aire por uno nuevo y dejar el cuarto listo para los huéspedes. Después de varios intentos tratando de encajar el nuevo aire en el hueco de la pared decidió alumbrar con la linterna para revisar mejor el compartimiento, en el fondo diviso un bulto oscuro, observo detenidamente, era una vieja mochila. Sacó la mochila que impedía instalar el aparato, la pateó con rabia por la tardanza que había tenido al tratar de reponer el aire, tenia prisa, en casa su esposa lo esperaba para que se quedara con su hija y poder salir a trabajar. Recogió la sucia mochila del suelo la coloco en el carrito que usaba para transportar sus herramientas, se dirigió al cuarto de mantenimiento. Dejó el carrito en un rincón, marcó la tarjeta con sus horas de trabajo, se marchó de prisa para llegar a tiempo a casa.

El siguiente día se olvido por completo de la mochila hasta por la tarde en que regreso al cuarto de mantenimiento por el carrito para dirigirse a hacer unas reparaciones pendientes. Sacó la mochila del carrito, la puso a un lado en el suelo, se dispuso a salir. Una ultima mirada al cuarto, sus ojos se posaron en la mochila, se detuvo, le entró curiosidad, se acerco, una sensación de intranquilidad lo invadió, depositó la mochila sobre la rústica mesa de trabajo, una angustia le oprimió el pecho. De un solo jalón descorrió el cierre de la mochila.

El tercer día de permanencia en la comisaría terminó con la visita del abogado contratado desde México, el cual pagó la fianza de su cliente para sacarlo del precinto. El abogado le ofreció llevarlo al hotel, pero el hombre rechazó el aventón, estaba retrasado dos días, tenia que llegar al hotel rápido e ingeniarse la manera de entrar la cuarto, le gustaba actuar en solitario. Rogó a la virgencita que el cuarto no estuviera ocupado nuevamente, pues esto le facilitaría abrir la puerta en la noche, recoger la mochila y enrumbar hacia el sur, le esperaba un largo viaje. Se persigno en la frente, terminando con un sonoro beso a sus dedos en cruz implorándole a la Guadalupana que lo protegiera de todo mal, se santiguo de nuevo para que la mochila estuviera en su escondite.

El hombre de mantenimiento se dejó caer en la destartalada silla del cuartito, agachándose se cogió la cabeza con las manos, cerró los ojos para luego abrirlos otra vez y mirar el contenido de la mochila. Era mucha plata la que había allí, se levanto rápido, le puso llave a la puerta para que nadie entrara de imprevisto, trato de bajarle a la adrenalina para calmarse y pensar. El miedo, la excitación, la incredulidad, la euforia iban y venían por todo su ser haciéndolo temblar por ratos. Fue a la pequeña nevera que tenia en una esquina del cuarto, sacó una botella de agua, se la bebió de sopetón. Cerró la mochila de nuevo, la camufló en el armario de las herramientas, salió para la oficina del hotel. Disimuladamente revisó el historial de los cuartos; el 425 estuvo rentado por dos noches, el huésped era hispano y el cuarto estaba disponible desde el día de ayer. Las mujeres del aseo al abrir el cuarto para limpiarlo reportaron que el huésped dejo sus pertenencias. Las dudas se le acrecentaron; había camuflado la mochila para después volver?, vendrían otros a recoger la plata?, le habría pasado algo?, estaría muerto, detenido por la policía?, no lo sabia, su cabeza le daba vueltas, los pensamientos se le agolpaban aumentando la incertidumbre. No tenia mucho tiempo; regresó por la mochila, la guardo en una caja grande de cartón, rellenó los espacios con papel periódico, salió para una agencia de envíos de carga. Era martes, aforó la caja para Nueva York con la especifica condición de que la enviaran el viernes, con eso tenia dos días para decidir el mejor plan de acción.

Se apeo del carro, caminó hacia las escaleras, subió al cuarto piso introdujo la tarjeta magnética del hotel pero la puerta no abrió, por entre las cortinas vio gente en el cuarto. Desanduvo sus pasos hasta el carro, se sentó a esperar. Observó que el hombre de mantenimiento iba y venia por los pasillos del hotel entrando a los cuartos con una llave única. La llave la mantenía sujeta al cinto, no seria fácil quitársela, a menos que le hablara o tal vez darle un golpe para dormirlo, arrastrarlo a los matorrales, quitarle la llave, accionar la alarma de incendios y en la confusión entrar al cuarto, sacar la mochila, cuestión de minutos y asunto concluido. Decidió esperar el momento oportuno para hablar con el hombre de mantenimiento.

El carro aparcado todo el día con el hombre del sombrero lo tenia intranquilo, recordaba haberlo visto dos o tres días atrás cuando se registró en el hotel. Sospechó con certeza que era el dueño de la mochila que estaba esperando el momento oportuno para entrar al cuarto. Llamó a su esposa, justo estaban en la línea para abordar el vuelo que las llevaría a Nueva York. Ella le recriminó nuevamente la decisión y la prisa de el por enviarlas a casa de su hermana, no le satisfacía el pretexto de las vacaciones. El les argumentó que a mas tardar el siguiente domingo se reuniría con ellas, era el tiempo que necesitaba para capotear la situación con el dueño de la plata. Si todo salía bien el domingo estaría viajando hacia Nueva York, si las cosas se complicaban y ocurría una fatalidad, su esposa estaría recibiendo la caja para el lunes con una carta aclaratoria.

La oportunidad no pudo ser mas beneficiosa, los huéspedes del cuarto 425 salieron del cuarto con maletas, lo cual significaba que se iban. El hombre subió apresuradamente los cuatro pisos, la puerta estaba abierta, entró y de prisa desempotró el pesado aire acondicionado, metió la mano, tanteo para coger la mochila, hurgo con ambas manos, sólo la vacía humedad del aire rozaron sus nerviosas manos, se asomó, metió la cabeza, el tronco y nada, la fría oscuridad del hueco le helo la sangre. Fue directo al carro, de la guantera sacó el colt 45 de cañón recortado que guardaba para casos de emergencia. Sopesó la situación, los huéspedes que abandonaron el cuarto, una pareja de ancianos iban desprevenidos, riendo y actuando normalmente… en cambio, al que había notado que lo observaba mucho y se paseaba nervioso era al hombre de mantenimiento, se bajo del carro dispuesto a encararlo.

Cerró la puerta del cuarto, fue directo al armario, sacó herramientas, cajas y papeles hasta que dio con el envoltorio que buscaba, una Smith & Wesson calibre 32 que tenia desde los tiempos de Nueva York cuando andaba en malos pasos, de cobrador de cuentas para los carteles del norte del Valle en Colombia. Creía saber que el hombre del sombrero sospechaba de el, era intuición de calle, malicia del bajo mundo, cosa que nunca se perdía pues se vivía con desconfianza, viendo en cada sujeto la mirada de un enemigo o un federal. Y la única manera de sobrevivir era ir un paso adelante del contrario. “El que pega primero, pega dos veces”, era su lema y le llevaba ventaja. Salió del cuartito de mantenimiento caminando pegado a la pared en sentido contrario al parqueo donde se encontraba el hombre del sombrero. El camino hacia el carro era largo, tenia que atravesar toda la parte lateral de la construcción que daba a la autopista, pasar por los enormes compartimentos donde se almacenaba la basura, luego recorrer un tramo de pequeños arbustos que se asentaban al pie de una colina que emergía justo al lado del parqueo destinado a los empleados del hotel. Caminó sigiloso, agazapado en las sombras, en el último segmento del recorrido, al salir de los arbustos vio el carro, respiró aliviado, unos cuantos pasos mas y llegaba.

Accionó el botón de destrabe de la puerta del vehículo con el control remoto, alargó la mano para abrir la puerta, giro su cuerpo para echar una última mirada al hotel, se encontró de frente con el hombre del sombrero que le encajaba el frío cañón de la Colt en las costillas. Se sobresalto, trató de moverse pero el hombre del sombrero lo arrincono presionado el revolver en su estomago y pegándolo al carro por detrás, quedó inmovilizado. La fría y determinante mirada del amenazante hombre lo encaró. Era pequeño y robusto, de contextura maciza, no podía evitar sentir el agrio sudor y su respiración pastosa.
-Usted tiene algo que me pertenece, entréguemelo y olvidamos el asunto,
-le dijo el hombre pronunciando pausadamente las palabras como quien le habla a un niño para que procese y entienda bien el mensaje.
-No se de que me habla, mas bien váyase y no llamo a la policía.
-Por repuesta sintió penetrar mas en su cuerpo el cañón.

“Tiene la mochila, pensó el del sombreo, solo es cuestión de apretar la tecla precisa para que cante”. “Necesito distraerlo para que afloje y poder zafarme, pensó el de mantenimiento”.

-Las del aseo son las primeras que llegan a los cuartos, si ha perdido algo vaya con ellas y pregunte, tiene a la persona equivocada, -le dijo el de mantenimiento. El hombre no respondió, le doblo una mano detrás de la espalda y apuntándole en la nuca lo hizo avanzar hacia el cuarto de mantenimiento. -Abra la puerta, -le espeto el del sombrero. Entraron.

La sorpresa, la confusión, el caos reinaron por unos segundos, el estallido de un disparo alumbro instantáneamente la escena para luego sumirse en una oscuridad total.

Justo antes del estallido, al abrir la puerta, cayó del dintel un enorme cubo lleno de arena y grava que colocado estratégicamente en precario equilibrio por el de mantenimiento perdió su balance y se precipito al suelo al abrir la puerta. Cáyole al del sombrero justo encima del sombrero, que se derrumbo al suelo inconsciente por el golpe, pero en la caída acciono el gatillo de su arma impactando al de mantenimiento en la espalda. Cayeron pues, los dos hombres; el uno inconsciente por el golpe y el otro herido de muerte, agonizando por la mortal herida.

Reacciono el agonizante; tomó en sus ensangrentadas y temblorosas manos el arma del inconsciente y le disparo a quemarropa dos mortales proyectiles. Intento levantarse pero no pudo, la sangre le brotaba a borbollones por la herida, marco el numero de su esposa en el celular, oyó una alegre vocecita que le decía: -Daddy, llegamos a Nueva York, cuando vienes. Se le encharcaron los ojos, trato de hablar pero no pudo, la sangre que le salía por la traquea lo estaba ahogando, soltó el teléfono y se extinguió para siempre.

La caja llego intacta a Nueva York, la esposa la destapo extrañada, adentro había una maleta y una carta, abrió la carta y comenzó a leerla: "Si estas leyendo esta carta es porque yo ya no estaré a tu lado…., rompió en llanto.


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