Nuestra casa embrujada

Un quejido lastimero llegó desde lejos envuelto en la bruma nocturna. Se fue acrecentando. Perecía, al acercarse un murmullo de voces rezando acompañadas al fondo por un denso arrastrar de cadenas semejando un crescendo de cantos Gregorianos, cuya sonoridad  invadió el cuarto donde me encontraba. Por la ventana entreabierta se coló un helado viento que en complicidad con el rumor del cortijo fúnebre me aterrorizaron. Al pasar frente a mi cuarto pude sentir su tumultuoso andar y escuchar las ilegibles plegarias. Largas sombras se filtraron por debajo del dintel de la puerta; silenciosamente avanzaron por el suelo, treparon a la cama, subieron por la pared y se diluyeron  en la oscuridad.

No se cuanto duro el paso del cortejo, en ese momento estaba dudoso si fue realidad o sueño, pero los primeros rayos de luz me encontraron sentado en la cama sin poder dormir. Al siguiente día, en el desayuno nadie comento nada del cortejo, la calle estaba muy cerca del cuarto, podían haber pasado por allí, no lo sabia, opte por callar y no hacer comentario alguno sobre el suceso.

Era la primera noche en casa paterna después de haberme ausentado por varios meses en un periplo que me llevó por la zona oriental de Colombia. De vuelta a casa encontré que mi familia se había cambiado de barrio. Habitaban una vieja casona en las laderas del nororiente de Cali en un barrio muy tradicional, de casas adoquinadas con marcado estilo colonial. Estaba construida en niveles que iban descendiendo desde la entrada para adaptarse al declive de la colina terminando en un patio con lavadero al aire libre y la habitación de la empleada al fondo. Los cuartos alineados todos al lado derecho tenían en frente un espacioso patio interior que remataba al final en la cocina, por donde había pasado el cortejo fúnebre la noche anterior. De techos altos, sombría y aireada por todos lados, la vieja casona había soportado el paso de los años en relativamente buena condición . Poseía un nido de murciélagos en la parte de atrás, situado en las vigas de guadua del techo de una ramada vieja que servia de bodega. Mas de una vez al tratar de calzarme las botas, mi pie tropezó con un murciélago que salió volando del interior del calzado en estampida, dando tumbos contra las paredes hasta alcanzar la ventana y huir despavorido mientras yo quedaba sobresaltado y tembloroso del impacto.

Las siguientes dos semanas transcurrieron sin ninguna novedad y el asunto fue borrándose de mi memoria con la cotidianidad de los días y el tedio de no hacer nada. Por aquella época no existían los celulares solo había en casa un teléfono negro con un pesado auricular y discado de rueda giratoria que emitía un sonido como el de las viejas escuelas a la hora del recreo, era sonoro y escandaloso, te obligaba  salir corriendo a levantar el auricular para acallar su llamado.

Una noche en la que rápidamente me profundicé, comencé, a eso de la media noche a percibir un silbido lejano como de un tren que se acercaba, el ruido se me fue aproximando y a medida que acortaba distancia se volvía intenso y estruendoso. Me desperté y el sonido despertó conmigo y se acrecentó; al momento lo identifique con el viejo teléfono, salí del cuarto corriendo a contestarlo para acallar la escandalosa sonoridad del aparato; llegue a la sala, levanté el auricular pero fue tarde, habían cancelado la llamada. Me senté un momento para pensar quien seria la persona que llamó y para qué, especialmente a medianoche, espere un rato pues supuse que debía ser urgente dada la hora. Como nadie volvió a llamar salí de la sala. Al ver hacia el fondo del pasillo vi en la penumbra una mujer vestida de túnica blanca que salía de uno de los cuartos del fondo y entraba a la cocina, supuse que mi mama se había levantado a causa de la llamada y entraba a la cocina a tomar algo. Me dirigí hacia allá  para hablar con ella; note con extrañeza que no encendía la luz, llegué y la encendí de sopetón para asustarla un poco. Pero no había nadie, el asustado fui yo. Un escalofrío recorrió mi espalda erizándome la piel. Me quede quieto recostado en la pared sin hacer ningún movimiento a la espera de que aquella mujer apareciera de nuevo o se borrara de mi mente como si nunca hubiera existido. Trate de relajarme un poco, respirar acompasadamente y mirar a mi alrededor. No vi nada, Salí de la cocina caminando tímidamente sin apagar la luz; estuve tentado de ir al cuarto de mi mama a ver si estaba despierta y comprobar si realmente era ella quien saliera del cuarto a la cocina, pero no lo hice, entre a mi cuarto y me arrope todo con la cobija para dormirme y olvidar lo que ocurría en mi entorno.

Al siguiente día le pregunte a mi mama distraídamente para no alarmarla si se había levantado en la noche. -Nó, fue su respuesta. Respuesta que me preocupo un poco pues confirmaba mi sospecha de estar ante una aparición fantasmagórica.

Por esos días mi papa comenzó a quejarse de que cada vez que entraba a la ducha nosotros le poníamos el seguro a la puerta del baño. Los gritos de mi papa llamándonos por que no podía salir de la ducha nos hacia ir corriendo a quitarle el seguro a la puerta para que pudiera salir. El pensaba que alguno de nosotros le hacíamos esa broma, yo también suponía que alguna de mis hermanas o mi hermano menor eran los responsables de la travesura. Pero un domingo en que salimos temprano con mi mama a la calle, al volver en la tarde, mi papa se había quedado sin voz de tanto gritar llamándonos y nadie estaba en casa para cerrarle la puerta con seguro en el momento de entrar al baño. Le abrimos la puerta y desde ese instante comenzamos a compartir experiencias y sucesos extraños que todos habíamos vivido en la casa.

Mi hermano confesó que en mas de una ocasión sintió a sus espaldas alguien con una fuerte respiración muy cerca de su nuca, en unas cuantas oportunidades, ese alguien  le haló el lóbulo de la oreja. Después de unos segundos de pavor mi hermano salía corriendo sin mirar hacia atrás.

Mi mama aportó su cuota de intranquilidad al narrarnos que en esas tantas noches en que mi papa llegaba tarde o no llegaba, pues era la época de sus farras y parrandas con sus amigotes. Bueno, nos resumió que ella sentía que alguien llegaba y se le acostaba al lado, oía el crujir de la cama, la sensación del peso de un cuerpo acomodándose junto a ella. Las primeras veces supuso que era mi papa, pero al voltear la cara para comprobarlo solo veía el colchón medio hundido a su lado, al tiempo que un frío de ultratumba se apoderaba del recinto y la petrificaba al punto de no poder reaccionar ni salir corriendo, ni voltear a ver de nuevo, solo quedarse quieta, cerrar los ojos, tratar de no respirar para que la supuesta aparición espectral no la detectara.

Mis hermanas también colaboraron con el desasosiego que nos consumía en ese momento al comentar que habían visto a la señora mas de una ves caminar por los pasillos de la casa; que era anciana, que vestía siempre de blanco, que a veces iba acompañada de una niña con cara de infinita soledad y tristeza, que caminaban siempre en dirección al patio trasero de la casa, que pasaban por la cocina  y que al llegar al fondo se desvanecían.

Mi papa, aparte de sus encerronas en la ducha nos puso al tanto de la disculpa que le había dado el muchacho que le ayudaba en la finca, el cual muchas veces se quedaba en la casa durmiendo para madrugar con el. Un buen día le dijo que prefería quedarse en su casa y levantarse muy temprano que dormir en nuestra casa. Mi papa le pregunto la razón y su respuesta fue: aquí asustan!, y por mas que mi papa le trato de sacarle mas información, el desdichado muchacho no soltó prenda.

Después de oír todas nuestras experiencias paranormales nos invadió una intranquilidad, una inquietud que nos llenó de recelo y desconfianza a permanecer mas tiempo en la casa, pero no había consenso sobre las visiones nocturnas. Mi papa a pesar de la contundencia de los espectrales acontecimientos seguía  dudando y tildándonos de exagerados y supersticiosos. A la final seguimos en la casa y con mi mama optamos por seguir unas normas que nos evitarían el encuentro con nuestros fantasmagóricos visitantes.

La primera y mas importante resolución que tomamos fue la cancelación de las salidas nocturnas, nadie saldría de sus cuartos a no ser por una emergencia, éramos muy jóvenes y no necesitábamos salir al baño en la noche, solo a mi mama le conseguimos una bacinilla para que no saliera del cuarto. Otra regla: no quedarnos solos en la casa “por nada del mundo “ como decía muy sabiamente mi mama; además mi papa, “por si las moscas”, le quito a la puerta de la ducha la cerradura, solo la ajustábamos con una cuña de madera en el suelo.

Pasaron varias semanas, todo transcurría dentro de una aparente normalidad hasta que una noche en la que despreocupadamente me sumergí en un sueño profundo, sin tan siquiera pensar que pasadas un par de horas despertaría de súbito. Un sobresalto me dejó sentado en la cama instantáneamente. Era la misma sonoridad ahuecada y tumultuosa que me recibió la primera noche que llegue la que me despertaba ahora. El murmullo quejumbroso de la espectral procesión acrecentaba sus decibeles proporcionalmente a los latidos de mi corazón que amenazaba con salírseme del pecho en cada palpitación. El cuarto estaba oscuro, el interruptor de la luz quedaba cerca de la puerta a unos cuantos pasos; no me atreví a moverme, era mucho caminar, mucho riesgo y muy oscura la noche. La procesión se acercaba, el susurro rezandero se agigantaba, mi corazón bombeaba sangre y pánico aceleradamente. De pronto un rayo rasgó como una plateada daga la densa negrura de la noche y la blanca claridad fue absoluta, iluminando el cuarto en su totalidad semejando una foto sobre expuesta en blanco y negro. La espectral imagen que captaron mis ojos fue alucinante. Frente a mi, paradas observándome con una mirada de súplica, de inconmensurable desasosiego y tristeza estaban la anciana y la niña; desgastadas las ropas, raídas las pieles, desaliñados los cabellos, fijas las miradas y asidas de la mano. Se apagó el ruido, volvió la negrura impenetrable pero el tiempo se eternizó en una milésima de segundo que duro el relámpago, la imborrable imagen se grabó en mi memoria y me desmaye.

En la mañana siguiente cuando mi mama entró al cuarto a despertarme por que era media mañana y aun no salía de la habitación me encontró aferrado a la almohada, arropado completamente y con los puños  cerrados. -Anoche la procesión del Viacrucis de Semana Santa duró hasta tarde, la oyó mijo?, -no mama estaba muy dormido, le dije. Me senté el la cama y al abrir los puños, de mis cerradas manos cayeron al suelo dos jirones de tela vieja y raída.

P/D: nos mudamos de casa en el siguiente mes para nunca mas volver. Después de mas de 30 años de ausencia, regrese al país y pasé por la casa, esta casi derruida y abandonada, al verla sentí el mismo escalofrío de aquella noche por todo el cuerpo, opté por alejarme rápidamente sin mirar hacia atrás.

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