La regresión

Despacito y con música suave de fondo fuimos cayendo en un estado de profunda relajación que nos fue llevando de a poco hacia atrás, muy hacia atrás a un estado de inconsciencia, de interioridad y quietud. El regresionista hablaba suave; con adormecedora voz que invitaba a descender por unos escalones que se hundían en la oscuridad, a medida que bajábamos nos profundizábamos mas en nuestro subconsciente, alejándonos de la realidad para vivificar mundos anteriores a esta encarnación.

El guerrero, con su arnés de cuero y tachuelas metálicas apretado a su desnudo pecho afilaba en el yerro la pesada espada de hierro. Los fuertes y velludos brazos sudaban copiosamente mientras en un movimiento repetitivo y constante rozaba la metálica hoja por la piedra de amolar, la sumergía en agua y volvia al procedimiento. Sudaba y se agitaba pero proseguía, sabia que del buen mantenimiento de la espada, dependía su vida en el campo de batalla; se miró los brazos para luego descender la vista hacia las toscas sandalias que llevaba puestas: era el, se reconocía: había sido combativo toda la vida, su condición atlética siempre le había exigido confrontación, lucha.  Estaba bajo una tolda con techo de lona raída, sostenida en las cuatro esquinas por palmeras. Trató de mirar al rededor para identificar el lugar. Era desértico, caluroso, tal vez estaba en un oasis, pocas palmeras agitadas por una brisa caliente, un pozo de oscuras aguas donde bebían sedientos unos cuantos caballos. -Que ves, donde estas?- escucho una lejana voz que le preguntaba. Tardo unos segundos en ubicar la procedencia de la voz, era el regresionista que lo cuestionaba.

La larga falda de grandes flores estampadas se iba arrastrando por el barrizal al caminar. Iba descalza, disfrutaba ese contacto del agua en los charcos al mojar sus desnudos pies. De vez en cuando saltaba al prado y seguía caminando de prisa por los pastizales. El largo y rizado pelo le caía desordenadamente por los hombros. Se había adelantado a la caravana de nómadas gitanos que venia atrás, quería llegar a la cima de la colina desde donde divisaría el infinito horizonte con el azuloso mar de fondo. En la pradera al fondo a su derecha avistó una manada de corceles corriendo al mando de un bello potro joven de blanco pelaje con negra cola y crin que se agitaban al ritmo del acompasado trote.  Se sentía contenta, era una vida de estrecheces económicas pero disfrutaba ser libre, viajar siempre, conocer nuevos lugares y personas. -Y tu donde estas, que ves?, oyó la voz que le difuminaba un poco los contornos del paisaje donde se encontraba.

Corría por la playa. Unas veces cortaba el rodar de las olas que iban a morir en la arena al saltar sobre ellas chapoteando agua en todas direcciones. Otras hundía sus menudos pies en la húmeda arena, dejando una sigsageante huella que se iba perdiendo a sus espaldas al ser absorbidas por las olas atrevidas que borraban sus pasos. Sentía la brisa cálida en la piel que le erizaba los dorados vellos de sus menudas piernas y brazos. era una niña, no sabría precisar la edad, pero eran menos de 10 añitos. Corría alegre en dirección a la figura que silueteda se recortaba al fondo sobre unas rocas con el sol poniente a sus espaldas. No distinguía la figura que le agitaba las manos llamándola, tal vez era su padre, no lo sabia, tampoco estaba segura si era una vivencia de una vida pasada o un recuerdo de su niñez en la isla donde se encontraba. -Y tu que vez-, se distrajo por la voz del regresionista que suavemente le tocaba el hombro.

Cerró los ojos y rápidamente se durmió. Era sábado, se acordó del pago del carro, como se le pudo olvidar, que descuido; pensó. Que horas serían?, supuso que las dos de la tarde, aun tenia tiempo, apenas se despertará se disculparía con los invitados, iría al baño y de su teléfono pagaría la cuota. Trató de cerrar mas los ojos para concentrarse y dejarse llevar por la voz del regresionista. Esperó pacientemente a que se le acercará para oír la pregunta de “qué veía”. Escuchó por un rato la música de fondo para adormecerse de nuevo. El mundo onírico lo llevó a su niñez, esta vez corría tras el balón que había rodado hacia unos matorrales al lado del campo de juego. Busco el balón en la espesa vegetación, lo encontró, pero al incorporarse con el balón en las manos tropezó de frente con el hombre que siempre le daba golosinas a la salida del colegio y lo invitaba a pasear. Se asustó, trato de correr pero una mano en el hombro lo sacudió: -relájate y dime que ves.

Corría estrepitosamente por entre la maraña de la espesa vegetación, no quería mirar hacia atrás, solo huir, le sangraban los brazos y las piernas que rozaban la espesa selva que indiferente le cerraba el paso. Atrás, en el convento habían quedado los vejámenes y la adoctrinación a la que había sido sometida desde que un grupo de salvajes blancos la raptó de su tribu. Mientras corría se despojaba de sus ropas, esa tela burda que le obligaban a usar para tapar su cuerpo. -Que era pecado andar desnuda- le repetían a cada momento. Ella que se había criado libre, sin ropa corriendo por las llanuras, bañándose en los ríos, jugando con otros jóvenes. Todos libres de ropa, de prejuicios y pecados. Ahora era otra vez ella, la altiva guerrera de su tribu, la que sabia defenderse de abusos y agresiones. Corría y mientras corría se juraba a si misma no volver a dejarse someter de nadie, su libertad valía mucho para… -y tu que vez-. De un jalón volvió al presente.

Traté de dejarme sugestionar por la voz que me adormecía, pero al cerrar los ojos comencé a visualizar la surrealística visión de mis amigos acostados en el suelo de la sala en colchonetas, veía, en mi mente, con claridad al regresionista caminar en precario equilibrio por el reducido espacio que quedaba entre nosotros. Si un desconocido entrará en ese momento a nuestra casa, tal vez el cartero, que pensaría?; alguna secta, un ritual satánico con olor a sahumerio y música “New Age”.  Inducción colectiva, sugestión grupal, que haría el cartero, llamaría a la policía y nos delataría como una célula terrorista en plena adoctrinación? Con esos absurdos pensamientos revoloteando en mi cabeza, solté una risita que llamó la atención del regresionista, el cual se dirigió inmediatamente hacia mi: -que ves?, escuche su melodiosa voz cerca de mis oídos. -Nada, le mentí.

Era la segunda vez que intentaba una sesión de regresión a vidas pasadas. La primera vez fue en Nueva York por allá en los noventas. Éramos el regresionista y yo en su consultorio, la sesión transcurrió como de costumbre: la usual  visualización de las escaleras bajando hacia una profundidad oscura e insondable tan característica en los libros del psiquiatra miamense Brian Weis. Pero caí en la trampa de dejar volar la imaginación hacía otros lugares, esta vez mi natal ciudad Cali, me enrede en sus callejuelas y me perdí en recuerdos de infancia y juventud. No logre pasar mas allá de los 15 años.

Ahora, los resultados me asombraban, mi esposa y 3 amigos lo habían logrado, era la primera vez que oía un testimonio de viva voz. El regresionista estaba contento. Después de la sesión nos dedicamos a compartir las experiencias, disfrutar de un buen vino y además un suculento pernil de cerdo horneado en salsa de piña.  Quedamos en planificar una segunda reunión, que para mi sería la tercera y como dicen que la tercera es la vencida, espero que esta vez si lo logré.

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