Veinte Dólares

Se revolvió un poco en el carro, estaba incomoda pero se dispuso a pasar la noche de la mejor manera posible dadas las circunstancias. Se profundizó  rápidamente en el universo etéreo  de los sueños. En el aviso verde con letras  blancas pegado al poste pudo leer antes de desaparecer en un destello el nombre de una calle: "Ocean Drive". Acto seguido  la imagen de una playa blanca con un cielo azuloso pasó en secuencias fotográficas difusas que iban y venían sin darle tiempo a ubicarla, solo vio un cartel que decía “$20.00 per car”. Se despertó muy temprano con el sol tropical de la Florida colándose por los opacos vidrios del carro, tardo unos segundos con los ojos abiertos en reconocer donde estaba.

Que volteretas que la vida nos da, se decía para si misma mientras bajaba del carro y estiraba las piernas un poco, entumecidas por la posición encogida en que paso la noche. Si apenas ayer dormía en su plácida y confortable cama de Fort Lauderdale en compañía del gringo, aquel viejo panzón que le había calmado el hambre por cuatro años hasta que sus borracheras y maltratos la hicieron huir sin nada del apartamento. Subió unos cuantos vestidos al carro y se marchó.

En la tarde cuando buscó un hotelito donde dormir se enteró al tratar de pagar con la tarjeta de crédito que todas sus cuentas habían sido canceladas, solo contaba con veinte dólares que decidió no gastar e irse a un parqueo cerca a la playa a pasar la noche en el carro.

La convivencia al comienzo  con el gringo no había estado mal, lo sabia manipular, el hombre con tal de tener un poco de sexo le marchaba a su antojo, le daba gusto en lo que a ella le gustaba; ir de compras a los centros comerciales y salir a manos llenas con paquetes de ropa, lencería, perfumes y joyas; era su satisfacción y ese gusto exclusivo lo obtenía con sus encantos, seduciendo a los hombres adinerados pues el trabajo no le gustaba de a mucho.

Pero ahora estaba comenzando de la nada; no era la primera vez. A su cuarenta y ocho años eran muchos los hombres que habían pasado por su vida, nada de amor, siempre motivada por sus abultadas cuentas bancarias, no discriminaba en edad, raza ni color; o si, pensó, el color si le importaba, el verde de los dólares. Terminó de hacer un poco de estiramiento y se rio de buena gana con la ocurrencia del color.

Apuntó el nombre de la calle que había soñado en un papelito y lo guardó en la cartera, también se memorizó la escena de la playa con el cartel de los veinte dólares por parqueo; las premoniciones, las visiones en sueños eran mensajes, pautas que le enviaban los seres de luz que siempre la habían guiado y orientado. Nunca le fallaban ni aun en las peores circunstancias, mucho menos ahora, lo sabia. Tan ciertas eran las premoniciones que, se acordó de aquella muchacha embarazada que conoció en una fiesta y que con solo tocarle el abultado vientre de seis meses le vaticino muerte, le había dicho que ese bebe no nacería, lo vio en un destello, por supuesto la muchacha se enojó; se olvido del asunto hasta el día en que entre sollozos la muchacha la llamo para contarle lo certero de su profecía. No acostumbraba a sacar provecho de su don, de ese regalo que la vida le había dado, solo lo usaba cuando le llegaba, sin forzar las premoniciones, por eso mas de un disgusto se había ganado.

Decidió subir al carro nuevamente para desvestirse y ponerse el bañador. Enfiló hacia el mar que suavemente lamia las arenas de la playa. El sol perezosamente emergía de entre el mar en el horizonte proyectando su figura en una sola  sombra larga semejando una solitaria palmera agitada por el viento. Unas cuantas gaviotas descendieron a la playa a rebuscar entre los granitos de arena crustáceos o restos de algas dejadas por las olas.

Se dejó mecer al vaivén de las olas un buen rato boca arriba flotando sobre la verdosa y cristalina superficie del mar. La tibieza del sol comenzó a calentar su cuerpo, dejando ir su mente a diferentes momentos vividos; apareció de entre sus recuerdos aquel árabe con el que vivió un par de años, trigueño, delgado, oloroso a especies, a dátiles del desierto, sereno a la hora de amarla, de manos ásperas le recorría el cuerpo despertando sus escondidas zonas erógenas, de lengua ardiente y vibrátil que la hacían inmolarse en llamas de placer; ese si que era un buen amante, lastima que tuviera que desplazarse para el Oriente Medio por razones de trabajo. Ella rehuso acompañarlo pues en sus profecías se vio casi que encerrada en un sucio cuarto sometida a las antiquísimas costumbres del islam. Nunca le dijo por que se quedaba, pero siempre pensó que fue la mejor decisión que tomó. Lo extrañaba; con el probó el hachís por primera vez, fumaron la droga en la narguile, el exótico vaporizador de vidrio del que salían como tentáculos de pulpo varias mangueras con boquillas para aspirar el agrio humo de la droga; con dos aspiradas tuvo para entrar en un estado alterado de conciencia que le distorsiono la realidad y le sensibilizó los sentidos al extremo de hacer el amor sintiendo que toda ella se reducía a su sexo, no existía nada mas, cada estocada de su amante la sentía en todo el cuerpo como un gigantesco tambor con eco vibrátil, incontrolable; retumbe de sonoridades, de espasmos infinitos, inagotables. Terminando en  un interminable orgasmo colorido, psicodélico, inolvidable e irrepetible. La eternidad en un segundo; aun se estremecía al recordarlo.

Una punzada en el estomago le recordó que no había probado bocado alguno en toda la mañana; salió del mar. Después de secarse se subió al carro y condujo fuera del parqueo buscando un sitio donde desayunar. Avanzó por el boulevard costero paralelo a la playa, a medida que iba avanzando, el vecindario que aparecía ante sus ojos en cada curva estaba compuesto de mansiones lujosas, casi todas con yate o velero parqueado en el muelle trasero; voy por buen camino, pensó y siguió  avanzando. En un trayecto largo y desolado, enmarcado por manglares a cada lado de la carretera vio un aviso que informaba que había un playa publica mas adelante. Se detuvo en la entrada de la playa, justo en la cabina de cobro: "$20.00 per car", anunciaba el aviso. Su corazón dio un vuelco, la premonición!, pago los veinte dólares sin titubear, entro al parqueo, los carros que a cada lado estaban aparcados eran de reconocidas marcas exclusivas, se estacionó en la parte mas lejana y escondida del sitio.

Sandalias, bañador, gafas de sol, toalla y una salida de baño  de anchos rombos de malla transparente que dejaba relucir su bronceado y bien conservado cuerpo eran la única posesión en ese momento. Dio una vuelta por la playa reconociendo el terreno. Caminaba por la arena buscando hombres solos, vio a alguien sentado en una silla playera, espero un rato detrás de el pero cuando se iba a acercar llego una mujer y se le sentó al lado, siguió  caminando en busca de otro pez. Tardó  mas de una hora en dar vueltas y nada que veía su presa, cansada decidió extender  la toalla y acostarse un rato boca abajo para descansar, no tardo mucho en que el hambre y el cansancio la vencieran.

El hombre le tocó el hombro suavemente  para despertarla; sobresaltada quedó sentada de un tirón. Estaba discutiendo con el gringo panzón, reviviendo en sueños la ultimo altercado que tuvo, donde el gringote aquel se atrevió a írsele encima con intenciones de abofetearla. Justo en ese momento sentía que la tocaban, por eso despertó asustada y temerosa. A contraluz, se silueteaba una figura masculina que le advertía que la marea estaba subiendo, que tenia que moverse o corría peligro. El hombre la ayudo a ponerse de pie, le recogió la toalla y juntos caminaron en dirección contraria del mar hasta llegar a una enorme sombrilla roja en cuya sombra permanecían dos sillas reclinomaticas de madera pintada de blanco reluciente. Los anaranjados cojines que estaban sobre las sillas acogieron sus cuerpos mientras el vejete le conversaba y muy sutilmente la interrogaba.

Setenta y cinco años marcaba el cronometro del vejete, inversionista inmobiliario retirado, había acumulado una gran fortuna con la compra y venta de condominios a lo largo y ancho de la costa este floridana. Ella le dijo que estaba de vacaciones en Florida, que se estaba quedando en casa de unas amigas y que alguna vez había trabajado de realtor. Despreocupadamente ella lo miraba, lo observaba; de curtida piel esculpida en bronce producto de la excesiva exposición al sol, delgado, afeitado de pies a cabeza, alto con ademanes finos y movimientos lentos pero firmes. Poco a poco iba tejiendo su red, se mostraba muy recatada, pero de vez en cuando al arrellanarse en los cojines se movía con una sensualidad estudiada que el vejete no podia desapercibir inquietandose un poco. Experta en el tema le estaba prendiendo la llama del deseo de a poquitos, como quien enciende una hoguera frotando un palo sobre la roca, de vez en cuando el vejete soltaba una chispa con las provocaciones. El juego antiquísimo de la seducción. Sabia que iba por buen camino, una vez mas sus premoniciones se cumplían.

El vejete la invito a comer, ella le dijo que tenia un compromiso, el vejete insistió, ella hizo una llamada por el celular para cancelar una cita y poder aceptarle la invitación. Salieron del parqueo cada uno en su carro, ella lo seguía y se comunicaban por celular. El vejete llegó directo a la linea de valet parking de un exclusivo centro comercial en Boca Raton y le hizo señas a ella que le entregara las llaves al botones para que lo parqueara. Comieron en Alexander’s, fue discreta en ordenar aunque se hubiera comido un caballo entero por al hambre y la fatiga que tenia. Luego caminaron un rato por los pasillos del lugar. El le propuso que comprara algo en la tienda que deseara, era un regalo por haber encontrado,"esa perla en el mar", según sus propias palabras. Se encamino directamente a Victoria Secret a comprar alguna lencería, era un buen incentivo, el vejete seguro le escogería la prenda mas atrevida y se la imaginaria puesta; buen afrodisiaco. Pero el vejete la cogió suavemente de brazo y la hizo entrar a la joyería de enseguida, pidió una gargantilla y se la coloco en el cuello, en oro blanco con terminación en incrustaciones de esmeraldas y rubíes. Sin salir del asombro, salió con esa costosísima joya avaluada en mas de $2,500 dólares adornando su incrédulo cuello. No se lo podía creer, era mas de lo que esperaba de ese día.

El vejete la invitó a su casa a tomar algo y conversar con mas privacidad. Mientras conducía el auto siguiéndolo llamo a su amiga y atropelladamente le contó todo lo sucedido, estaba excitada, le contó del sueño, de la playa y también le dijo que iba en camino a la casa del hombre a pagar la factura de la comida y la joya. Al voltear la esquina para llegar a la casa del vejete el corazón casi se le sale del pecho: “Ocean Drive” se leía  en el verde aviso de letras blancas demarcando la calle que tomaba y era donde estaba ubicada la  mansión  del vejete.

Antes de bajarse del carro tuvo que serenarse un poco pues estaba temblando de emoción,  respiro varias veces profundamente hasta normalizar su ritmo cardiaco, ahora mas que nunca necesitaba tener el control de la situación y con mayor razón puertas adentro de la casa.

La sala con paredes forradas en madera y estanterías llenas de libros, jarrones, esculturas y antigüedades lucia impresionante y acogedora, se descalzaron y caminaron por la mullida alfombra en dirección al bar, una reliquia de madera empotrada en la pared con relucientes copas colgadas del techo y vitrinas llenas de licores de todos los colores y diversa procedencia. Sirvió, en sendos vasos de cristal dos chorros de coñac “Licor de los dioses” de la casa “Remy Martin”; exclusivo licor procedente de unos barriles añejados por mas de 100 años y puestos a la venta a un costo de $15,000 dólares la botella, según le explicó. Ese sorbito, del caliente y espeso liquido que le bajaba por la garganta podría costarle quinientos dólares o mas. El lujo no es pecado, para quien lo pueda tener, pensó mientras miraba a rededor. Le descendió como lava ardiente el coñac calentándole el cuerpo y avivándole los deseos, no en vano desde la época de Napoleón era considerada la bebida afrodisíaca por excelencia.

El adinerado vejete le insinuó que tomara una ducha para quitarse la arena del cuerpo y estuviera mas confortable. Tenia sus dudas pero realmente estaba incomoda transpirando la sal del mar. El cuarto de huéspedes y el baño como todo en la casa era enorme y recargado de adornos y cuadros. Dejó que el frío chorro de la regadera le recorriera todo el cuerpo, refrescaba, renovaba y lo necesitaba. Salió de la ducha empapada y se encontró de frente con su cuerpo reflejado en un enorme espejo que cubría toda la pared. Noto que sus carnes ya estaban cediendo al paso de los años. Tomo los pechos entre sus manos, eran pequeños, de pezón grande, café oscuro y aureola reducida, un poco descolgados pero aun tenían firmeza y las pecas que abundaban en el nacimiento los hacían ver seductores; solo era cuestión de escoger el escote adecuado. Siguió  bajando la mirada hacia la mujer que le devolvía el espejo, tenia caderas redondeadas tipo guitarra, al caminar y bailar siempre las usaba como arma seductora, no fallaba; los hombres, los estúpidos hombres siempre caían rendidos ante su contoneo. Se puso de lado, las nalgas, blancas y planchas ya comenzaban a poblarse de hoyuelos; era su falencia, su talón de  Aquiles, nunca posaba de lado para las fotos, nunca; siempre  de frente y sonriente mostrando la redondez de sus caderas. Notó que el exceso de comida se le estaba acumulando en el vientre, de frente pasaba, pero de lado, que horror!, era hora de hacer dieta, ejercicio o la lipo en caso extremo. El vello púbico no existía, lo afeitaba y se hacia la depilación por cera, cuestión de aseo y estética, le gustaba así. Descendió la vista hacia las piernas, largas, torneadas, de pantorrilla gruesa, especial para lucir los exagerados zapatos de tacón alto a que usaba, pero también noto la incipiente invasión de la celulitis comenzando en la parte trasera de sus muslos; este cuerpecito necesita urgentemente mantenimiento, pensó.

Tomó una salida de baño que encontró en el ropero del cuarto, se calzó unas sandalias y se dispuso a bajar. Cuando estaba a punto de abrir la puerta recapacitó y razonó que lo mejor era vestirse nuevamente. La estrategia, intuyó ahora que había visto lo adinerado que era el vejete no consistía en un polvo de una sola noche -“In and Out”-  como decían los gringos; ella iba por mas. El vejete estaba también bañado esperándola con las copas llenas de brandy, ella tomo la copa y se sentó en uno de los altos taburetes que adornaban el bar.  El vejete salió del bar, se le acerco e hizo girar el taburete, ambos quedaron frente a frente mirándose a los ojos por unos segundos que a ella le parecieron interminable e incomodos, el vejete dibujando una sonrisa maliciosa en sus delgados labios de un tirón se despojo de la salida de baño que llevaba puesta y quedó desnudo. Se quedó quieta, asombrada, con la vista recorrió el lampiño cuerpo  del hombre, estaba erecto, su resplandeciente y acanelado falo sobresalía de entre sus piernas. No se esperaba esta acción, suponía que el le sugeriría tener sexo, pero no que actuara así, tan directo, tan intempestivamente. Ademas ya había, decidió que no iba a matar la gallina de los huevos de oro pagándole la joya con una noche de sexo. No, ya era hora de ir pensando en una estabilidad, en sentar cabeza y que mejor que “aquí en esta casita y con ese yate al frente”. Acostumbrada a lidiar con todo tipo de hombres y en especial en situaciones embarazosas como esta, se bajó del asiento, recogió la salida de baño del vejete y se la pasó para que se vistiera. Luego se quitó la costosa joya del cuello, la puso encima del bar y le dijo que ella no estaba en venta y mucho menos por esa cantidad, que se podia quedar con su joya y sus riquezas, que ya lo había conocido bastante para saber la clase de hombre que era. Cogió las llaves del carro y se marchó dejando al vejete incrédulo, asombrado y con el falo en caída libre hacia el suelo.

Fue una jugada magistral, se jugó el todo por nada; como buen jugador puso las cartas sobre la mesa para apostarse entera y se sentó a esperar la siguiente jugada. Le pidió posada a su amiga por una semana:  tiempo suficiente para que el vejete la llamara. Antes de marcharse se aseguró que el numero de su celular hubiera quedado grabado en el de el.

Se levantaban, desayunaban con la "amiguis", se iban para la playa a mantener el bronceado que las caracterizaba y luego en la tarde a los centros comerciales de "Shopping Windows" como dicen por estos lados.

La semana transcurrió rápido y sin ninguna novedad, ella estuvo calmada, lo que mas le preocupaba no era el silencio del vejete sino la ausencia de señales, de mensajes, las premoniciones estaban desaparecidas. El viernes en la tarde, después de llegar cansadas de recorrer las tiendas antojandose de cuanta novedad encontraran, llegó la tan esperada llamada; el primer impulso fue contestarle inmediatamente, pero algo la freno, espero a que se agotaran los timbrazos y se activara el modo de mensaje. La voz gruesa y cálida del vejete en un ingles académico le comunico lo apenado que estaba y que para resarcir el atrevimiento: lo imperdonable de su acción, la invitaba a cenar esa noche: el restaurante era Cheesecake Factory de Boca Raton, la hora: 8pm, si no obtenía respuesta antes de las siete, daba por entendido que la efímera relación entre ellos había muerto. Ahora si, dijo ella, vamos a caminar a mi ritmo y bajo mis condiciones.

Pasó un año desde aquellos días en que conoció al vejete, a “darling” como le decía ahora cariñosamente. Estaba tendida en la inmensa cama del cuarto principal de la casona, al levantarse para tomar la ducha paso por el inmenso espejo del baño, dejo caer la diminuta pijama de seda que la cubría para apreciar su cuerpo en el reluciente espejo; ahora si podia posar de lado, la lipo había desaparecido su abdomen y el bisturí le había adicionado un buen trasero, hasta la boca era ahora poseedora de unos labios carnosos, sensuales y jugosos lucia mejor su rostro. Se puso el bañador y salió al balconcito que da a la piscina, el vejete comenzó a llamarla, ya estaba listo el yate, que los llevaría en un recorrido por las Bahamas celebrando el primer aniversario de su relación.

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