Un periplo por Europa

 OSLO (El reino del Hielo)



Después de 10 horas de viaje en el cual, lectura y duermevela se alternaron hasta fundirse en un confuso recuerdo que no me permitía saber si soñaba que leía, o si despierto me imaginaba que dormía; llegamos a el aeropuerto de Oslo, la capital de Noruega.

Era de mañana; el frio, la humedad, la lluvia y la nieve nos dieron la bienvenida. Afuera, el plomizo cielo, como una pared densa descendía hasta la bahía de la ciudad confundiéndose con el mar que perdía en el horizonte sus límites en una bruma impenetrable. La monocromía del paisaje, en la escala de grises iban del blanco absoluto al negro intenso recordándonos la vieja postal de un paisaje invernal.

Llegamos al hospedaje después de tomar el bus que nos llevó a un hotel cerca del aeropuerto, porque al siguiente día madrugados volábamos rumbo a Praga. Dejamos el equipaje y salimos a enfrentar el frio nórdico de la ciudad de los vikingos y las valkirias.

Al salir de la estación del tren nos encontramos de frente con un impresionante complejo arquitectónico; el edificio de la Opera de Oslo. Con un atrevido diseño que pareciese que el edificio emergiese sobre el agua del fiordo en una amplia rampa de bloques de mármol de Carrara que ascendiendo se curvaban en una esquina para elevarse hasta alcanzar el techo, lo que permitía caminar sobre el edificio y disfrutar de una panorámica espectacular de la ciudad y la inmensidad del fiordo.

Atravesamos una amplia plaza bordeando grandes montículos de nieve que se resistían al deshielo, permaneciendo sólidos y resbaladizos. Cruzamos la avenida que bordeaba el fiordo, accedimos a la rampa del edificio de la ópera para caminar sobre ella y llegar al techo. La impresionante vista, con el edificio de la ópera blanco, el cielo plomizo y el mar ceniciento acrecentaba lo luctuoso del paisaje. Al fondo, un edificio de amplios cristales, reforzados con hormigón llamaba la atención. Era el museo de Edward Munch, el prolijo artista noruego que cobró fama mundial por reflejar en sus obras la ansiedad, la melancolía, la enfermedad y la naturaleza noruega. Mi intención era entrar y admirar en primer plano su obra cumbre; “El Grito”. Pero no sería ese día, sino al regreso de nuestro periplo por la Europa Oriental.

Nos adentramos por las adoquinadas callejuelas del centro de Oslo. Las aceras y negocios aledaños a pesar del frio y la persistente llovizna estaban atiborrados de gente; lugareños y turistas que revoleteaban de un lado a otro curioseando o desplazándose a sus sitios de trabajo, unos en bicicleta, los más en patineta eléctrica (que suelen ser los medios de transporte más usuales y populares de estas regiones, y que además cuentan con su propia calzada a un lado de la calle, la cual es respetada por autos y transeúntes).

Por una vía que ascendía sobre la colina llegamos a la Fortaleza de Akershus, ubicada en el fiordo de Oslo. Un complejo de edificaciones militares con un castillo al centro, que servía de defensa en la edad media a la ciudad. Se nos fue casi todo el día recorriendo la fortaleza y el castillo. Bajamos al atardecer para pasar por la Catedral de Oslo y seguir paseando por sus callejuelas mientras buscábamos algo de comida. Nos llamó la atención la forma desmedida en que beben cerveza y fuman los noruegos, tanto hombres como mujeres, sin importar la hora del día. Admiramos de pasada, el edificio en el cual entregan el premio Nobel de la paz cada año. Atravesamos la calle donde está ubicada la Facultad de Derecho de la Universidad de Oslo. Al fondo divisamos en una colina el Palacio del Storting, sede del Parlamento nacional de Noruega. Después de comer nos dirigimos al hotel a recargar baterías para el siguiente día.


PRAGA (Un baúl de sorpresas)



La capital de la Republica Checa situada a orillas del rio Moldava, declarada patrimonio de la Humanidad en 1992 nos esperaba con su belleza. Su arquitectura e impresionante historia la hacen una de las 20 ciudades más visitadas del mundo. Gestora de la caída del régimen comunista con la Revolución de Terciopelo; Sobreviviente de dos guerras mundiales, de la dictadura nazi y del socialismo soviético, la otrora capital del reino de Bohemia; la que ahora, nos abría sus puertas para conocerla y quererla.

Ahí estábamos Patita y yo saliendo del Aeropuerto Vaclav Havel rumbo al casco histórico de la ciudad. Tomamos un tranvía que nos llevó directo al barrio de Malá Strana, (Pequeño Barrio) cerca del puente Carlos en un recorrido de 45 minutos.

A lado y lado del camino, ya en la ciudad se alzaban torres, cúpulas, castillos, edificaciones medievales, arquitectura estilo barroco, iglesias estilo gótico. Observábamos fascinados el panorama sin saber a qué lado mirar. El bus se adentró en el barrio, era antiguo, de callejuelas adoquinadas, estrechas y laberínticas con alucinantes sorpresas arquitectónicas a cada vuelta de esquina. El tranvía nos dejó en una plazoleta no muy grande, flanqueada por una torre al lado, una iglesia antigua al costado y unos restaurantes y cafetines bordeándola. 

Como siempre me sucede, no podía creer donde estaba parado, la emoción me embargaba. Caminaba sobre siglos de historia; el viejo imperio Astro-húngaro, el extinto Reino de Bohemia revivían ante mis ojos en la arquitectura de sus antiguos castillos, en los pasadizos adoquinados y en sus impresionantes iglesias. Esperaba, en mi loca imaginación que, de un momento a otro aparecerían en unos briosos caballos jinetes medievales con sus armaduras llevándose a todo el mundo por delante, por eso, por precaución hice subir a Patita al andén, por pura precaución nada más. Dejamos el equipaje en el apartamento y salimos a sumergirnos en la ciudad.

Caminamos hacia el rio Moldava para atravesarlo por el puente Carlos. Cámara en mano disparaba sin cesar a lado y lado; portones grandes, herrumbrosos, de maderas y pintura carcomidas por el tiempo y la intemperie me brindaban la textura y contrastes excelentes para unas fotos de acercamiento únicas.

El puente Carlos, emblema de la ciudad, construido estilo gótico, flanqueado por 30 estatuas y esculturas estilo barroco y tres torres que lo adornan; una joya digna de ver por su magnificencia. Lo caminamos varias veces de ida y vuelta y cada vez no dejaba de sorprendernos por su imponencia.

En una extenuante maratón de tres días, con horarios de 6 de la mañana a 10 de la noche y caminando más de 20,000 pasos por día (según el reloj que Patita llevaba en su muñeca y que cada noche, al terminar la jornada, me mostraba con orgullo los números digitales que resplandecían en la pantalla), recorrimos museos, iglesias, castillos, monumentos, puentes, palacios, teatros, sinagogas y por supuesto, a cada paso que dábamos, revivíamos la historia y su magnificencia.

Hay tanto que ver en esta preciosidad de ciudad que se me entrecruzan los sitios y se me confunden los nombres, pero grosso modo, estos fueron los más representativos para nosotros.

 Iglesia de San Nicolas en Malá Strana, una de las iglesias barrocas más grandes de Europa, con una cúpula de 74 metros de altura, a la cual ascendimos para admirar la impresionante vista panorámica que nos ofrecía y lo mejor, nos quedaba a la vuelta de nuestro apartamento.

Basílica de San Jorge, obra maestra del arte románico, construida en el 920. La Sinagoga Vieja y Nueva, junto al Cementerio y el Museo Judío con la Sinagoga Española al lado.

El Museo Nacional, situado en lo alto de la Plaza de Wenceslao, centro de manifestaciones masivas como la Insurrección de Praga y la Revolución de Terciopelo, entre otras no menos trascendentales en la historia del país.

Torre de la Pólvora, una obra gótica de impresionante belleza, junto a la Casa Municipal. LTorres de Malá Strana que sirven de entrada al Puente Carlos, imponentes y altivas.

El callejón del Oro en el Palacio de Praga. Adentrarse en este callejón es retroceder en el tiempo para caminar sobre el medioevo. Casitas pequeñas que conservan dentro los utensilios, ropa, muebles, libros y adornos de la época. Que increíble como Patita y yo viajamos al pasado en este recorrido tan inolvidable, tan deslumbrante.

Ahí mismo, en el Palacio de Praga visitamos la Catedral de San Vito, que funciona como la arquidiócesis de Praga, una obra única del Arte Gótico en cuya fachada sur tiene una Puerta Dorada con el Mosaico del Juicio Final. En el interior admiramos la Capilla de San Wenceslao, con la tumba de San Juan Nepomuceno, el Santo Patrón de Bohemia, escultura que simplemente nos dejó sin palabras ante la magnificencia y detalle de su elaboración.

Algo único y digno de admirar; el Reloj Astronómico de Praga, situado en la Ciudad Vieja, en la pared sur del Ayuntamiento. Un cuadrante astronómico con forma de astrolabio, representando la tierra y el cielo, con unas figuras animadas que cada hora salen y se muestran; se conocen como “El Paseo de los Apóstoles”. Además, tiene un calendario circular que representa los meses del año.

Realmente en cada vuelta de esquina nos encontrábamos con una sorpresa, con un monumento, con algún pedazo de historia, con alguna espectacularidad que nos asombraba, que nos dejaba sin palabras. La calle de John Lennon, una pared llena de grafiti en honor al cantante cuando este fue asesinado en 1980. La Casa danzante, un edificio deconstructivista que asemeja una pareja de bailarines, simple y espectacularmente asombroso.

Del controvertido escultor checo David Cerny, admiramos la estatua de San Venceslao, Los Bebes Deformados, el Viselec que es un caballo colgado patas arriba dentro de un edificio, Los hombres haciendo pis, un par de estatuas en bronce de dos hombres que con un mecanismo electrónico mueven el chorro de agua que arrojan al orinar, La cabeza cinética del escritor Franz Kafka, de 42 bloques que se pueden mover individualmente. La estatua de Sigmund Freud colgado del brazo, en lo alto de un edificio. El Monumento a las Victimas del Comunismo que muestra siete figuras que descienden por las escaleras en la colina de Petrin, que parecen decaídas y están rotas, desquebrajadas o desmembradas simbolizando el daño causado a los presos políticos.

Vimos el cambio de guardia en el palacio, nos asomamos a la calle más estrecha, en la que solo cabe una persona y tiene semáforo para indicar si se puede acceder a ella. Más parques, más iglesias, más callecitas preciosas, antiguas, llenas de historia, de pasado, de guerras, de destrucción, de resurgimiento y esperanza. 

En una de las tantas vueltas que dimos por el barrio de Malá Strana, saliendo de un callejón a una pequeña plazoleta con una hermosa fuente de agua al centro, dimos de frente con un aviso en una ventana de lo que parecía un restaurante, nos acercamos y en letras hechas con un marcador negro sobre cartulina decía en perfecto español: “yuca con chicharrón”. Aceleramos el paso; con asombro y curiosidad nos acercamos. Había un portón grande y desgastado el cual flanquee para entrar. Patita, siempre desconfiada se quedó afuera. Atravesé un pasillo con mesas a los lados. El ambiente, con anchos sombreros de paja y zarapes colgados en las paredes era muy mexicano. Después de dar vueltas por el lugar me topé con un aviso que decía “Cerrado los lunes”, era lunes a medio día. Nos fuimos un poco tristes, pero nos prometimos al siguiente día llegar después del recorrido y rematar la jornada con una suculenta cena.

“El Centro” se llamaba el sitio. Ese martes, al terminar la maratón turística, después de las 8 de la noche nos dimos las mañas para dejarnos caer por el lugar.  Al atravesar el portón, caminar por el zaguán y llegar a las mesas sentimos que habíamos llegado a nuestra querida Latinoamérica. Los olores de la cocina, los vivos colores de las paredes, el decorado muy a fonda paisa o rancho mexicano nos recordaban nuestras raíces. Al fondo en la cocina, una pareja de hispanos entre risas y música en español, conversaban mientras removían ollas y preparaban los alimentos.

Nos sentamos cerca de la cocina, no había nadie. Me dirigí a la cocina para entablar conversación. Eran cubanos, parecían pareja, pensé que eran los dueños, pero ella nos aclaró que el señor ya vendría a atendernos. En eso apareció el mentado dueño, era checo, casado con una salvadoreña, por lo tanto, hablaba un poco de español. Grande, rubio y con una cordialidad de portero de hotel nos recomendó la especialidad de la casa “Paella de mariscos”. Con una jarra llena de cerveza checa dimos cuenta de la paella entre Patita y yo mientras conversábamos con la salvadoreña que al darse cuenta de que éramos colombianos nos dijo: -por eso se sentaron en la mesa colombiana; en ese momento, al mirar a nuestro alrededor vimos apliques colombianos en las paredes y sobre nuestras cabezas, pendía de un cordón el “Sombrero Volteado”.

Otra sorpresa; paseando una noche por un laberintico barriecito de calles adoquinadas y tiendecitas típicas, un aviso de neón que alumbraba una vidriera me llamo la atención al reconocer la cara de Pablo Escobar. Era una del centenar de tiendas dedicadas al expendio de productos relacionados con la planta de Cannabis. “El Patrón” se llamaba el negocio. Accedí al lugar, las paredes estaban llenas de posters y fotos alusivas al narcotraficante. Dos muchachas tatuadas, de rostros angelicales y cabellos rojos atendían el lugar. Di vueltas por las vitrinas, estuve tentado a comprar algún suvenir o gomita para mostrar a mi regreso del viaje, pero Patita muy enérgicamente me persuadió de mi intento. -Ya quieres que en la aduana nos requisen y nos detengan por eso? -Volví y dejé el producto en el estante; muy calladito me dirigí a la puerta.

Salimos de Praga rumbo a Viena una madrugada fría por tren en un recorrido de tres horas, pero dejamos en Praga nuestro corazón, nos habíamos enamorado de la otrora capital del Reino de Bohemia, pero más que todo del barrio antiguo donde nos quedamos: de Malá Strana.


VIENA (La realeza)



A pesar de la bruma que se levantaba de la campiña y en los bosques que pasaban veloces ante nuestros ojos al avanzar el tren; se alcanzaban a divisar los estilizados y blancos molinos con sus aspas girando continuamente. Comenzaban a reverdecer algunos árboles en la floresta, otros más atrevidos y temerarios echaban sus primeras flores, salpicando el paisaje de pinceladas rojas y amarillas semejando un óleo de Claude Monet. 

A media mañana, la ciudad austriaca situada a ambos lados del Danubio, al pie de las estribaciones de los Alpes, patrimonio artístico y capital musical del mundo, cuna de genios como Beethoven, Mozart y Strauss se materializó ante nuestros ojos apenas nos bajamos del tren. Tomamos un bus que nos llevó cerca del apartamento. Como la hora de ingreso al hospedaje era a las 3 de la tarde, decidimos dejar las maletas en una oficina de correos cercana que prestaba ese servicio, para caminar livianos de equipaje.

Nuestra morada estaba ubicada en una diagonal de la calle Karnter Strabe, principal arteria del centro de Viena que tiene las tiendas de moda de las marcas más prestigiosas y caras del orbe.

La calle desembocaba a una plazoleta donde estaba asentada la Catedral de San Esteban, el símbolo religioso más importante de Austria. Con dos torres de campanario; la norte y la sur que permiten observar el tejado de la catedral cubierto de tejas esmaltadas de varios colores con formas asimétricas. Afuera en lo alto pudimos apreciar las gárgolas que cumplían la función de espantar los malos espíritus en su época.

Luego de descender de las torres caminamos hasta la Opera Estatal de Viena, cuya fachada principal nos dejó absortos ante su fastuosidad. Giramos luego para llegar al Ayuntamiento, un edificio de corte neogótico, también digno de admirar. Nos dirigimos después hacia el Palacio del Parlamento de Austria; bello, soberbio e imponente.

Sin perder tiempo, por lo apretado del itinerario avanzamos hasta dar con el grandioso Palacio Imperial de Hofburg que contiene en sus instalaciones el Museo de Sissi (el cual visitamos y que representa el mito y la realidad sobre la Emperatriz Isabel), La Biblioteca Nacional de Austria, La Escuela Española de Equitación y el Museo de Etnología de Viena. Es el palacio más grande de la ciudad, fue la residencia de la realeza austriaca, especialmente de los Habsburgo.

El siguiente día por bus nos dirigimos a el Palacio de Schonbrunn, también conocido como el Versalles Vienes por sus jardines y el gran parque palaciego. La sola entrada es impresionante, flanqueada por dos obeliscos a lado y lado que permiten acceder a una amplísima plazoleta que termina al fondo con la edificación en forma de U. Caminamos por las Ruinas Romanas en los jardines, nos adentramos en la Casa de las Palmeras para luego ascender por una colina hasta la Glorieta del palacio, un edificio de arquitectura neoclásica, levantado sobre columnas y arcos, que permite observar al fondo, la vista panorámica del palacio y atrás parte de la ciudad.

Recorrimos el interior del Palacio con sus salones Imperiales fuertemente decorados y rematados en el cielo raso con pinturas y frescos de impresionante belleza y detalle. Fue un día agotador, pues de la Glorieta caminamos hacia un parque que nos condujo hacia otra parte de la ciudad.

En este lado encontramos la Academia de Bellas Artes de Viena. Instituto que en el año 1908 rechazó la admisión de un joven llamado Adolf Hitler, motivo por el cual se trasladaría a Munich donde se alistaría en el ejercito Imperial alemán. Cerca de ahí nos sumergimos en un mercadito local, lleno de comederos y tiendecitas en donde encontramos algo para merendar. Descubrimos otra iglesia la cual visitamos, con esto dimos por terminado el día.

Al amanecer del siguiente día, arrastrando las maletas por el adoquinado suelo, revertimos los pasos para llegar a la estación y tomar el tren que nos llevaría hasta nuestro próximo destino.


BUDAPEST (El exterminio)



Otra joya de la realeza europea, patrimonio de la humanidad, considerada una de las ciudades más bellas de Europa, atravesada por el Danubio que la divide en la ciudad de Buda en la orilla oeste y Pest en la orilla este. 

Por tren llegamos a la estación de Budapest-Keleti, para luego dirigirnos a nuestro hospedaje, que estaba ubicado muy cerca del Puente de Las Cadenas, el más antiguo que une las dos ciudades, custodiado por dos imponentes leones de piedra caliza en el inicio del puente.

En el segundo día, atravesaríamos el Puente de las cadenas para llegar al Castillo de Buda, deslumbrante edificación medieval sacada de un cuento de hadas. Pareciese, que, de un momento a otro, desde la ventana de una de sus torres apareciese la princesa Rapunzel para dejar caer su larga cabellera rubia hacia el príncipe que, parado sobre el corcel treparía por la dorada trenza para rescatarla.

Por supuesto también en Budapest el recorrido fue maratónico, intenso, extenuante pero enriquecedor. Visitamos el Parlamento Húngaro, el segundo más grande del mundo. Una gigantesca edificación de estilo neogótico que se sale de lo normal por su espectacularidad, situado a orillas del Danubio, que, en las noches, soberbiamente iluminado se refleja en el rio agigantando su belleza en destellos y candilejas. Detrás del Parlamento, en una plazoleta nos encontramos con la estatua del Conde Gula Andráss, además tuvimos la oportunidad de presenciar una marcha militar izando la bandera nacional.

Pasamos por el Museo de Bellas Artes, por la Ópera Nacional de Hungría, El Museo Nacional Húngaro. La Estatua de la Libertad, estatua de bronce que conmemora la liberación de Hungría por parte de la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. Admiramos la Gran Sinagoga, recorrimos la Plaza de los Héroes, ubicada al final de la avenida Andráss, con estatuas representativas de los fundadores de la nación.

Después nos dejamos caer por el Mercado Central de Budapest, que es la plaza de mercado bajo techo más grande de Hungría, situada en el boulevard de Vámház. Recorrimos sus dos pisos yendo de tiendecita en tiendecita, regateando suvenires y husmeando curiosidades. Fue una tarde maravillosa; lo que en un lugar costaba 5 florines, en otro sitio se conseguía por 3, o por 2; tocaba regatear mucho, volver a las tiendecitas, subir y bajar gradas. Al final nos sentamos a comer estilo Galería Alameda.

Caminando por la calle Zoltan desembocamos a uno de los monumentos más dolorosos e increíblemente abyectos de la raza humana. Los “Zapatos en la orilla del Danubio”, erigidos en el 2005, en el lado oriental del rio, en Pest, al sur del Parlamento Húngaro. En un largo bloque de cemento que sirve de contención al rio hay una serie de zapatos viejos, adheridos al suelo por pares, los hay de niños, de tacones, botas, mocasines, rotos, desvencijados, con los cordones sueltos, abandonados al descuido. Pareciera que los poseedores se los hubieran quitado de prisa y dejado en el lugar. La verdad, la dura e inconcebible verdad no cabe en la imaginación de cualquier macabro escritor de cuentos de horror. En la época del exterminio, en la cúspide del holocausto, los Nazis alineaban a los judíos, gitanos y otros grupos étnico-indeseables para ellos por parejas, los paraban frente al rio atados de a dos, los hacían descalzar (los zapatos eran caros y escasos, los guardaban para revenderlos después). Detrás los ejecutores con la Luger en mano le iban disparando a uno de ellos en la cabeza, el fusilado caía al rio arrastrando al otro a las profundidades del Danubio muriendo por ahogamiento en una agonía indescriptible.

Parados en frente de un par de zapatos con Patita nos cogimos de la mano, cerramos los ojos y por un perturbador instante revivimos ese angustioso momento. Sentí el frio del cañón horadándome la nuca, rogué porque el perpetrador le disparase a Patita primero para no hacerla pasar por el tormento de ahogarse viendo mi inerte cuerpo caer al rio para desangrarse y poco a poco hundirse en la frías y oscuras aguas de Danubio. Abrimos los ojos despacio, en silencio, respetando el espíritu de las almas que aun rondaban por el boulevard buscando la paz de un sepulcro, nos alejamos del lugar.

Una vez más Budapest nos sorprendía por sus contrastes; de lo sublime a lo abyecto, de la belleza al horror.  

A las 7 de la noche ya estábamos sentados en el comedor del barco anclado sobre el Danubio, junto a los inmensos ventanales que nos permitían ver, a lado y lado, la ciudad de Budapest encendiendo sus luces, iluminando sus castillos, alumbrando sus monumentos y resplandeciendo sobre la oscuridad que poco a poco se cernía sobre nosotros. La botella de Merlot, servida en la mesa y las copas tintineando en un brindis con Patita completaban el irrepetible e inolvidable momento.

Al fondo, en una esquina, un viejo vestido de esmoquin sacaba un violín de su estuche, que al ajustar las cuerdas comenzaba a rasgar el aire con sus notas, lo acompañaban dos músicos con un bajo y un violonchelo. Poco a poco las mesas se fueron llenando con turistas de todas las nacionalidades. Atrás de nuestra mesa hablaban en italiano, a un lado una pareja de orientales se despojaba de sus abrigos, los del frente nos parecieron franceses y el resto; idiomas desconocidos para nosotros.

Las voces y el murmullo de los invitados fueron acallados por las notas melodiosas de los músicos que comenzaron a entonar canciones y sonatas como: “La Felicita” en italiano, “Bella Ciao” en francés, que algunos de los pasajeros entonamos, sonando más a algarabía que a coro.

El rostro de Patita, tenuemente iluminado, por un lado, hacía que la luz se concentrara en sus ojos; le brillaban, se le encendían; dos hogueras que ardían de júbilo, que destellaban de felicidad y que con su sonrisa la hacían más bella. Trataba yo de eternizar ese fugaz instante, con las notas musicales, con el murmullo de la gente, dejándome llevar por el vaivén del barco, mirándola fijamente, grabando en mi memoria sus gestos, la manera de tomar la copa de vino entre sus dedos y llevarla a sus labios que se humedecían con el licor, cuando de pronto el viejo del violín nos preguntó que canción queríamos oír. Creo recordar que nos habló primero en húngaro, para después seguir en inglés y terminar en español. “Ti amo”, le contesté al instante, pero en italiano finalicé.

Que sublime, que excelsa serenata recibió Patita en la mesa. Le apretaba la mano, la miraba. Sorbía el vino para controlar la emoción que me embargaba, para no llorar de felicidad, de éxtasis. El barco avanzando sobre el Danubio, las luces del Parlamento brillando con unos matices de insuperable belleza, la voz del violinista sonando grave, las notas del violín rasgándome el alma. Que más le podría pedir a la vida, estaba en el paraíso y tenía que eternizarlo aquí, en mis narraciones.

El siguiente día lo teníamos libre, así que madrugados tomamos un tren rumbo a una pequeña ciudad que me llamaba la atención conocer.


BRATISLAVA (Un tesoro escondido)



La capital de Eslovaquia, centro histórico y cultural, a orillas del Danubio donde comienzan los Montes Cárpatos, fue el destino que escogimos al tener el día libre en nuestro itinerario. Viajamos de madrugada en tren, era domingo, fue un viaje corto. Muy temprano estábamos desembarcando en la estación de Bratislava-Petrzalka, antigua en su estructura, con cientos de vías férreas saliendo de ella.

Tomamos un bus que nos llevó a la ciudad vieja, que era nuestro punto de interés. Pero no nos apeamos ahí, seguimos en el bus para atravesar el puente Apolo y llegar al barrio de Petrzalka. El plan era caminar de regreso por el puente hasta la ciudad vieja y admirar en su travesía la ciudad y el Danubio.

La panorámica que nos ofreció la caminata fue única, pudimos apreciar en toda su magnificencia el Castillo de Bratislava, las ruinas del Castillo de Devin, la majestuosidad del Danubio deslizándose suavemente con su inmenso caudal de agua en medio de la ciudad y el casco de la ciudad vieja con sus torres, cúpulas y edificaciones centenarias.

La ciudad antigua, con sus callejuelas, adoquinadas, retorcidas y sus construcciones medievales, en su casi totalidad se recorre en un día. Comenzamos subiendo al Castillo de Bratislava; se llega por una callecita de gradas en piedra irregular, que con Patita la hicimos como en tres escalas con sus paradas respectivas para tomar resuello y poder escalar. Pero, ya arriba, el esfuerzo fue minimizado ante la belleza y espectacularidad del Castillo y sus alrededores. Jardines, estatuas, monumentos y la hermosa panorámica que nos ofreció sobre la ciudad quedaron eternizadas en las fotos que tome desde todos los ángulos posibles.

Descendimos por el lado opuesto del castillo donde encontramos una pequeña capilla rodeada de árboles que entrando a la primavera florecían en blancas flores que se desgajaban cayendo al verde prado alfombrándolo de una blancura que parecía nieve.

Nos adentramos a la ciudad vieja por sus callecitas, admirando en cada esquina, en cada recodo y pasadizo una obra de arte arquitectónica, una espectacularidad. Llegamos a la Iglesia de Santa Isabel, pintada toda de azul celeste, de estilo modernista y cubierta vidriada en el tejado.

Volteamos en una calle donde encontramos en el suelo, saliendo de una alcantarilla, la Estatua del Hombre Trabajando, hecha en bronce, digna de apreciar. Caminamos por la Plaza de Hviedoslav, donde conocimos el Antiguo Teatro Nacional, admiramos seguidamente, de estilo rococó La Casa del Buen Pastor que alberga el Museo de Relojes.

Transitamos por la Plaza Hlavné Námestié, donde está la escultura de Napoleón recostado en una banca. Vimos el Antiguo Ayuntamiento en la Plaza de Armas, después enrutamos hacia el Palacio Grassalkovich, para luego desembocar al Palacio Primacial, que es la sede de la alcaldía. Por una callecita nos adentramos al edificio de la Universidad Comenius, también digno de admirar.

Valió la pena, comentamos con Patita cuando de regreso tomábamos el tren que nos llevaría nuevamente a Budapest. Esa noche dormimos expectantes, ansiosos, pues la ciudad que nos esperaba había partido la historia de la humanidad en un antes y un después, haciendo que el mudo cambiara para siempre.


BERLIN (El Bloqueo)



El aeropuerto de Berlin-Brandeburgo Will Brandt, que mueve un promedio de 34 millones de pasajeros anuales nos abrió sus puertas. Nos deslizamos por rampas automáticas, escaleras eléctricas, pasillos atestados de pasajeros y tiendas hasta ubicar la salida. Tomamos el metro para dirigirnos al apartamento que teníamos rentado en Kleine Alexanderstrabe. Quedamos cerca de Potsdamer Platz, en el corazón del Berlín occidental. De ahí se podía ir caminando a Unter den Linden, el principal boulevard de la ciudad.  Llegamos al boulevard atravesando el Puente del Castillo, sobre el rio Spree, donde admiramos a un lado el Museo de Historia Natural, para después adéntranos en la Isla de los Museos, que está ocupada solo por museos; el Museo Antiguo, el Museo Nuevo, Museo Bode, Galería Nacional Antigua, Museo de Pérgamo y la Galería James Simón.

Saliendo de la isla, al lado derecho nos encontramos con una majestuosidad: la Catedral de Berlín (de la iglesia evangélica). Una impresionante edificación estilo neobarroco, un verdadero patrimonio arquitectónico. Caminamos después para llegar a la Plaza de Paris, donde se encuentra la Puerta de Brandeburgo.

Pero antes, de camino hacia la puerta admiramos el edificio de la Opera de Berlín, la Academia de las Artes de Berlín, el grandioso Hotel Adlon, el edificio de la Nueva Guardia de Berlín, la espectacular Plaza Publica de Berlín con la estatua de Federico II de Prusia (La Bebelplat)

Llegamos a la puerta por la plaza de Paris, de 1.5 hectáreas, rodeada de bellos palacetes estilo barroco. Al fondo estaba la puerta de Brandeburgo, consta de doce columnas dóricas, seis a cada lado, basada en la puerta de entrada a la Acrópolis en Atenas. Atravesando la puerta, al lado izquierdo encontramos el Monumento del Holocausto, 2,711 bloques de hormigón que recuerdan el Holocausto judío cometido por la Alemania Nazi.

Después tomamos un bus turístico, de esos que van pasando por los sitios de interés en los cuales uno se puede bajar para recorrer el lugar y luego tomar otro bus de estos para seguir con el recorrido. De esta manera llegamos al Muro de Berlín, al Checkpoint Charlie, a Siegessaule (Columna de la Victoria), Kaiser-Wilhelm-Gedachtniskirche, iglesia ubicada en el centro de Berlín occidental que sufrió los bombardeos aliados y se conserva sin restaurar para recordar los estragos de la guerra.

En la tarde del miércoles, después de hacer otro recorrido turístico en Berlín, nos disponíamos a tener un momento de tranquilidad, para al siguiente día viajar a Oslo que era nuestro puerto de embarque para la Florida. Desafortunadamente un email nos cambió los planes drásticamente. El aeropuerto de Berlín entraba en paro a partir de las 12 de esa noche hasta el sábado, lo cual nos impedía viajar el siguiente jueves.

Comenzamos a sopesar las alternativas. Viajar esa misma tarde para Oslo, pero no había cupo disponible en ninguna aerolínea, la gente estaba tratando de salir lo antes posible para no quedarse atascados por los siguientes días. Vimos otras opciones, como la de viajar en tren hasta Oslo; era un viaje de más de 24 horas con cambio de trenes en por lo menos 6 ciudades y con esperas de horas, lo cual de seguro se complicaría, podríamos retrasarnos y perder las conexiones.

Patita llamó a la aerolínea y después de una larga y exitosa negociación con el dependiente logró que nos consiguieran un vuelo saliendo de Praga con destino a Oslo, haciendo escala en Copenhague el jueves en la tarde. Corrimos al apartamento a empacar maletas y tratar de conseguir un medio para devolvernos a Praga esa misma noche. La única salida era por tren, así que nos dirigimos a la Estación Central de Berlín, un descomunal complejo ferroviario con una enmarañada red de vías y rampas de salida en las que fácilmente te puedes perder.

El tren de las 6 de la tarde lo perdimos por andar dando vueltas ubicando donde comprar el boleto, íbamos de ventanilla en ventanilla preguntando, pero cuando dimos con la que era, ya el tren había salido. Después de otra carrera hasta la siguiente oficina y de casi una hora de espera en la línea logramos comprar un boleto para las 8 de la noche en un tren que pasaba cerca de Praga.

Sentí, a una escala ínfima, la angustia de los judíos en los albores de la segunda guerra mundial tratando de escapar de Berlín a toda costa, subiéndose a los trenes con sus maletas, tal cual como estábamos nosotros en ese momento, pues la gente corría de un lado para el otro tratando de abandonar la ciudad.

Nuestro compartimento constaba de tres asientos a un lado y otros tres en frente. Cuando llegamos ya había una pareja sentada al lado de la ventanilla. Tal vez en los treinta; el hombre norteamericano y ella europea, también viajaban en tren hacia Praga para poder tomar un vuelo, que haciendo escala en Ámsterdam los llevara a Panamá. Hablaban casi todo el tiempo a gritos y se reían estridentemente. Patita y yo nos miramos con cara de resignación, augurando el incomodo viaje que nos esperaba sin poder conciliar el sueño al lado de estos bulliciosos personajes.

Dos estaciones más adelante llegó una pareja de europeos a ocupar las dos sillas vacías que quedaban. Grandes, de casi dos metros los dos. Ella robusta y pelirroja se sentó frente de mí, sus rodillas dobladas casi rozaban las mías, más con el movimiento del tren, me iba deslizando del asiento hasta quedar casi que entrepernado con ella lo cual complicaba las cosas pues tenía que enderezarme a cada rato y ni dormir ni leer podía por estar pendiente de no deslizarme demasiado.

Sucedió un pequeño incidente que me transportó otra vez a la época del exterminio judío. Un hombre unos compartimentos atrás vociferaba en un idioma incomprensible para nosotros. Por el pasillo pasaron dos oficiales presurosos en dirección a la cabina del sujeto, hubo más gritos de parte y parte, pero el individuo no se callaba. Así duró el viaje unos 15 minutos hasta que llegamos a la siguiente estación, donde apenas paró el tren subieron unos policías gigantes y armados hasta los dientes que sacaron al hombre casi que cargado y pataleando del tren. Me sentí con Patita como si estuviéramos escapando de un cerco en la ciudad, huyendo a medianoche, escondidos y camuflados en el tren. Esperando nerviosos a que horas abrían nuestro compartimiento y nos sacaban a rastras. Afortunadamente solo era mi febril imaginación y el tren continuó su viaje normal con nosotros a bordo.

Por fin llegamos a nuestro destino, bajamos del tren, salimos de la estación, nos encontramos en una calle desierta y oscura en medio de la noche. Patita en el transcurso del viaje había reservado una habitación en un hotel cerca del lugar para pasar la noche. El GPS nos indicaba unos 15 minutos a pie, avanzamos por una calle desolada con poca iluminación, después, pasando debajo de un puente nos adentramos en una zona que parecía industrial con bodegas y talleres a los lados. Caminábamos con precaución mirando de reojo a todos lados. Oía yo a Patita murmurando en silencio, supuse que estaba invocando a los espíritus de sus muertos para que la protegieran. Llegamos a un desolado parqueo amplísimo, seguimos avanzando y al fondo en una ladera se encontraba el hotelito. Nos acostamos sin desempacar maletas, pues unas horas más tarde, al clarear el día saldríamos para el aeropuerto rumbo a Oslo con escala en Copenhague.


OSLO (La despedida)



Llegamos a Oslo por segunda vez con un día de retraso y al salir del aeropuerto Patita, como siempre, teléfono en mano, orientada por el GPS marcaba el rumbo para tomar el tren que nos llevaría a la ciudad a buscar el hospedaje. Dimos vueltas y revueltas por las calles aledañas al aeropuerto, el GPS nos indicaba el sitio exacto, pero nos encontrábamos en medio de la nada, una calle desierta. Volvimos a entrar al aeropuerto para reorientarnos de nuevo, pero otra vez lo mismo, nos guiaba a la calle solitaria. A un lado de la calle, sobre el andén había un bloque de hormigón que sobresalía unos tres metros de altura, nos dirigimos hacia el para rodearlo y tratar de obtener una pista. Para nuestro asombro era un ascensor, lo tomamos por curiosidad y marcamos cualquier número para descender al subsuelo; sorpresa, abajo, en varios niveles se encontraba la estación del tren. Estábamos justo en el sitio, pero en la superficie.

Esta vez nos hospedamos cerca al Royal Palace. Nuestro itinerario se había trastocado pues con el retraso en Alemania perdimos un día. Por eso decidimos el siguiente viernes temprano visitar el Museo de Edward Munch y luego tomar un barco para hacer el recorrido por el fiordo.

El Museo de Munch está situado detrás de la Opera de Oslo. Consta de varios niveles dedicados exclusivamente a la obra del autor con sus pertenencias e implementos de trabajo.  Además, tiene un salón utilizado para exposiciones, conciertos, piezas de teatro y proyección de películas. Es el museo más grande del mundo dedicado a un único artista, cuenta con una exposición de 26,700 obras de Much, algo impresionante que nos llevó casi todo el día recorrerlo. Cinco pisos con diferentes temáticas del autor en los que se nos detuvo el tiempo admirando su producción.

El crucero por el fiordo nos llevó por ensenadas, bahías, laderas con edificaciones antiguas, con historia, con pasados de invasión, construcción y renacimiento. Llovía y escampaba. Comparaba los tristes y yermos cuadros que acababa de admirar en museo con el lúgubre paisaje que ante mis ojos se extendía, pudiendo comprender aún más la desolada y angustiosa obra de Munch. Pareciese que el plomizo cielo se fuera a desprender de las alturas aplastando nuestro ánimo y alegría de vivir.

La mañana siguiente amaneció densa y espesa, cargada de nieve que comenzó a desgajarse en copitos que poco a poco fueron aumentando su tamaño y copiosidad. Llegamos al aeropuerto; al salir de las profundidades de la estación nos encontramos de golpe con una blancura impoluta, deslumbrante, la nieve caía tan densa y apretujada que no se podía divisar absolutamente nada a dos pasos delante nuestro.

Aprovechamos, como cualquier turista del trópico para tomar fotos desde todos los ángulos. Después de la diversión y el frio, entramos a chequear las maletas para llegar al control de aduana y dirigirnos a la zona de espera.

Por los amplísimos ventanales de la sala de espera veíamos como la nieve se iba acumulando rápidamente. En lo que alcanzábamos a distinguir por entre los brumosos ventanales se notaba la cantidad que se estaba depositando en las alas de los aviones, la pista y todo lo que afuera quedaba a la intemperie.

Estábamos desayunando cuando la noticia salió en varios idiomas por los altavoces: -Cerrado el aeropuerto de Oslo por condiciones climáticas. La mayoría de los pasajeros, incluidos nosotros nos levantamos presurosos a conseguir información de primera mano con los empleados de las aerolíneas. Decían lo mismo, repetían la idéntica información oficial y nos mostraban con la mano los ventanales para que viéramos las pésimas condiciones que allá afuera reinaban.

Eran las diez de la mañana, nuestro vuelo saldría a las 12 del mediodía. Oímos comentarios de los empleados de las tiendas que decían entre ellos que esa clase de tormentas solían durar de tres a cuatro días. Estábamos en un país nórdico, donde la nieve es el pan de cada día, por eso Patita y yo comenzamos a preocuparnos.

Buscamos un rincón, al lado de una columna para depositar las maletas y nuestros cansados cuerpos. Yo me arrellene lo mejor que pude en suelo, saque mi e-Reader Kobo y me dispuse a leer para matar el tiempo. Pero, la Patita que absorbe todas las preocupaciones que revoletean en el día a día; que carga en la espalda los miles de problemas del trabajo, de la casa, de los perros, de los hijos y ahora el de la tormenta de nieve comenzó con el taki-taka y el dale-dale y que vea que no me presta atención y que como puede estar tan tranquilo; yo sereno, calmo, relajado tratando de concentrarme en la lectura, pero como siempre lo hago, tocó cerrar el libro y ponerle atención. 

Resultó que la atención era mirar por los ventanales y observar cómo caía la nieve, como el blanco manto lo iba cubriendo todo, como se iba uniformando la superficie semejando un desierto de arena blanca.

Cada media hora anunciaban que seguía cerrado. Así pasaron las horas, llegó la tarde y la situación no cambiaba. A veces dábamos vueltas por los pasillos, recorriendo tiendas y mirando cualquier articulo sin ningún interés para matar el tiempo. Esta vez cuando se detuvo la música, todos quedamos expectantes para escuchar los altavoces; anunciaron que nos dirigiéramos a puerta de embarque para el chequeo. Corrimos hacia la puerta, logramos encontrar un par de asientos disponibles.

Después de un tiempo interminable nos llamaron a formar fila para mostrar el pasaporte y el tiquete de abordaje. Suponíamos que en ese momento entraríamos directo al avión, pero no fue así, nos hicieron sentar de nuevo, el aeropuerto seguía cerrado. La tormenta de nieve había aminorado, estaba si, cayendo una pelusa blanca pero no con la fuerza del inicio. 

Pasaban los minutos, las horas y seguíamos sentados en la sala de espera. Por los enormes ventanales veíamos una intensa actividad afuera; enormes camiones cisterna soltaban unos potentes y caudalosos chorros de alguna sustancia vaporizada que pulverizaba la nieve, dejando la pista despejada. Era un trabajo tedioso, lento y parecía inútil pues la nieve, aunque suavemente seguía cayendo.

Nos llamaron nuevamente a formar fila, esta vez avanzamos por la puerta de embarque, caminamos sobre la oruga que va conectada a la puerta del avión. Quedamos frente a una de las turbinas, cerca de ella la vimos en su tamaño real, era enorme, un hombre parado al borde con uniforme naranja accionaba una manguera que arrojaba un chorro de vapor caliente, trataba de descongelar el interior de la turbina. Por entre las gigantescas aspas de la turbina introducía la manguera y parte de su cuerpo para llegar a las profundidades del potente motor de la turbina.

Nos preguntábamos Patita y yo como despegaría ese avión con las condiciones climáticas tan deplorables. Al final después de una espera interminable abrieron la puerta del avión, comenzamos a caminar lentamente, la tripulación, como lo hacen usualmente, nos recibió con una sonrisa en los labios y la trillada frase de “bienvenidos a bordo”.

Sentados en nuestros respectivos puestos miramos por la ventana, habíamos quedado cerca de una de las alas. Una grúa se elevaba sobre el ala arrojando un potente chorro de vapor que poco a poco iba derritiendo la enorme capa de nieve que la cubría. En ese momento, Patita recibió una llamada de nuestro hijo Mateo que le decía que envista de tanto inconveniente por tomar el vuelo no seria mejor pensar en quedarnos y esperar a que las condiciones mejoraran. Patita me miró, me apretó la mano diciéndome - ¿qué hacemos? -Esperemos -le contesté -a que este gigantesco pájaro de metal pueda desplegar sus alas y volar. Abrió sus enormes y expresivos ojos, me apretó aún más la mano y volteo el rostro hacia la ventana.

La oí susurrar en silencio invocando las almas de sus muertos, las de los santos de su confianza y sus amuletos de la suerte mientras el avión corría velozmente por la pista tratando de despegarse del suelo. Se tambaleó, se estremeció, rugió, pero lo logró; ya en las alturas cuando niveló su ruta de asenso y se normalizó el vuelo, Patita me soltó la mano y sonriendo me dijo, -volvemos a casa, -si - le respondí -mientras abría mi libro electrónico para comenzar a leer pues nos esperaban diez largas y tediosas horas de vuelo. 





Comentarios

  1. Wow Mauro tremendo relato de una aventura que todos quisiéramos vivir en pareja, pero los dotes literarios y la terminología y capacidad de escribir me dejan claro y feliz de contar con amistades como ustedes. Me gustaría escuchar esta historia contada por los 2 tomándonos unos buenos vinos y recomendándonos como poder vivir esa experiencia con Jazmín.
    Felicidades Chicos que buena manera de vivir la vida en este paso por latierra.
    Javier y Jazmin

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  2. Me fascinó la descripción de esa hermosa aventura que vivieron en esos países y mundos increíbles… caminante no hay camino se hace camino al andar …
    Gracias por compartir esa maravillosa experiencia y muchas más 👍❤️👍

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