La Inolvidable Tia Nila

Ese domingo amaneció llorando a chorros. Grises y oscuros nubarrones impedían que la tibieza del naciente sol nos iluminara. Por que llorará el día, por que estará triste, de quien se lamentara?. La respuesta llegó por un texto en el teléfono: la Tia Nila había partido de este terrenal mundo hacia otros lares desconocidos.

Muy temprano en la mañana, después de leer el texto, el olor a café recién colado me fue llevando de la mano con su aroma hacia el pasado, hacia muchos años atrás; me regrese a Colombia, a Cali y la volví a ver por allá en los setentas, en el barrio de San Nicolas; no se cuantos años tendría por esa época, pero era una mujer espectacular, de una altivez y arrogancia inusuales en las mujeres de su tiempo que sumisamente y agachando la cabeza obedecían sin cuestionar a sus esposos o padres. Era irreverente, caprichosa e impredecible, tenia el respaldo de su apellido y de sus seis hermanos, hombres fuertes y recios, curtidos en las labores del campo.

En mi memoria se agolpan hechos, vivencias, momentos: jueves en “Cauquita”, ella de blujeans doblados hasta la pantorrilla, camiseta de manga corta y pelo recogido en una moña dando ordenes a las empleadas para el sancocho de gallina, ordenándonos a nosotros, sus sobrinos que nos subiéramos a los arboles frutales y le escogiéramos las mejores frutas. Cáimos, mangos, guayabas, mamoncillos, guamas, bananos, naranjas, que ella degustaba entre risotadas y algarabía. Fines de semana en río claro; la chevrolet azul celeste y blanca llegaba con el compartimiento de carga lleno de muchachos, de primos, de primas y amigos, apretujados en diminutos espacios o sentados peligrosamente en el borde de la cajuela desafiando el precario equilibrio que manteníamos por sentir la brisa del viento y la desafiante velocidad que la Tia Nila le imprimía al acelerador para complacer nuestras peticiones de “mas rápido  Tia”. Era adrenalina pura la que la Tia Nila nos imprimia para después, al llegar a la finca, recompensarnos con un traguito de aguardiente en la tapa de la canequita para que no nos volviéramos ¨cochosos¨ según  sus palabras.

Veranos inolvidables nos dejó  la Tia Nila en aquella etapa de la adolescencia en que la rebelión de las hormonas en franco alboroto enloquecían y afiebraban nuestros sentidos. Comenzábamos a sentir la picazón  del primer amor, ese inexplicable cosquilleo en el estomago que nos paralizaba en presencia de la persona que nos gustara. Pero allí estaba la Tia Nila, acolitando amores o prohibiéndolos según sus preferencias. Conspirando encuentros secretos, aconsejando estrategias, censurando o apoyando romances.

Dos meses del año era el período de vacaciones en los  cuales disfrutábamos a plenitud ese torbellino, ese huracán vital que la Tia Nila llevaba  por dentro y que nos contagiaba. Concursos de pesca, carreras de encostalados, escondite en parejas, penitencias y por las noches, reunidos al rededor de una fogata con la absoluta y fantasmagórica oscuridad de la noche a nuestras espaldas comenzaban los relatos con los mitos y leyendas de nuestros fantasmas locales, “La pata sola”, “La viuda alegre” y muchas mas que nos aterrorizaban y mantenían en zozobra y apretujados en el circulo hasta que de pronto, de la nada, a nuestras espaldas aparecía en carrera desenfadada hacia nosotros la Tia Nila envuelta en una sabana blanca gritando como un fantasma para caer encima nuestro creando una desbandada y gritería de muchachos asustados corriendo despavoridos hacia la seguridad de la casa, ella entraba ya sin la sabana encima eufórica, exaltada y entre risotadas y gesticulaciones describía nuestras caras de susto y pánico. Así era, así la recuerdo.

Me reclino un poco en la silla, cierro los ojos y la veo bailando, en los inolvidables diciembres en la casona de San Nicolás; puro ritmo, cadencia soltura, los hombres queriendo, deseando una mirada, una lisonja para poder invitarla a bailar, las mujeres, en cambio envidiándola, celándola o deseando ser como ella.

Tengo mis recuerdos estancados en esa remota época por que emigre hace mas de 30 años, periodo en el cual me desconecte de la familia y regrese brevemente en dos ocasiones. En la primera después de 8 años de ausencia la vi de nuevo y aun conservaba su porte y donaire. En la segunda ocasión fui a visitarla y ya estaba en silla de ruedas, avejentada y senil, no me reconoció, yo tampoco la reconocí e inmediatamente rescate de mi memoria la Tia Nila de mi pasado, del pasado de todos, de esa numerosa prole de muchachos que crecimos viéndola, admirándola y queriéndola.

En esta segunda visita que hice a Colombia, también conocí a el abuelo de mi actual esposa, criado en San Nicolás según me contó en una charla que tuvimos, tratando él de ahondar en mi árbol genealógico. Trabajó por muchos años en la fabrica de Croydon en el barrio Obrero y cláro, por supuesto me dijo, conocí a su familia, los “Montaña”, si me acuerdo de la hermana de ellos, la de la camioneta azul, que bonita mujer, como me gustaba. Una vez me hice invitar a una de las fiestas que hacían en la casa del la sexta, frente al parque, toda la noche la ronde para que me concediera una pieza de baile, era imposible, aun la recuerdo, estaba vestida con una falda de boleros y encajes floreada que al bailar pareciera que las flores del vestido cobraban vida semejando un rosal mecido por el viento. Que mujer, inolvidable me dijo.

Inolvidable, repetí para mis adentros.

Adios a la Tia Nila!.

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