Los vecinos

El viento sopló de oeste a este, la pareja de ancianos aguzaron la vista escudriñando las ramas del frondoso árbol que, cargado de hojas secas en la estación de otoño comenzó a mecerse suavemente desprendiendo su otoñal pelaje. Perezosamente, al ver caer las secas hojas, los ancianos se incorporaron de su silla y él rastrillo en mano, se dedicó a recoger la hojarasca del césped. Ella, paleaba a una gran bolsa negra los montoncitos de hojas que su marido muy diligentemente había hecho.

Impecables, cuidadosos, ordenados, meticulosos la pareja de ancianos tenían tiempo suficiente para mantener la casa reluciente. Estaban jubilados desde hacia unos cuantos años y su principal pasatiempo o entretenimiento era cuidar de la casa; cada 15 días, muy temprano se levantaban a “hacer patio” como llaman por acá a las labores pertinentes al cuidado de las zonas verdes de la casa. Sombrero de paja de ancho vuelo, gafas grandes de protección estilo soldador, guantes de plástico hasta el antebrazo, botas pantaneras  y overol de gruesa tela era el usual atuendo que el y ella usaban para sus actividades.

Comenzaban por el espacioso frente de la casa que con una entrada circular y amplias zonas cubiertas de grama a lado y lado les tomaba casi toda la mañana terminarla. Normalmente escogían el domingo para esta faena; muy a las 7 de la mañana empezaba yo a sentir un ruidito imperceptible de motor que poco a poco iba aumentando los decibeles y de ronroneo arrullador, pasaba al estridente sonido de la cortacéspedes que retumbaba en mis oídos. Quedaba sentado en la cama con los pelos de punta. Ahi terminaban mis planes de hacer pereza un domingo en la cama hasta bien tarde. Por mas vueltas que diera en la cama tratando de cubrirme los oídos con la almohada era imposible; el taladrante sonido de la cortadora parecía estar debajo de mi cama.

Ya está, pensé, otro domingo perdido. Por su puesto mi esposa aprovechaba la ocasión para ponerlos de ejemplo: “Si los ve, cuidando la casa y mire la nuestra, la perrita sale al patio y se pierde en la selva que tenemos por jardín, siga el ejemplo de esos ancianos y corte el césped”. Pero nó, el séptimo día se hizo para descansar, así lo dijo midiosito y si midiosito descansa, descansamos todos, palabra del señor!.

Todo el santo domingo lo perdían en ese ir y venir por las zonas verdes de la casa, ya con la cortadora de césped, ya con la guadaña eléctrica haciendo los bordes, luego con la sopladora a motor acumulando las hojas secas y cuanta vegetación habían cortado para recogerla o, la mayoría de las veces soplarla hacia mi casa.

En una ocasión, estaba saliendo muy temprano a trabajar cuando el vecino, desde el porche de su casa me hizo señas para que fuera a hablar con el. Vecino, me dijo, Yo vivo aquí hace mas de 15 años y me gusta cuidar de mi casa, si la tiene muy bonita, le dije. Mantengo mi césped libre de hojas si lo ve? claro, lo felicito, le respondí. Y usted sabe de donde son las hojas que afean mi jardín?, si de estos arboles, le acoté. Y esos tres arboles están en su propiedad, me dijo ya muy seriamente. Qué, como así, honestamente no lo había notado, salgo y entro a la casa sin mirar para los lados le dije. No le gusto la bromita. Espero que me colabore y recoja mas a menudo las hojas de SUS arboles que caen en MI propiedad y la afean. Y con un gracias vecino dio media vuelta y se fue.

Me dejo pensativo, pero luego recapacité, son cosas de la sabia naturaleza, las hojas secas se caen por el viento y la gravedad, imposible que se caigan para arriba. No hay nada que hacer, yo no planté los arboles, yo no soplo las hojas para su lado, es el viento y el viento es caprichoso, ademas el hace una buena labor con su casa cada 15 días. En cambio a mi, la estación que mas me gusta del año es el otoño precisamente por eso por las hojas secas en el suelo que van desde el amarillo bien pálido hasta el rojo mas encendido haciendo del paisaje una vivida pintura de intenso colorido de Vincent Van Gogh.

Pero, la paciente, repetitiva y constante insinuación -cantaleta- de mi esposa, de que tuviera consideración con los vecinos, de que la casa nuestra era la mas abandonada del barrio… y antes de dormirme y al despertarme y al medio día el mismo verso, surtieron efecto.

Un domingo quebranté el sagrado mandamiento de “Santificarás las fiestas” y me levanté muy a las 7 de la mañana dispuesto a subir de categoría la casa en nuestro barrio. Me calcé las botas de jardinería, me enfundé el sombrero “voltiao”, me deslicé los ásperos guantes de construcción en las manos y comencé la estoica labor de sacar las herramientas del garaje.

Llené el tanque de la cortacéspedes con gasolina, revisé la sopladora de motor, el cortasetos eléctrico, la motosierra, la aspiradora y sopladora de hojas, los cables de extension, las bolsas de basura para los deshechos vegetales y comencé.

Por lo crecido del césped, casi un pie de alto, la cortadora se ahogaba al tratar de sesgarlo y se apagaba cada dos o tres minutos. Imposible pensé, esta titánica labor no la termino hoy. Eran las diez de la mañana y ya sudaba copiosamente y tenia pasto, hojas y vegetación por todo el cuerpo. No me podia imaginar como los vecinos hacían esta faena cada 15 días con una naturalidad y agilidad asombrosas. De pronto un crujiente y ahogado ruido metálico silenció la cortadora; una fatídica piedrecita se nos atravesó en el camino y le quebró una de las cuchillas de corte.

Salí raudo y veloz para la ferretería a conseguir el repuesto. En la tienda le pregunte a dos morenos que también estaban comprando repuestos por la forma mas fácil y segura de terminar mi labor. Nosotros me contestaron al instante. Ustedes!.  Los mire con una sonrisa de triunfo y les dije: quedan contratados.

A Las cuatro de la tarde que llegó mi esposa de una fiestecita con los niños estaba yo sentado en el porche de la casa disfrutando de una cerveza bien fría y admirando lo bello y bien cortado que me había quedado el jardín.



                                                                

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