Homerin
Comenzó a subir las gradas muy lentamente, primero subía el pie derecho, se apoyaba un poco, se levantaba y colocaba el pie izquierdo en el mismo escalón, continuaba con este proceso sostenido del pasamanos en un esfuerzo atormentante, heroico, pues su rostro, otrora juvenil y alegre, se crispaba se contraía en una mueca de dolor, fatiga, angustia y desesperanza. 18 escalones le tomaron mas de media hora, yo lo esperaba arriba conteniendo las ganas de bajar y ayudarlo, pero el con una mirada que no aceptaba contradicciones ni autocompasión me había dicho: "yo puedo solo". Llegó y lo abrace, contuve las ganas de llorar. Su agitado pecho le ahogaba la respiración por el esfuerzo que había realizado; del joven alto, robusto, moreno de maliciosa mirada y risa espontánea no quedaba nada. El frágil, reducido y agitado cuerpo que abrazaba no era ni la sombra del muchacho con el que compartí muchos años de mi vida. Cuando lo conocí rondaba los cuatro añitos de vida, se había caído