Homerin

Comenzó a subir las gradas muy lentamente, primero subía el pie derecho, se apoyaba un poco, se levantaba y colocaba el pie izquierdo en el mismo escalón, continuaba con este proceso sostenido del pasamanos en un esfuerzo atormentante, heroico, pues su rostro, otrora juvenil y alegre, se crispaba  se contraía en una mueca de dolor, fatiga, angustia y desesperanza. 18 escalones le tomaron mas de media hora, yo lo esperaba arriba conteniendo las ganas de bajar y ayudarlo, pero el con una mirada que no aceptaba contradicciones ni autocompasión me había dicho: "yo puedo solo".  Llegó y lo abrace, contuve las ganas de llorar. Su agitado pecho le ahogaba la respiración por el esfuerzo que había realizado; del joven alto, robusto, moreno de maliciosa mirada y risa espontánea no quedaba nada. El frágil, reducido y agitado cuerpo que abrazaba no era ni la sombra del muchacho con el que compartí muchos años de mi vida.

Cuando lo conocí rondaba los cuatro añitos de vida, se había caído de la terraza en su casa; cayó con su frágil cuerpecito desde un tercer piso; para fortuna de sus padres, unas matas, frondosas, de grandes y primitivas hojas verdosas amortiguaron la caída y solo con unos cuantos raspones en la piel y otros moretones mas salió del percance. Hubo risas y alegría después del susto, -se salvo de milagro-, comentamos todos con certeza; lo que no sabíamos era que mas adelante, en los mejores años de su vida y en un país lejano, el destino volvería a ponerlo al borde del abismo de nuevo.

Travieso, juguetón e inteligente, era el único hijo de la joven pareja (en aquella época) y la adoración de todos. De inquietos ojos negros y profundos que revelaban nobleza y unas ganas de vivir infinitas, hacían de el un muchacho agradable y popular. Sus papas le habían enseñado chistes picantes, trovas maliciosas y versos, los cuales recitaba en las reuniones familiares haciendo reír a todos por igual.

Se fue convirtiendo en un joven de recia personalidad y ademanes afectivos, alegre, enamorado de la vida y de las mujeres. Le gustaban todas y a todas coqueteaba  y conquistaba. Deje de verlo por unos años cuando emigré a los Estados Unidos para radicarme en Nueva York.

Un frío invierno de heladas ventiscas, desnudos arboles grises escarchados y añejos llegó con su familia hecho ya todo un adolescente deseoso de conquistar la gran manzana, los recibimos con alegría y juntos nos dispusimos a comenzar una nueva vida.

Entró al "High School" y rápidamente, debido a su juventud e inteligencia aprendió el idioma ingles y se integró a la cultura americana. Se ubicaron en un vecindario italiano de Queens llamado College Point. Desde allí, sus padres comenzaron a buscar trabajo para sacar adelante a sus dos hijos, pues ya tenían la niña. Los comienzos fueron duros, soportando fríos invernales para cumplir con horarios de madrugada en trabajos de ínfima categoría, pero que les permitían subsistir. Poco a poco se fueron ubicando y comenzaron a adaptarse al país.

Siempre soñador, siempre tratando de superarse iba del estudio al trabajo y del trabajo a la diversión, pues no le faltaba cada fin de semana la rumba y sus amigas con quien compartir.

En una ocasión, en invierno cayó  una de esas nevadas monumentales que dejo la ciudad de Nueva York cubierta  por una capa blanca esponjosa de mas de metro y medio de espesor. La suave persistencia de los copos de nieve silueteó de blanco espectral toda ciudad. La sideral blancura del entorno tornó en escala de grises todo a su alrededor, desde el negro absoluto de las llantas de los carros que se atrevían a circular hasta el blanco puro que en capas de ondas suaves recubría todo el paisaje. Salimos de la fotografía dispuestos  a llegar casa a como diera lugar. El único medio de transporte resulto ser el mas antiguo y usual de la humanidad: la locomoción en los píes,  caminar y caminar hasta llegar a casa. Compramos, sugerencia de Homerito, una botella de aguardiente dizque para calentar el cuerpo en la caminata. Resulto efectivo; a ritmo de buena marcha y traguitos avanzamos en la blancura de la noche y los mas de 20 kilómetros de recorrido los finalizamos a media noche copetones en medio de risas y bromas.

Fe una época  feliz la que compartí con el y su familia en aquellos años de trabajos duros y economías limitadas. Antes del estudio fotográfico teníamos un part-time haciendo entregas a suscriptores del periódico  New York Times en sus casas u oficinas, Comenzábamos a las 3 de la mañana empacando el diario en bolsas plásticas, de dos a tres horas duraba esta labor, dependiendo de la cantidad de periódicos a empacar, exceptuando el domingo que el diario era de un grosor enorme, casi 5 pulgadas de suplementos, propaganda e información y la empacada duraba mas de lo usual. Entregábamos en el bajo Manhattan en exclusivos edificios de mas de 40 o 50 pisos, donde casi siempre en el área  de recolección de la basura encontrábamos artefactos eléctricos o utensilios de cocina casi nuevos que al momento recogíamos para llevar a casa y exhibir como trofeo de guerra.

En los veranos, casi siempre en el Flushing Meadow Park, el pulmón verde de Queens se celebraban festivales hispanos y torneos de fútbol.  Ahí estábamos nosotros con los carros llenos de cerveza  fría en la bodega. En las bicicletas colocábamos un maletín con hielo y cerveza, recorríamos el parque vendiéndola y esquivando la policía que cuando nos detectaba nos perseguía. Nos mezclábamos entre la multitud y los perdíamos. Una que otra vez nos pillaron y nos decomisaron el cargamento. Éramos como el titulo del libro de “Gabo” “Felices e indocumentados “, eran otras épocas. Otros sueños y otras ilusiones nos motivaban.

Mucha agua a pasado debajo del puente desde aquellos lejanos años, mas de 25 creo. Pero el Homerin que conocí, con el que reí, bromeé, jugué y también llore aun lo tengo presente en mi memoria. No se cual fue el día de su partida ni bajo que tristes y dolorosas circunstancias exhalo su ultimo suspiro, me desconecte de los Toro hace mucho, nos alejamos por caminos diferentes, pero las vivencias y los recuerdos del muchacho alegre y bromista siempre los llevaré  conmigo.


Comentarios

  1. Emotiva y linda crónica, Mauricio. Los amigos del pasado viven siempre en nuestros corazones. Escribes muy bien e invitas a que te sigamos visitando. Continúa con estas bellas historias.

    Abrazos,

    Myriam Paúl Galindo

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  2. Emotiva y linda crónica, Mauricio. Los amigos del pasado viven siempre en nuestros corazones. Escribes muy bien e invitas a que te sigamos visitando. Continúa con estas bellas historias.

    Abrazos,

    Myriam Paúl Galindo

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  3. Myriam, Gracias por tomerte el tiempo de leer mis notas, algo aprendemos con el paso de los años y es bueno compartirlo, un abrazo

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