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La traición

El abatido hombre miro la soga colgando del árbol, la apretó entre sus manos y se meció en ella, "aguanta conmigo" , dijo para si mismo, "mañana a esta hora ya me habrán encontrado" ; una risita de satisfacción y nerviosismo se le dibujó en los resecos labios. De sangre italiana que lo convertían en un hombre sociable, galán y picaresco. El trato amable y cálido le permitía que rápidamente al conocerlo te tratara como a un viejo amigo dispuesto a hacer cualquier cosa por ti. Y eso hacia desde siempre con su mejor amigo, el irlandés, al que conocía desde la infancia; el que había hecho una fortuna con sus negocios y aun conservaban la amistad, a pesar de que el no había progresado mucho en lo económico. El sitio de encuentro preferido era el gimnasio, donde entre risas, bromas y charlas hacían ejercicios, pesas y aeróbicos para mantenerse, a sus cincuenta en buena forma física. Ahí la conoció; la vio llegar con sus cortos pantaloncitos de lycra pegados al cuerpo dej