El Predicador

El hombre, elegantemente vestido; con camisa de cuadros blanca y azul, manga larga y puño grande doblado hacia arriba, chaleco negro ajustado, jeans y botas, salió de un lado del escenario. Despacito, muy despacito con las manos juntas, los ojos semicerrados y la cara en dirección al cieloraso del teatro. La banda, compuesta de cinco muchachos jóvenes aumentó el sonido de sus instrumentos y entonando una alabanza impregnó el recinto de religiosidad. Los feligreses, entre los cuales me encontraba comenzaron a elevar las manos al cielo y entonando en coro el tribillo de la alabanza entraron en éxtasis espiritual. El predicador aprovechó el momento para comenzar su predica del domingo.

Hombre cincuenton, en buena condición física y sonrisa de azafata internacional, se acercó al centro del escenario, un rayo de luz lo iluminaba en su lento y estudiado recorrido, avanzaba con las manos unidas en oración: queridos hermanos esta mañana mientras estaba desayunando se me vino a la cabeza un versículo de la biblia que habla del "dar sin recibir nada a cambio", y al pronunciar ésta  última  frase, subió  la voz y lentamente la repitió de nuevo.

Cuantos de ustedes, reunidos  aquí han regalado algo bajo estas condiciones?. Cuantos, hermanos míos, esperan algo en retorno  cuando dan, cuando regalan o hacen un favor?. Levanten la mano los que la fe los mueve a dar, así no tengan nada para ellos, así se despojen de todo!.

Silencio  en el teatro, nadie levantó  la mano. El pastor aprovechó  el momento de silencio para contar la historia de Isaac, en la cual Dios le ordena llevar a su primogénito al monte para atarlo con una cuerda a la piedra de los sacrificios y apuñalarlo a sangre fría y sin ningún motivo en nombre  de la fe.  El hombre, cual cordero de Dios  (que hoy en día seria tratado por esquizofrenia severa y encerrado en un manicomio de por vida sin posibilidad de pasar a la historia como profeta sino como  peligroso orate), levantó al siguiente día  a su pequeño e inocente hijo que sin entender el porqué de esa madrugada, se dejó llevar por su padre en el cual confiaba ciegamente. Mas desconcierto le causó al niño el momento en que el profeta lo ató al altar de los sacrificios, oyendo una voz interior que le decía: “átalo, apuñálalo, te lo ordeno, soy tu Dios, obedéceme, Mátalo!.  Lo cierto es que cuando la mano del esquizofrénico Isaac bajaba veloz y certera a incrustar la daga en el agitado pecho de su hijito, la mano del todo poderoso Dios se lo impidió. Hombre de fe, hombre en el que puedo confiar diría después Dios para sus adentros.

Con esta y otras más anécdotas bíblicas el predicador ilustró la importancia  del dar, del desprenderse de las cosas terrenales pues "el que tiene  fe, el que cree en mi, nada le faltará".

Llevaba mas de una hora de prédica, música, alabanzas, oraciones y con su aterciopelada voz, con la música  de fondo, sus crescendos y silencios  poco a poco iba concientizando y preparando al embelesado auditorio para la estocada  final: "El Diezmo".

Oremos hermanos míos, que el Señor los trajo hoy aquí  por una poderosa razón, por que recuerden: nada, absolutamente  nada pasa sin su consentimiento, sin su divina voluntad.

Cuantos de ustedes, queridos hermanos  míos, se levantaron  hoy domingo pensando venir a la predica por compromiso, para luego irse de aquí, a comer, a cine o a cualquier otra diversión  sin tener en cuenta la obligación religiosa,  sagrada  y bíblica del diezmo, cuantos desobedecen la ordenanzas  del sagrado libro, cuantos son creyentes de dientes para afuera, cuantos al momento de poner en prueba su fe, ignoran los mandatos divinos!. Cuantos?. Pues para esos!, les tengo malas noticias: las puertas del cielo están cerradas, no se abrirán para esos faltos de fe al momento de su encuentro  con el todopoderoso, ellos!, ellos!, arderán en el fuego eterno sin posibilidad de subir al cielo y postrarse a la diestra del Señor!

Terminando esta última frase, la música creció  en decibeles y de los pasillos laterales salieron de la oscuridad los ayudantes con sus canastas a hacerlas circular de mano en mano entre los atemorizados  feligreses que hurgaban en sus bolsos, bolsillos y billeteras para asegurar la ascensión  al cielo.

Una ultima sugerencia, los cheques tienen que hacerlos a nombre de la congregacíon… alcancé a oír a mis espaldas que decía el predicador mientras abandonaba el recinto para ir a comer con mi esposa e hijos tras una semana de arduo trabajo en que para nada me apetecía regalar mi dinero.

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