Los diez a tres mil

Si, volvió y repitió: es una buena oportunidad para que unos cuantos ilegales obtengan documentos directamente de inmigración. Mientras hablaba y gesticulaba, me remonte al momento de conocerla;  frisaba los cincuenta, pero como toda buena mulata y caribeña, mantenía sus carnes firmes y su delgada figura bien torneada. Se me había presentado como psíquica, clarividente y adivinadora, un don, que según ella se le había manifestado desde muy niña allá en su natal Santo Domingo, cuando la abuela la llevaba al cementerio a visitar a los muertos y ella, a esa corta edad conversaba con muchos de ellos. Su abuela la consideraba fantasiosa y soñadora, dejándola conversar con sus amigos imaginarios mientras ella le rezaba a su esposo, hasta que un día el abuelo le mandó un mensaje que la dejó fría, pues era algo muy personal, muy de ellos dos y esa niña no tendría por que saberlo. A partir de ahí la miró con otros ojos, le tenia un poco de miedo y mucho respeto, demasiado pues le permitía hacer cosas que otras niñas no harían a esa corta edad.

Muy joven emigró a Nueva York y se instaló con una tía en Queens. Comenzaron haciendo consultas en la salita del pequeño apartamento donde vivían y como su fama fue creciendo por lo acertada, dejó de estudiar y se dedico de lleno al negocio. Habían pasado muchos años, ahora a los cincuenta vivía con un moreno americano, que según el trabajaba como un alto funcionario en inmigración. Le había prohibido seguir con el negocio de clarividente, pero ella, a escondidas atendía consultas en secreto. Así la conocí, queriendo hacer una aviso publicitario en un periódico local para tener un poco mas de clientela. Fui unas cuantas veces a su apartamento para ultimar los pormenores de la publicidad. Conversábamos mucho, me gustaba oírla, era muy elocuente y expresiva, hablaba con sus ojos, con sus manos, con su cuerpo, era un torbellino de movimientos y palabras.

En una de esas conversaciones salió el tema del esposo y su trabajo, me dijo que el quería aprovechar su posición en inmigración para tratar de ayudar a unos cuantos hispanos con sus documentos, que el podía hacerlo y que de todo corazón lo haría sin cobrar un solo dólar, pero que desafortunadamente tendría que darle algo a los otros funcionarios por donde pasarían los documentos hasta su aprobación final. Me intereso la idea pues muchos de mis amigos de aquella época aun estaban ilegales. El monto que el quería era de seis mil dólares, la mitad al momento de iniciar el tramite y el resto al final cuando tuviera la persona la "Green Card" en la mano.

Acepte conseguirle unos cuantos "clientes" para el "negocio". A las personas de confianza que les comente les gusto la idea y entre amigos y conocidos reuní diez personas, los cuales me dieron cada uno los tres mil dólares, mas sus pasaportes, actas de nacimiento y toda la documentación que el moreno me exigió.

Al moreno y la clarividente les brillaban los ojos y les temblaba la voz de alegría cuando les conté uno tras otro los treinta mil dólares en efectivo que les lleve. En este tipo de transacciones no se firma ningún papel, no se documenta nada, solo se estrecha la mano, se mira a los ojos y se confía; así lo hice con la pareja y así lo hicieron conmigo cada uno de los diez sujetos que conseguí. Solo una pregunta: cuando tengo respuesta, cuando volvemos a hablar y nada mas, cada cual por su lado a esperar.

Un mes me dijeron, un mes y hablamos de nuevo. Un mes les di y al mes volví al apartamento. Los dos hablaban atropelladamente; que si pero que no, que las cosas iban lentas que un funcionario de confianza de ellos estaba de vacaciones, había que esperar, eso era así, solo en esa persona podían confiar y esto era un negocio de confianza, o no?, esperemos nomas, otro mes, se va rápido, ya vera cuando les entreguemos los documentos, esperemos.

Cerraron la puerta y el esperemos…  esperemos se convirtió en treinta días de espera que sumados a los anteriores completaban sesenta. Los clientes me aseguraron que confiaban en mi, que yo no los iría a meter en un negocio dudoso en el cual pudieran perder su plata… y su tiempo, me dijeron y volvieron y me estrecharon la mano mirándome a los ojos. Me comenzaron las dudas, las preguntas: los si hubiera o si no hubiera; pero ya estaba hecho, no había marcha atrás, esperaría y confiaría.

Al mes otra vez estaba parado en la puerta del apartamento, no abrieron, no contestaron. Era un primer piso, mire por las ventanas de al lado y nada, seguí esperando; opte por sentarme en el carro a esperar a que llegaran, ya estaba nervioso, de donde iba yo a sacar treinta mil dólares para responderle a los diez clientes. Los vi llegar y rápidamente me apeé del carro, se sorprendieron al verme tan tarde esperándolos, pero me hicieron entrar; que ya todo estaba casi listo, que iban  a llamar a uno por uno la otra semana aquí en el apartamento para que comenzaran a firmar los papeles y así poder continuar con los tramites. Descansé, alivie un poco mis dudas y les comunique a los diez clientes lo que ellos me dijeron.

Quince días pasan volando y cuando la ansiedad apremia, entre espera y desespera se llega el día. Llamé, que si, que el se había citado con el amigo para recoger los primeros documentos a firmar para tres de los clientes, que como era jueves, mañana viernes se vería con el y que el sábado o a mas tardar el domingo nos veríamos, que le avisara a esas personas y las tuviera listas para ir al apartamento.

Domingo en la mañana, primera llamada, nada que contestan, me veo con los tres favorecidos en un restaurante cercano al apartamento para estar pendientes. De los tres, había una mujer, dueña de una imprenta, dinámica, enérgica e impaciente, los otros dos eran,  el uno era un muchacho joven de mirada huidiza, ademanes nerviosos y pocas palabras, el ultimo un hombre mayor, un poco regordete que había sido policía en su país, por lo tanto desconfiado y sospechando de todo el mundo.

Charlamos un rato de cosas vanas pero a medida que pasaban los minutos y las horas y no había comunicación con la pareja los ánimos se fueron poniendo tensos y el ambiente peligroso. El policía proponía que nos acercáramos al apartamento y esperáramos su llegada, la señora estuvo de acuerdo y yo también, el muchacho no opinó.

Llegamos al apartamento a eso de las 6pm, era un frío día de otoño oscuro y ventoso. El policía reviso por los lados de las ventanas y no vio nada; oscuridad dentro del apartamento. el muchacho se bajo sigilosamente del carro y comenzó a inspeccionar las ventanas y puertas con inusual curiosidad, yo me quede en el carro conversando con la señora. Regresaron y se subieron al carro, al abrir las puertas entro una bocanada de aire gélido acompañada de malos presagios. Habían estado hablando y llegado a la conclusion de que la supuesta parejita nos quería estafar, pues no veían muchos muebles en el apartamento y ademas habían unas maletas en la puerta; tocaba esperarlos toda la noche y confiar en que aun no se hubieran largado con la plata con lo cual ya el problema seria mío y tendría que ver como levantaba piedras y matojos para conseguir la plata. Que proponían, les pregunte.

Entrar y esperarlos en el apartamento. Queee!!!. Nooo!!! como se les ocurre, eso es allanamiento de morada, un delito grave, les dije. Y que, ellos nos están robando descaradamente, me dijeron casi al unísono los tres, y no tenemos con quien demandar ni quejarnos. O usted se va a hacer responsable de la plata, hable.

No tenia otra opción, las cartas ya estaban sobre la mesa y tendría que hacer la jugada que ellos querían. El muchacho inspecciono una ventana que daba al costado de la calle y que estaba casi cubierta por unos matorrales, la presionó un poco y logró abrirla. Por ahi se entró y nos abrió la puerta del apartamento. Querían revisarlo todo, rebuscar por toda parte con la esperanza de que la plata estuviera en cualquier lugar. Yo traté de impedirlo, que los esperaremos sin tocar nada, pero esta gente era de acción e iban por lo suyo; la plata. Rebuscaron por toda parte; los cuartos, los baños, la cocina, todo lo revolcaban, lo abrían, lo descartaban y seguían. De pronto el muchacho que estaba mirando por la ventana dijo: quietos, llegaron. Sin violencia, les alcance a advertir cuando escuché el chasquido de la llave abriendo la puerta.

En la penumbra esperamos, silencio, los eternos segundos de espera se agolpaban en mi corazón haciéndolo latir con fuerza; estaba tenso y nervioso. A lo lejos el martilloso crepitar del tren 7 pasando por sobre los desvencijados rieles en la Roosevelt Avenue penetraron en mis oídos con mas intensidad al abrir la parejita la puerta. Dos golpes secos de cuerpos que caen, un quejido y un grito ahogado fue lo que escuche. Luego silencio y se prendió la luz.

Los pálidos y temblorosos rostros de la parejita miraban en todas las direcciones tratando de adivinar que estaba pasando. Los levantaron y sentaron en sendos asientos con las manos amarradas atrás. El moreno, casi que blanco y con un hilillo de sangre que le corra por la frente no decía nada, solo miraba incrédulo. La psíquica trato de hablar y el policía la calló. A una seña del policía salí del oscuro pasillo a la sala y de repente me vieron, al momento comprendieron su situación y el porque estábamos ahi.

El policía fue claro: la plata, en "cash" como se la había entregado el señor aquí presente y nos iríamos por esa puerta y nunca nos conocimos; así de sencillo, dijo. El moreno comienzo a decir que el era un alto funcionario de inmigración y que por lo tanto atentar contra su vida era un delito federal y que apenas saliera de ahi nos iba a denunciar y… de un seco golpe el policía lo calló y le dijo al muchacho: llévalo al baño y lo encierras con este no hay caso. Al quedar la vidente sola comenzó a llorar y decir que ella sabia que esto iba a pasar, que le había advertido a el, pero que el moreno era terco, no entendía y quería irse y retirarse con ella a Santo Domingo. La plata, le grito el policía muy de cerca sin importarle lo que ella decía. La plata, donde esta!. Ella temblaba, miraba para todos los lados y de vez en cuando las maletas. Las maletas le dijo el policía al muchacho. Este sacó un cuchillo de la cocina y las abro, vacío y reviso; nada dijo. Rompe el forro del fondo. Al hacerlo comenzaron a caer los fajos de dólares al piso. Sentí alegría y alivio, esta pesadilla terminó, me dije.

25 mil, faltan cinco señora, donde están. En el banco dijo ella. Son las cuatro de la madrugada, a las ocho abren el banco, a esa hora yo voy con usted al banco, saca la plata y nos volvemos para acá, de usted depende la vida de su marido, esta claro?.

La dueña de la imprenta se ofreció a hacer cafe para amortiguar la espera. Cuatro horas, lentas, larguísimas, de sorbos de cafe alargados, de sofocantes silencios, de dudas y porqués. El muchacho encendió el televisor y se entretuvo viendo programas. Como hace, pensé, yo no puedo concentrarme, estoy aquí, viviendo cada segundo intensamente, repasando mentalmente esta locura en la que me había metido, reprochándome el haberle aceptado la propuesta al moreno, tratando la imposibilidad de echar marcha atrás al tiempo y cambiar el rumbo de estos acontecimientos, pero no, volvía y miraba bien donde estaba y la realidad era esta, aquí, en este apartamento con dos rehenes y cuatro horas de espera.

Ya volvemos dijo el policía y mirando al muchacho le dijo casi como una orden: si en dos horas no he llegado, se van de aquí con la plata y ya sabes lo que tienes que hacer con el moreno. Estas dos horas si fueron angustiosas, cada que oíamos pasos por el pasillo del apartamento nos tensábamos, nos silenciábamos y esperábamos lo peor, cada que un carro llegaba en frente lo mismo, quien se bajo, vienen para acá, nada; seguir callados esperando. A la hora y media los vimos llegar, les abrimos y el policía dijo: esto se terminó, nos vamos. Salimos por la puerta de atrás y rodeamos el edificio para llegar al carro y ver que todo estaba despejado. Nos alejamos del lugar, el día estaba claro, el cielo azul despejado, la ciudad despertaba, era otro día normal en Nueva York, mi pesadilla habia terminado, afortunadamente en buenos términos. Llegue a la casa y me acosté prometiéndome a mi mismo jamas involucrarme en una situación de estas.

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