La Marucha

Fue a finales de los noventa, en Manhattan, New York, cuando la conocimos; llegó tarde, como siempre disculpándose y riéndose. Era el primer día de clases. Comenzaba un semestre mas de "Commercial Photography" en el "Center for the Media Arts" y mi amigo y yo, que ya habíamos terminado los estudios, estábamos trabajando en la academia, en el laboratorio de fotografía. En aquella época, aun existían los cuartos oscuros donde se revelaban los rollos fotográficos y se imprimían las imágenes en cubetas de revelado.

Casi siempre recibíamos a los nuevos alumnos y les hacíamos un recorrido por la escuela: comenzábamos por el primer piso donde estaban los estudios fotográficos con sus enormes rollos de papel o lienzo que hacían las veces de "background", las luces de estudio, los flashes, las cámaras de fuelle de 5x7 montadas en los pesados trípodes de patas firmes, luego en el tercer piso estaban ubicados los pequeños y oscuros cubículos que contenían cada uno la ampliadora, donde se colocaba el negativo para proyectar la imagen sobre el sensible papel fotográfico que después era transportado por los estudiantes al laboratorio donde la imagen se fijaba al papel por medio de los químicos de revelado y fijación.

Ahí llego la peruanita, con su piel color de ébano, sus grandes ojos negros y expresivos, su sonrisa picaresca y su bien formado cuerpo que media casi 1.80 de altura. Estaba interesada por aprenderlo todo; curioseaba por aquí y por allá y, casi de inmediato mi amigo se convirtió en su tutor personal.

Mi amigo, el único que conservo de aquella época en New York, siempre callado, serio y laborioso, se alegraba cada vez que la veía. ella con su risa y su magnetismo lo absorbía y así poco a poco fue surgiendo una gran amistad que después se convirtió en romance y amores que perduraron a través de los años, las enfermedades y vicisitudes de la vida.

Pasado un tiempo, mi amigo y yo nos retiramos de la escuela fotográfica y en compañía de otras personas montamos un negocio de revelado de una hora y estudio de fotografía, justo en la columna vertebral de la comunidad hispana en Queens:  "La Roosevelt Avenue".

Teníamos en el primer piso las maquinas de revelado de una hora y la impresora automática que daba imágenes de 3.5x2 hasta 8x10 pulgadas de impresión. Abajo, en el sótano, estaba acondicionado el estudio fotográfico con una variedad de “backgrounds”, las cámaras, el cuarto oscuro y el vestier para que los clientes se cambiaran de ropa en las sesiones fotográficas según la occasion.

Allá también llego ella, de la mano de mi amigo; mano que mi amigo le sujetaría toda la vida y no se la soltaría sino en el momento en el que ella le dio su ultima mirada, su ultimo adiós.

Llegaba con cantidad de rollos para revelar e imprimir; bodas, bautizos, primeras comuniones y algo de modelaje. Al comienzo nos tocaba hacer maravillas para lograr hacer un buen trabajo: recortar imágenes, corregir color, sombras, encuadre y desenfoque. Por eso y por que le gustaba mucho mi amigo decidió acompañarla a los trabajos. Así se fueron conociendo mas, gustando mas y apegandose mas el uno al otro.

A veces iba a la fotografía y nos sentábamos a conversar; de su país, de su familia, de su hijo que estaba criando sola, de su hermana, que eran inseparables, y de mi amigo; de que le contara si lo veía con otra, de que se lo cuidara, yo le decía que si, que le contaría y ella quedaba contenta. Nos reíamos y se nos pasaba el tiempo.

Y el tiempo paso. Cerramos el negocio fotográfico y yo me vine a vivir a la Florida. Ellos se quedaron e iniciaron una vida juntos. Sin hijos en común y sin ataduras se dedicaron a viajar, conocieron Europa, Sur America y otras regiones mas. Me enviaban fotos de vez en cuando, se les veía felices, aferrados el uno al otro como queriendo detener el tiempo en las imágenes que enviaban, como presagiando negros nubarrones y tempestades venideras.

Salió del consultorio medico abatida; las palabras del doctor retumbaban en su cabeza y la hacían temblar de frío, de miedo, de pavor.; "Cancer de medula ósea", palabras mortales que te lanzan al vacío a la desesperanza, a vivir el día a día sin pensar en el mañana. La pesadilla había comenzado, el peregrinaje por hospitales, laboratorios medicos, oficinas de seguro no se hizo esperar. Luego vino la quimioterapia y a rezar por los resultados aferrandose a un santo, a una veladora, a un atisbo de mejoría para pensar en el mañana, para soñar en ganarle días, meses y tal vez años a la vida, pero el deterioro era irreversible.

Mi amigo, fiel compañero de su vida, estoica y calladamente se convirtió en su sombra, en su apoyo, su bastón y su luz en ese mundo de tinieblas y dolor que ella estaba transitando.

No puedo ni tan siquiera imaginarme el sufrimiento de ambos, en las noches mirandose con desesperanza, abrazandose en sollozos de consuelo; de que mañana será otro día y que las cosas mejoraran, de que este tratamiento será efectivo; mentiras piadosas que nos hacemos ante la adversidad y nos alejan de la realidad.

El enemigo era descomunal, cruel e inmisericorde. Perdió su desigual batalla, lo entregó todo en el camino, se fue marchitando como una rosa sin agua, secándose como una hoja al sol. Su sonrisa, la frescura de su mirada y su gracias se fueron apagando, de a poquitos, como una vela al viento se consumió.

La Maruchita, la Luisa, la amiga se nos fue, nos quedan los gratos recuerdos y la alegría de haber disfrutado de su amistad.



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