El día de Acción de Gracias

Las navidades en casa comienzan en la celebración de Acción de Gracias; es el día en que me levanto temprano, abro las puertas y ventanas de la casa y dejo que el viento frío del norte entre por toda ella, la refresque, la renueve, dejo que el aire entre por todos los rincones y se lleve las energías negativas, que la sacuda, que la ponga a vibrar.

En la cocina comienzo los preparativos para la cena: lo primero que hago es colocar la música decembrina, las parrandas navideñas, las trullas boricuas y los melomerengues; música que me transporta al pasado, a los muchos diciembres en que he bebido, bailado y comido. Saco de la nevera el pavo y los perniles que han estado adobandose en vino y cerveza con especies aromáticas por mas de tres días. Preparo la tradicional ensalada de papa, acompañamiento obligado de todo plato en las fiestas colombianas. Claro, también destapo una botella de vino tinto, un Merlot y al ritmo de la música y el corre corre por la cocina voy consumiendo la botella en sorbitos suaves y degustados que me calientan y disimulan en mi cuerpo el frío viento que sigue entrando por la casa.

Mucho mas tarde, se levantan mis hijos y mi esposa, les tengo el desayuno listo, arepa de maíz caliente con queso y cafe negro, se integran a los preparativos: los niños picoteando la comida y mi esposa dando el veredicto final a la sazón.

Luego, al medio día, el arreglo de la casa; la decoración a cargo de mi hermano; en el patio trasero, sobre el césped, las mesas con sus sombrillas  y sus manteles blancos con individuales de colores ocres de acuerdo a la estación otoñal, las secas mazorcas de maíz, las calabazas y flores doradas como centros de mesa, los asientos, los candelabros, las copas, los cubiertos, todo en su lugar. En la tarde ya bañados, vestidos y ansiosos esperamos a los comensales: nuestros amigos y familiares con los que compartiremos este día tan especial para la cultura americana y que lo hemos adoptado como nuestro también.

Este año…, estoy solo con mis hijos, mi esposa esta en Colombia; montando patines fue a dar al suelo colocando su mano por delante para amortiguar la caída fracturándose la muñeca. Allá, en nuestro país la operaron.

No hubo pavo, ni destape el vino, solo puse la musica y me sente a escribir; la soledad y el frio de su ausencia se combinan con el frio del otoño y me entristecen. En la noche iremos con los muchachos a la casa de mi hermana que nos invito.

Ahora estoy pensando en lo frágil de la existencia humana, en que damos por sentado que nuestra vida transcurre como un tren sobre rieles que nunca se va a descarrilar. Pero…, en un segundo, en una decisión de si o no, o de voy por aquí o por allá, en un cambio de dirección, el destino nos cambia, se descarrila el tren o se acelera. Lo he vivido muchas veces, desde el instante, hace mas de 30 años en que acepte una invitación de 15 días para conocer Nueva York y me quede, no volví, hasta el momento en que conocí a mi segunda esposa en que la vida me dio otro vuelco de 180 grados.

Por su puesto esta ausencia en temporal, solo 15 días, pero me puso a pensar en la fragilidad del ser, que la vida es una hoja al viento, que en cualquier momento el viento la arrastra hacia otros rumbos, hacia otros mares y otras tierras.

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